El 'finiquito' de la cuestión catalana

Jordi Pujol escoge bien las palabras. Con intención y dominio de los matices. El finiquito, como es sabido, tiene un doble contenido. Liquida una relación y otorga un pequeño premio. Así es como Pujol considera la propuesta de pacto que le hizo el presidente del Gobierno, José María Aznar, en el año 2000 tras ganar las elecciones generales por mayoría absoluta: "Quería culminar su período de gobierno de ocho años con un finiquito de la cuestión catalana, representada por un entendimiento entre CiU y el PP".
La verdad política es la que importa, más que la verdad histórica e incluso la verdad íntima y personal, totalmente desdibujadas e incluso ajenas a este tipo de escritura, donde apenas se anotan unas observaciones marginales sobre los nietos que van llegando. Después de leer los tres volúmenes sabemos mucho, todo probablemente, sobre las ideas políticas actuales de Pujol pero seguimos sabiendo muy poco de su biografía, sus relaciones familiares, sus amistades, las dificultades internas de sus gobiernos, la vida interna del partido o las relaciones con sus consejeros y sus colaboradores. Con unas pocas excepciones, como la salida de Pere Esteve, que fue secretario general de Convergència y se pasó a Esquerra Republicana, o las reticentes alusiones a Duran i Lleida y su Unió Democràtica de Catalunya: poca cosa y menor, aunque suficiente para vestir el santo.
Pujol confiesa que alimentó la idea de "que quizás si se establecían unas normas de lealtad entre el nacionalismo catalán y las dos principales fuerzas políticas españolas, de izquierda y derecha, podría haber una relación que fuera más allá de la conllevancia entre Cataluña y España". Eso era a mitad de los años 90, hace casi dos décadas. En perspectiva, fue "una ilusión osada", que se ha demostrado "vana con el PSOE y vana con el PP".
Muchos son los motivos para que este nuevo Pujol, totalmente desinhibido respecto al independentismo, exprese su desapego hacia la Constitución española, su disgusto con España y una cierta sensación de fracaso respecto a sus 23 años de Gobierno y su papel en la transición. Los ha enumerado, ahora en sus memorias y anteriormente en el blog de su fundación y en el libro donde recoge sus artículos, titulado Sembrar, treballar, collir. Escrits de reflexió i agitació, 2005-2011.
El giro independentista de Pujol no puede despacharse de un plumazo: además de la sentencia del alto tribunal, hay que considerar los cambios demográficos y migratorios, la globalización o el impacto de la crisis en la economía y en la autonomía catalanas. Pero el elemento que merece una mayor reflexión es ese lance del año 2000, cuando un pletórico Aznar con mayoría absoluta le ofrece incorporarse al Gobierno de España "con ministerios importantes", suscitando en el presidente catalán la diáfana sensación de encontrarse ante una trampa de dimensiones históricas, que le permitiría al PP conquistar Cataluña y liquidar definitivamente la fuerza del nacionalismo con el abrazo del oso.
CiU se ha mantenido fiel, en sus casi 40 años de historia: pactos en Madrid con todos, matrimonio con nadie. Ahora, fruto de la aritmética electoral y de la crisis de la deuda, está sometida a la doble llave del PP: la de la caja y la de los votos en el parlamento catalán. No puede ser mayor la disonancia entre intereses e ideales, objetivos estratégicos y alianzas coyunturales, sólidos pactos con Rajoy y nebulosas promesas emancipatorias. Y por mucho que Pujol pretenda echar una mano con sus memorias, su claridad de exposición y de juicio no hacen más que enervar las contradicciones, expresar la amargura del momento histórico y dificultar el entendimiento con el PP.
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