El diputado mexicano sin voz clama contra los secuestros
Con problemas de lenguaje por el trauma de sufrir un rapto, el legislador Rivera pide en la Cámara controlar a expolicías
Mojado y sin zapatos, Erick Marte Rivera intentaba explicarle a la gente que se cruzaba por la calle en una tarde lluviosa que acababa de ser liberado de un secuestro que había durado poco más de 24 horas. Estaba en algún punto indeterminado de la Ciudad de México. Los transeúntes huían de él como de una aparición. En ese instante tuvo conciencia de que le costaba construir frases coherentes. Espantado por lo que acaba de ocurrirle, en los siguientes dos años no fue capaz de articular palabras.
El silencio que le impuso una experiencia traumática por la que pasan cada año miles de mexicanos no le impidió, en su condición de diputado federal en este sexenio, lanzar una iniciativa de ley para obligar a los expolicías a reportar sus actividades tras su salida del cuerpo. La idea de Rivera, de 41 años, es que estos no engorden las filas del crimen organizado, como ha venido ocurriendo en los últimos años. La medida tiene mucho que ver con sus recuerdos: “Escuchaba a mis captores hablar en clave, mezclando letras y números. Tenían toda la facha de policías”.
Rivera ha hecho una pequeña fortuna con el negocio de la minería en Zimapán, Hidalgo, a unos doscientos kilómetros al norte de la capital. Comenzó con poco más de veinte años. Se involucró a su vez en política con el Partido Revolucionario Institucional (PRI) pero más tarde se pasó a la derecha mexicana, el Partido de Acción Nacional (PAN). Era un hombre que caminaba despreocupado por la vida consciente de que las cosas no le podían ir mejor, hasta que dos coches le cerraron el paso a dos cuadras de su casa. Era 2001. Con “lujo de violencia”, como suelen escribir las autoridades en sus informes cuando a alguien se le va la mano, lo introdujeron en el interior y le mintieron: dijeron que su hermano iba en el otro carro.
Lo que más le preocupó fue que, tras interrogarle, sus captores comenzaron a discutir. Lo habían confundido con otro empresario de la minería más poderoso. “Temí que se fuesen a los extremos por el enojo”, cuenta la noche de un jueves en un centro comercial del DF. Se refiere, aunque le cuesta decirlo, que pensaba que lo iban a matar. Pasó algo más de un día encerrado en una habitación siendo humillado y golpeado. Lo dejaron libre después de que le vaciaran las cuentas. Se llevaron unos 40.000 dólares, menos del diez por ciento de lo que le exigían.
A partir de ahí vivió en el silencio. Como un monje. Su refugio fue componer canciones, algo que ya hacía antes del secuestro. Recurrió a todo tipo de tratamientos. Foniatras, otorrinolaringólogos y psicólogos estudiaron su caso pero ninguno pudo ofrecer un diagnóstico definitivo. Podría tratarse de un trauma emocional o que alguna parte de su cerebro se hubiese dañado. Quién sabe.
Eso no fue obstáculo para que retomase su vida empresarial y política. Lo segundo suponía un esfuerzo titánico. “Un político sin voz es como un portero sin manos pero me lo propuse. Siempre he sido tozudo. He aguantado burlas, comentarios de gente que pensaba que estaba borracho por mi forma de hablar pero no me rendí nunca”, cuenta con la voz quebrada y dubitativa que le acompaña. Hizo campaña interna para llegar a la cámara de diputados y lo consiguió. Tuvo que aguantar comentarios hirientes de sus competidores pero asegura que no es un hombre rencores y que lo da por olvidado.
En las sesiones de la Cámara, sobre todo en las destinadas a presentar iniciativas de la oposición, difícilmente los diputados prestan atención. Si bien le va a un legislador le aplaudan los de su bancada. La mayoría son ignorados. “Déjenme platicarles que yo… hace muchos años… fui…víctima de un secuestro que me llevó a perder la voz… durante mucho tiempo. Hoy vengo haciendo un esfuerzo extraordinario”, comenzó a decir lo mejor que pudo en la tribuna. Era finales de noviembre. Erick Marte estaba muy nervioso. La gente le prestó verdadera atención. Le interrumpieron varias veces los aplausos de la cámara. Los que estuvieron allí lo recuerdan como el momento más emocionante de estos meses de legislatura.
Rivera presentaba una iniciativa de ley proponiendo que los funcionarios que abandonen algún cuerpo de seguridad rindan cuentas después. “Muchos aprovechan su manejo de armas y sus relaciones para ir a parar al crimen organizado”, argumenta. Por el momento es la iniciativa que más firmas ha recaudado, aunque algunos diputados del PRI creen que atenta contra los derechos humanos. Él insiste porque maneja un informe que revela que en siete de cada diez bandas hay al menos un integrante que ha sido policía.
Por su forma de andar entre la multitud, por su forma de hablar, se podría interpretar que es un hombre asustadizo. Eso sería equivocarse. La verdad es que se ha enfrentado a sus miedos, al espanto de verse indefenso en una situación límite. Y no es que se calle. El diputado sin habla tiene muchas cosas que decir.
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