Del oratorio de San Felipe a la plaza Tahrir
Ciudadanía y periodismo iban de la mano hace 200 años y van de la mano ahora mismo. Nacieron juntos en el oratorio de San Felipe Neri de Cádiz, con la proclamación de la Pepa, en un día de San José como el de ayer, y enlazados andan hoy mismo allí donde la libertad pugna por nacer, en la Siria mártir que muere bajo las balas de Bachar el Asad o en la cairota plaza de Tahrir, constituida en símbolo de los combates por la democracia de nuestra época.
No puede haber ciudadanía sin libertad de expresión, ni libertad de expresión sin ciudadanía. Las nuevas formas de comunicación han conducido a que la fusión entre ambos conceptos, el periodismo ciudadano, se convierta en la forma más puntera del periodismo y en la más activa de la ciudadanía. “Nosotros somos la democracia”, recita el rapero y poeta David Bowden en su vídeo Citizen journalism. Lo cuenta con historias de primera mano y agudo sentido de la observación la periodista catalana Lali Sandiumenge, en su libro Guerrillers del teclat. La revolta del bloguers àrabs des de dins (La Magrana), que ha venido siguiendo desde hace casi una década a los ciberactivistas egipcios, tunecinos, saudíes y bahreiníes.
Hay un concepto reduccionista que considera la expresión a través de la palabra o de la imagen como una forma meramente instrumental. Es lógico porque es el mismo léxico el que nos conduce a la confusión, al hablar de medios de expresión o de comunicación. Desde Cádiz hasta Tahrir comprobamos la inversión de esta idea de mediación neutra. Comunicar es actuar. Expresar ideas, argumentar, deliberar, es parte esencial de la misma democracia. No son medios, son fines democráticos.
El viejo periódico en papel que nació con las ideas de Cádiz organiza y estructura la vida política y construye la democracia, al igual que las redes sociales derrocan ahora las dictaduras y se constituyen en la forma más directa de intervención política, de ciudadanía. No es extraño que la crisis de gobernanza que sufre todo el mundo, empezando por las más viejas democracias representativas, ni sus efectos sobre el universo políticamente petrificado que era el mundo árabe, tenga una estrecha correlación con la crisis del viejo periodismo y el ascenso del periodismo ciudadano. Tampoco lo es que la renovación de la democracia y la búsqueda de formas nuevas de participación lleguen también con tecnologías de punta que permiten conectarnos a mayor velocidad, romper fronteras y censuras, construir comunidades virtuales y en definitiva conferir mayores poderes de acción a los ciudadanos.
No todo es bueno en el periodismo ciudadano, al igual que no todo era bueno en el viejo periodismo. No hay que “creer que la conversación con los lectores, la intercomunicación, puede sustituir a la indagación de los hechos”, tal como señaló Sol Gallego Díez en su conferencia del pasado jueves en la inauguración de curso de la Escuela de Periodismo de EL PAÍS-Universidad Autónoma de Madrid. Tiene toda la razón Soledad cuando reivindica el periodismo como búsqueda de la verdad, como doctrina de la verificación. Así debe ser, por tanto, el periodismo renovado, sin perder nada de lo fundamental del periodismo de siempre.
Cuando las opiniones son sagradas y los hechos según la verdad relativista de cada religión política, no queda ni periodismo ni ciudadanía. De Cádiz a El Cairo, periodismo ciudadano, ciudadanos periodistas.
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