El papa Francisco: “Cómo me gustaría una Iglesia pobre para los pobres”
Jorge Bergoglio explica ante la prensa reunida en el Vaticano algunos pormenores del cónclave
O la Iglesia ha elegido un gran Papa o Hollywood se ha perdido un grandísimo actor. De esos que, aunque el guion sea pésimo y la trama inverosímil, terminan poniéndole al personal un nudo en la garganta. Ayer, el papa Francisco se reunió con muchos de los 6.000 periodistas acreditados para el cónclave y, además de ofrecerles unos cuantos titulares, los hizo reír, desveló una significativa anécdota de su elección, señaló los tres principales ingredientes de una buena crónica --“verdad, bondad y belleza”—y finalmente hizo algo que sorprende en un Papa: fundir en un mismo abrazo a quienes creen en Dios y a quienes no.
“Como muchos de ustedes no pertenecen a la Iglesia católica y otros no son creyentes, de corazón doy esta bendición en silencio a cada uno de ustedes, respetando la conciencia de cada uno, pero sabiendo que cada uno de ustedes es hijo de Dios”. El encuentro no era fácil. Tres días después de su elección, el papa Francisco citó en el Vaticano a todos los periodistas que habían cubierto “la sorprendente renuncia” –según sus propias palabras-- de Benedicto XVI y su posterior elección como nuevo Pontífice –“cuánto habéis trabajado, eh”--. Había reporteros de todo el mundo, muchos de ellos curtidos en guerras y conflictos, gente predispuesta a no dejarse convencer fácilmente. Y, siendo consciente de ello, Jorge Mario Bergoglio ni siquiera lo intentó.
El encuentro se limitó a un discurso breve, improvisado a veces, salpicado de buen humor, cuyo principal mensaje fue envuelto en el papel de regalo de una confidencia. Delante de cientos de contadores de historias, el papa argentino se reveló como un buen narrador. “Hay quien se pregunta por qué he elegido el nombre de Francisco. Yo os voy a contar la historia. En las elecciones, tenía a mi lado al arzobispo emérito de Sao Paulo, el cardenal Claudio Hummes, un gran amigo. Cuando la cosa se iba poniendo peligrosa [iba ganando], él me confortaba, ja ja... Y cuando los votos llegaron a los dos tercios, vino el aplauso porque había sido elegido Papa. Y él me abrazó, me besó y me dijo: no te olvides de los pobres. Y aquella palabra entró aquí [señalándose la cabeza]. Los pobres, los pobres. Mientras continuaba el recuento, pensé en San Francisco de Asís, en su relación con los pobres. Y después pensé en las guerras. Francisco, el hombre de la paz. Y así llegó el nombre a mi corazón. El hombre de paz. El hombre pobre. ¡Cómo desearía una Iglesia pobre y para los pobres…!”.
El nuevo papa buscó la complicidad de los periodistas al remarcar que la verdad, la bondad y la belleza –esos tres elementos de una buena historia—son también el objetivo de la Iglesia, una institución que, según subrayó, “no tiene una naturaleza política, sino esencialmente espiritual”. No hay que olvidar que el encuentro se produjo bajo el fuego graneado de las sospechas sobre su actuación durante la dictadura militar argentina. Su invitación a buscar la verdad constituyó su única defensa. Al final del encuentro, la impresión general fue que este papa va a dar muchas primeras páginas. Las cosas que dice, su manera de decirlas y la urgencia propia de un hombre de 76 años se han puesto al servicio de una misión gigantesca y al mismo tiempo muy antigua. Aquella que retrató El Greco: la expulsión de los mercaderes del templo. “Mi casa será llamada casa de oración (Isaías, 56,7)”, “pero ustedes han hecho de ella una cueva de ladrones (Jeremías, 7, 11)”. El nazareno utilizó un látigo, el argentino prefiere por el momento la seducción.
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