Cadáveres políticos
En política no hay cadáveres. Los mejores ejemplares triunfan incluso después de muertos. Por profundas que sean las heridas, incluso las auto infligidas como es el caso de Artur Mas, la resurrección siempre es posible. Es difícil, ciertamente, porque la fortuna, la oportunidad que debe saber aprovechar el Príncipe maquiavélico, no suele pasar muchas veces.
A algunos no les pasa nunca, a otros les pasa una sola y no saben sacarle partido alguno, y otros más saben aprovechar la última que les encumbra hasta la cima justo cuando estaban a apunto de tirar la toalla. Hay ejemplos a porrillo, pero cada uno puede buscar los suyos.
Todo debía ocurrir a ser posible en una legislatura que resolviera el derecho a decidir y, como máximo, en dos. Esa hoja de ruta tan precisa, pormenorizada por la almendra del soberanismo convergente en sus contactos con la prensa internacional y con los diplomáticos extranjeros, incluía en su final la retirada de un Mas satisfecho y exhausto, una vez Cataluña situada ya en el lugar que le corresponde.
El buenismo soberanista de moda, que hace los jugos más dulces con los limones más amargos, asegura que nada ha cambiado y que solo se trata de compartir el liderazgo. Que Dios les conserve la vista. El orondo Junqueras tiene una mandíbula política y un estómago electoral de ogro. Que se preparen.
Mas puede resucitar pero su proyecto no. Ese es el auténtico cadáver que ha quedado tirado en mitad de la avenida de la independencia. La agenda, la hoja de ruta y el relato, ¡ay el relato!, pertenecen a Esquerra y no a Convergència i Unió, y ésta es una verdad difícil de reconocer. Hasta hace una semana estábamos hablando de 68 diputados convergentes, de un mínimo de 90 soberanistas y de un líder incontestable e incontestado a la cabeza de todo, para aprovechar la ventana de oportunidad abierta por la Diada, el momentum le llaman los americanos. Poco queda de todo aquello, sobre todo del momentum.
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