Encuentro con Clío
Clío es de trato difícil e imprevisible. Ya saben, la musa de la historia. Hay que ir con cuidado con ella. Siempre hay que ser prudente en el trato con las musas. Se pierden en la estética. Por cierto, como nos sucede a los catalanes según Unamuno. Y la de la historia la que más, porque su canto suele frecuentar los abismos donde yacen los cuerpos despeñados tras el combate, las banderas desgarradas, los pueblos desaparecidos, los palacios arrasados y las pasiones desatadas entre enemigos irreconciliables. Quien se entretiene en encontrar la belleza en el devenir cruel de la humanidad merece la máxima atención en el trato, no fuera caso... Además de arrebatada, es traicionera, y últimamente voluble y despistada. O incluso bromista.
Sabemos que su canto nos pilla siempre a contrapié, como les sucede a las vírgenes imprudentes con la llegada del señor en el apólogo evangélico. No era así cuando empezó y exaltaba la cólera de Aquiles ante los muros de Troya. Eran tiempos en que andaba de aquí para allá ensangrentada y su voz se rompía de tan usada. Mientras que los tiempos de ahora, regidos por las leyes de los hombres y no de los dioses, se da por hecho y demostrado sobre todo entre los europeos que pertenecen a la kantiana paz perpetua en la que tenemos prohibida la guerra entre democracias o dilucidar nuestras diferencias con el puñal o el veneno.
¡Cuidado! La mayor sorpresa que podría darnos esta musa es que de pronto las guerras económicas de nuestras crisis pasaran a mayores, desmintiendo tópicos y seguridades sobre la eterna desaparición de nuestros conflictos interiores. Invocada un día y otro con ligereza, vemos cómo se la convoca ahora con la aparente gravedad de los cambios de época.
Da toda la impresión de que así sucede en Europa. De que también sucede entre los españoles, aunque de momento con reticencia. Y no hablemos ya de los catalanes, tras la encendida promesa de inminente emancipación lanzada por un presidente de inteligencia fría y corazón aventurero. Llevado en volandas por la peligrosa y voluble musa del dolor y de la sangre, tiene toda la razón cuando dice que nos hemos adentrado en un camino desconocido.
Ella le espera, pero no sabemos dónde ni cómo la encontrará, ni que será de todos nosotros cuando suceda. O no. Los montes pueden parir un ratón, fábula muy bien inspirada para épocas de orogénesis geopolítica. Recordemos entonces y sigamos una sabia y con frecuencia olvidada sentencia: "Los hombres hacen la historia pero no saben la historia que hacen". Un poco de sobriedad en nuestro trato con la musa no estará nunca de más.
Comentarios
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.