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Columna
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Italia vacante

La elección italiana nos deja una tormenta perfecta, por la ingobernabilidad derivada del sistema electoral

Italia ha hablado ¿Y qué ha dicho? La tentación poselectoral es siempre la misma: intentar dar un sentido único a millones de decisiones individuales filtradas por un sistema electoral. Una de las principales frustraciones de la ciencia política es que no existe ningún sistema óptimo de agregación de preferencias. Los sistemas electorales mayoritarios, especialmente si hay dos vueltas, fuerzan a los electores a votar por segundas o terceras opciones, impidiendo que sus intereses sean representados de forma adecuada. Además, tienden a desplazar fuera del Parlamento a las minorías minoritarias y a premiar a los ganadores con tentadoras mayorías absolutas que estos suelen usar para despreciar a los Parlamentos, sede de la vida democrática. Pero como nos recuerda José María Maravall en su último libro (Las promesas políticas), su alternativa, los sistemas electorales proporcionales, aparentemente más justos a la hora de representar a la ciudadanía, tienen el inconveniente de que bloquean un elemento central de la democracia: la capacidad de echar a un mal Gobierno y sustituirlo por otro. Lo que es peor, en la medida en la que dan lugar a Gobiernos de coalición entre varias fuerzas políticas, tienen el efecto de diluir la responsabilidad de los políticos y la capacidad de los ciudadanos de controlarlos efectivamente. Esas noches electorales tan cercanas a los españoles en las que, incomprensiblemente, todos han ganado y nadie ha perdido son quizá el mejor ejemplo de este problema.

A estas dificultades se añade el hecho de que cada país tiene un sistema de partidos distinto y una cultura política con sus propias especificidades, lo que supone que un determinado sistema de partidos puede tener efectos mayoritarios aunque la competencia entre ellos se dirima por medio de un sistema electoral proporcional y viceversa. Y para complicar aún más las cosas, elementos como el tamaño de la circunscripción (el distrito, la provincia, la región o el país) o el tipo de listas (abiertas, cerradas, bloqueadas, etcétera), introducen también diferencias importantes.

Tenemos sobre la mesa la tormenta perfecta: política, sociedad y economía, todas sometidas al máximo estrés

Italia representa un buen ejemplo de todas las paradojas, trampas y consecuencias no intencionadas que se esconden detrás de los sistemas electorales y del sumo cuidado que hay que tener al intentar reformarlos. El sistema electoral italiano, que en teoría pretendía formar Gobiernos mayoritarios monocolores que contaran con un apoyo parlamentario fuerte, poniendo así fin tanto a la tradicional inestabilidad política italiana como a la irresponsabilidad política de sus partidos, escondidos siempre bajo Gobiernos de coalición, ha acabado por resultar tan ingobernable o más como aquel que pretendía sustituir.

El problema es que, en un contexto como el actual, la elección italiana nos deja encima de la mesa una tormenta perfecta. Primero, por la ingobernabilidad derivada de un sistema electoral sumamente disfuncional incapaz de generar mayorías estables. Segundo, por la descomposición de una sociedad fracturada y polarizada entre el populismo que todavía proyecta la larga sombra de Berlusconi y la antipolítica que representa el movimiento liderado por Beppe Grillo. Tercero, por una economía lastrada por una deuda descomunal que deja al país al pie de los mercados y los especuladores. Y cuarto, por un contexto europeo en el que es imposible llevar a cabo ninguna otra política que no sea la de austeridad a ultranza. Política, sociedad y economía, todas sometidas al máximo estrés.

A finales de 2011, Berlusconi intentó repetir con el Banco Central Europeo y el Eurogrupo el catálogo de trampas, argucias y mentiras que habitualmente practicaba en casa. Ante la fulminante reacción de los mercados, el sistema político italiano, incapaz de gobernarse a sí mismo, sustituyó la democracia por la tecnocracia y se puso en manos de Mario Monti. Muchos criticamos entonces como una perversión de la democracia el hecho de que la izquierda de Bersani aceptara esa solución en lugar de, como era su obligación, ofrecer una alternativa y reclamar unas elecciones anticipadas. Sospechábamos que la tecnocracia alimentaría aún más el populismo. El resultado lo dice todo: su partido, que tenía la obligación de tomar el relevo tras Berlusconi y Monti e intentar unas políticas alternativas, ha perdido 3,5 millones de votos respecto a las elecciones de 2008. Ahora, incluso en el caso de que pueda gobernar, lo hará hipotecado, por un lado, por el movimiento de Grillo, el verdadero beneficiario de las políticas de Monti y, por otro, por los mercados y las políticas marcadas desde Bruselas. El candidato socialdemócrata a la cancillería alemana, Peer Steinbrück, lamentó el martes que Italia hubiera elegido a dos “payasos”. Instado a rectificar por el presidente italiano, Giorgio Napolitano, este se ratificó, dijo, en la “extrema suavidad” de sus calificativos. Italia está fracturada, pero Europa no lo parece menos. Así estamos.

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