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Un éxito de Artur Mas

Nada preocupa tanto a los catalanes en estos días como el paro y la precariedad laboral. Un 39% consideran que constituye su primer y principal problema. El segundo problema, que cita el 24,6%, es el funcionamiento de la economía, materia sobre la que el conjunto de los ciudadanos está recibiendo una terrible y aleccionadora formación acelerada. El tercero, citado por el 10,1%, es la insatisfacción con la política. Y solo el cuarto, que ocupa el centro de las ocupaciones del 7% de la población, es la financiación de Cataluña, o, dicho en otras palabras, el famoso pacto fiscal propuesto por el Gobierno de Artur Mas, que debiera conseguir algo similar al concierto vasco para resolver los actuales y permanentes problemas dinerarios de la Generalitat.

El crecimiento del independentismo catalán, simultáneamente a la campaña del Gobierno en favor de un nuevo sistema de financiación, suele tener una curiosa y contradictoria acogida por parte de ciertos medios madrileños, en la que se mezclan los sarcasmos sobre la validez y el rigor de las encuestas con la denuncia de la gravedad del estado de las cosas en Cataluña. Algo parecido ha venido sucediendo con otras iniciativas independentistas, como las consultas populares o ahora el movimiento de los municipios por la independencia.

Mañana se cumplen dos años de la manifestación contra la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña. En este breve periodo, la oleada que entonces empezó no ha hecho más que crecer. El único obstáculo con que ha tropezado la agenda independentista, alimentada por la dilación y el contenido de la sentencia del Constitucional, ha sido la construcción de una alternativa nacionalista más pragmática y concreta como es el pacto fiscal en la línea del concierto vasco propuesto por Artur Mas. Con la ventaja de que la propia concepción de este artefacto político repite el esquema que sirvió a Esquerra Republicana para su apoyo inicial al nuevo Estatuto: si no se obtiene, abrirá todavía más el ángulo de posibilidades de la independencia.

De ahí que al final de las cuentas ambas agendas aparezcan por el momento fundidas como si fueran las dos caras de una misma estrategia política: los independentistas son los primeros apóstoles de un pacto fiscal en el que no se ceda ni un centímetro, mientras los posibilistas del pacto fiscal esgrimen la amenaza del independentismo como el irremediable camino en caso de que nada de sustancial se obtenga. Con la nota al pie de que la fusión es una máquina divisiva temible para el socialismo catalán, conminado cada día con mayor intensidad a que decida de una vez si quiere quedarse con el PP y el PSOE o seguir participando de las filas catalanistas.

Las entrañas de la encuesta y sobre todo la evolución de los dos últimos años revelan que ambas campañas están obteniendo excelentes resultados en la opinión pública, hasta modificar la percepción de la crisis en Cataluña, atribuida directamente a la ausencia de un sistema de concierto como el vasco, o mitigar la irritación por los recortes en sanidad, educación o empleo. No sabemos hasta qué punto esta oleada de cambio de opinión es un efecto específico catalán del terremoto geoeconómico que estamos sufriendo con la crisis. Tampoco si se trata de modificaciones que llegan para quedarse. Menos aún cómo se maneja políticamente todo esto. Artur Mas ha reconocido que se trata de territorio desconocido. Pero de momento es un éxito bien suyo al que nadie ha conseguido dar una respuesta alternativa desde fuera del nacionalismo.

