La gran avería
En distintas formas -populismo, nacionalismo, desconfianza, rebelión-, el euroescepticismo se ha extendido por toda Europa. Este suplemento intenta buscar propuestas para combatirlo
Desde 1957, el vehículo había sufrido averías frecuentes. Había sido necesario detenerse, llamar a mecánicos de talento, hacer algunas pausas, dejar que se enfriara, hacer las reparaciones necesarias. Durante un tiempo, la introducción de un combustible excepcional, el euro, estimuló el rendimiento del motor europeo. No todos lo adoptaron pero, a pesar de algunos desajustes, pareció que el motor iba bien, firmemente situado en la velocidad más alta.
Pero entonces el mecanismo se gripó. Los éxitos del modelo asiático pusieron en peligro la imagen de la berlina europea, sólida pero un poco anticuada. La globalización impuso un nuevo código de circulación. Una tormenta procedente de Estados Unidos provocó grandes destrozos y dejó al descubierto el mal estado de las infraestructuras.
Algunos han resistido mejor que otros. Los pueblos del norte, mejor preparados, tuvieron que ayudar a los del sur, que habían resultado más afectados. Con una condición: que modificaran su tren de vida. Que aceptaran reconstruirse sobre unas bases más saneadas. Más austeras. Después, prometían, todo iría mejor.
Pero la confianza ha desaparecido, y da la impresión de que los pasajeros ya no quieren seguir a bordo del coche europeo. Algunos incluso exigen que les dejen bajarse. El famoso motor francoalemán se niega a arrancar de nuevo. Estamos ante la gran avería. Los mecánicos se sienten impotentes y el talento es imposible de encontrar.
Esa es la situación.
En enero de 2012, seis grandes diarios, que representaban a los seis países más poblados de la Unión (Le Monde, EL PAÍS, La Stampa, Süddeutsche Zeitung, The Guardian y Gazeta Wyborcza), con fe en el futuro de la construcción europea, decidieron asociarse para coordinar a sus redacciones y elaborar juntos un suplemento, Europa. El primer número estuvo dedicado a los europeos, la sociedad nueva, móvil y cambiante que había surgido del proyecto. En el tiempo transcurrido desde entonces, la duda se ha apoderado de esos europeos. Incluso tiene un nombre: el euroescepticismo. A ese fenómeno dedicamos este cuarto número de Europa.
En distintas formas -populismo, nacionalismo, desconfianza, resentimiento, rebelión-, el euroescepticismo se ha extendido por toda Europa. Durante mucho tiempo fue una actitud exclusiva de los británicos, pero hoy está en el origen de las revueltas griegas, el caos político italiano, la decepción francesa y la frustración de los alemanes, convertidos, en estos momentos, en el blanco de la hostilidad.
En estas páginas damos la palabra a los ciudadanos de Europa, que expresan con palabras sencillas la crisis de un modelo económico y social, el vacío político e intelectual del proyecto europeo, la debilidad de sus dirigentes. También hemos tratado de encontrar propuestas para combatir ese euroescepticismo. Era la parte más difícil y, la verdad, no lo hemos conseguido del todo. Europa no solo está averiada, sino falta de ideas.
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