Comentarios

Hoy lo vemos: en tiempos de tribulación, mudar de tributación. Pero, ¿mudar también la distribución?
El nacionalismo está muy bien, supongo, pero a la hora de la verdad todos queremos lo mismo: un gobierno decente, cuentas claras, trabajo digno y adecuadamente remunerado, buenos servicios públicos, incluyendo una sanidad y escuela de calidad para todos... No creo que en eso sean los catalanes diferentes. La cuestión es si el gobierno de Artur Mas está respondiendo a esas legítimas aspiraciones. Lo demás, como dicen en Mediamarkt, son tonterías.
Si no consigues lo que te gusta, será mejor que te guste lo que consigues. Pues bien, no hay forma de que nadie se aplique este principio de Shaw. La política, dicen, es el arte de conseguir lo imposible. Más bien, diría yo, el arte de la insatisfacción insaciable, que no está mal si de ello hay bien. El que es nacionalista moderado, si tal cosa existe, agudiza su posición si otro empieza a arrebatarle mercado electoral con su nacionalismo más agresivo. No hay forma de que el nacionalismo vaya a menos. Siempre a más. Y el que pide cada vez más choca con el otro nacionalista que se empeña en dar cada vez menos, salvo que se necesite para gobernar, y quien dice gobernar dice no bajarse del burro salvo casos de urgente y extraordinaria necesidad propia. En tales casos, se le da lo que está escrito y lo que no. Pensemos en aquella afirmación de Jordi Pujol, recogida por el autor de este blog en su libro de conversaciones entre el presidente González y Roca, cuando decía algo así como que había sacado más en una semana de Aznar que en muchos años a Felipe González. Así que, la evolución de las reivindicaciones depende mucho de lo que consigan otros en la misma trinchera y todavía más de lo que necesite el que se niega a reconocer nada desde la trinchera de enfrente. Vamos, que habrá pacto fiscal, no tanto por imposición de las pretensiones catalanas como por la venalidad de los infantes castellanos para mantener su gobierno a toda costa. Y esa es un poco mi visión de esta historia del quiero y no puedo, salvo cuando no se puede negar el no quiero por propio interés del que puede.
Y por lo demás, dice Scalfari en La Reppublica, que los españoles somos hidalgos orgullosos. Sí, hidalgos del 'dame algo' a la salida de una iglesia, pero sin dejar de dar lo que nos pidan con tal de evitar el colapso. Se queja Draghi en su conversación privada con el periodista que los españoles no terminan de consumar la petición del rescate, lamenta su parsimonia, su lentitud para resolver. Y es verdad. Es verdad que el BCE es el que puede moverse, pero no lo es menos que es España la que debe dejar de arrastrar los pies. Uno es el que puede, la otra solo debe, por más que disimule. Y al final, como decíamos de niños, nos la cargaremos, en el sentido de que se nos cargarán. Ya los arrastró con ocasión de la aprobación de los presupuestos por razones andaluzas. Ahora no sé muy bien cuáles serán las razones. Lo vemos en el IVA. ¿Cuánto tiempo van a andar dándole vueltas al cómo y al cuándo? Uno quiere creer que hay razones profundas que uno desconode, pero muy bien podría ser que no supieran por dónde les da el aire. Subir el IVA, y hacerlo como se proponen, es un atentado contra su programa y contra su propia palabra. Quizás por eso andan remoloneando, o como hacía aquel personaje de Amanece que no es poco, andan en zigzag con el fin de que al alargar el camino y así ganar tiempo para encontrar alguna justificación a tanta contradicción.
Bien, y en este momento nos informan de que ya estamos intervenidos hasta las cachas. Y bien podría decirse de la gestión gubernamental hasta este momento que no les perdió tanto el rescate en sí como el empeño en negar el rescate. Lo mismo les pasó con el atentado y la mentira sobre el atentado, que fue la que finalmente les hizo trizas.
Dice Duran que con Galicia, Cataluña y País Vasco íbamos que chutábamos, que todo el resto de autonomías sobran, que solo se han constituido para rebajar la autonomía catalana. Puede ser, pero también puede ser que algunos piensen que todo gira a su alrededor. Del heliocentrismo al catalanocentrismo sin escalas.
El gobierno ha subido el IVA y su grupo parlamentario ha cantado: ¡viva! Ya cuando nos metieron en la guerra de Irak recibieron la mala nueva con aplausos y hurras. Qué harán cuándo les toque la lotería de verdad. Lotería, a eso me sonaba esta mañana el discurso de Rajoy, bien que una lotería al revés. Andaba pendiente media España de qué números caerían, cuáles serían los números agraciados que harían desgraciados a mucha gente. Once de julio, sorteo extraordinario del IVA, como el de Navidad pero sin bombo, fuera del que se da su particular niño de San Ildefonso, en este caso, un hombrecito de Santiago de Compostela, registrador que ha hecho de la contradicción su profesión. Nada ha dicho de gravar a los más, prepotentes iba a decir, a los más pudientes y que si en algo se diferencian de nosotros, como diría Hemingway a Scott Fitzgerald, es que ellos tienen más dinero. Y lejos de ir a menos irán a más como los que tienen menos irán a más pobres.

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