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En la dacha de Putin

El candidato a la presidencia de Rusia recibe a varios periodistas de los países del G-8 Asegura que no le han sorprendido las grandes marchas de los últimos meses contra su poder

Vladimir Putin, en su despacho de Moscú, el 2 de marzo de 2012.
Vladimir Putin, en su despacho de Moscú, el 2 de marzo de 2012.RIA NOVOSTI / EFE

Llega con dos horas de retraso sobre el horario previsto, pero sus colaboradores nos consideran más bien unos afortunados: “Hizo esperar una hora a la reina de Inglaterra”, dice uno de ellos. Y mientras espera a Vladímir Putin, al pequeño grupo de periodistas internacionales que es recibido por la noche este jueves 1 de marzo para cenar en la dacha gubernamental de Novo-Ogorevo le dispensan todo tipo de atenciones. De modo que todo irá bien, siempre que no nos aventuremos demasiado en la nieve que cubre el claro que rodea la residencia de campo del primer ministro, que optará el domingo a su tercer mandato en la presidencia de Rusia.

A tres días de unas elecciones tras las cuales, según todas las predicciones, le veremos acceder a la presidencia de Rusia por tercera vez en su carrera, Vladímir Putin ha querido reunirse con algunos representantes de periódicos extranjeros (Le Monde, The Times, Handelsblatt, La Repubblica, el japonés Asahi Shimbun, el canadiense Globe and Mail), seleccionados entre los países del G-8, para hablar de su visión del mundo. Y, visiblemente, tratar de tranquilizar a sus socios occidentales tras unas palabras y unos textos de campaña que recordaban a veces a los momentos más hermosos de la Guerra Fría.

En este magnífico bosque de pinos y abedules a 30 kilómetros al oeste de Moscú, la seguridad es discreta pero estricta. Nuestro intento de dar unos pasos alrededor de la hermosa construcción del siglo XIX, amarilla y blanca, es cortado de raíz por un guardaespaldas que sale a la terraza. En Google Earth, consultado en un iPad para tener una vista aérea del lugar, el GPS enloquece, como si estuviese interferido.

Vladímir Putin usa mucho esta residencia ya que prefiere su tranquilidad al bullicio de Moscú. La conservó incluso cuando Dmitri Medvédev se convirtió en presidente y él en primer ministro, hace cuatro años, cuando la Constitución le impidió ambicionar un tercer mandato consecutivo. Putin no vive en la bonita casa amarilla y blanca, reservada a las funciones oficiales, sino en una gran construcción de madera oscura, moderna (su fecha de construcción es aparentemente información clasificada), que vemos furtivamente junto al camino al llegar. Es ahí, en el sótano, donde se encuentra la piscina en la que nada todos los días. A sus 59 años, el excoronel del KGB se mantiene en una forma física perfecta, a costa de practicar una hora de deporte al día. No es de los que se deja sorprender enviando SMS en plena reunión: no tiene teléfono móvil. “No es un fan de la vida digital”, señala su portavoz, Dmitri Peskov. “Prefiere la vida de verdad”. Peskov nos anunció que estaba cansado por una campaña electoral que le ha obligado a pasar cuatro días por semana en avión, para recorrer la inmensidad de Rusia y sus nueve husos horarios. Putin, sin embargo, no daba muestras de ello.

A sus 59 años, el excoronel del KGB se mantiene en una forma física perfecta, a costa de practicar una hora de deporte al día

Su rostro está perfectamente liso, ni una arruga ni ojeras, y su tez es uniformemente clara. Sus ojos son azules y penetrantes, quizás glaciales, y dejan escapar una chispa de exasperación cuando una palabra le disgusta. Vestido con un riguroso traje negro, el hombre va directo al grano, se sienta delante de un plato de cangrejo de Kamchatka, que no toca, y se muestra dispuesto a someterse “a todas las preguntas”, prescindiendo de los gestos cálidos, reales o fingidos, a los que son tan aficionados nuestros políticos en campaña.

Salpicada de manifestaciones sin precedentes en las grandes ciudades, esta campaña electoral ha sido única. La nueva clase media, frustrada por un clima político paralizado, saturada de corrupción y de promesas incumplidas, hizo que su voz se oyera claramente. ¿Sorprendió a Vladímir Putin la importancia de este movimiento de protesta, desde el 5 de diciembre, el día después de unas elecciones legislativas marcadas por graves acusaciones de fraude? En absoluto, nos asegura, decididamente positivo: “¡Ustedes, en Europa, no se sorprenden cuando millones de personas se manifiestan contra la crisis! En Rusia tampoco hay nada sorprendente en que la gente, después de la crisis, concentre sus críticas en el partido en el poder. Personalmente, estoy muy contento porque esto nos obliga a pensar en soluciones y a comunicarnos con la sociedad. Es una muy buena experiencia para Rusia”. ¿Comunicarnos? Pero la oposición “no sistémica”, según la bonita fórmula en boga por aquí para designar a los que manifiestan su disconformidad, le acusa de negarse al diálogo. Se defiende de esto enérgicamente: “Dialogo todos los días con gente de provincias, en el campo, en la calle”.

¿Por qué se ha negado constantemente a debatir con sus adversarios, los otros candidatos a las elecciones presidenciales? La pregunta parece sorprenderle, como si la confrontación de ideas fuese superflua. “Los conozco desde hace mucho tiempo”, afirma, “y conozco bien su programa. Por eso debatir sobre un fondo de promesas populistas no me parece interesante. No es el debate lo que cuenta, es el resultado”.

En Rusia tampoco hay nada sorprendente en que la gente, después de la crisis, concentre sus críticas en el partido en el poder

De hecho, Vladímir Putin no tiene ninguna consideración por sus oponentes, “sistémicos” o “no sistémicos”. Confirma que, si resulta elegido, nombrará primer ministro a Dmitri Medvédev, lo que confirmará un cambio de cargos inédito, cuyo anuncio en otoño dio inicio a las protestas. “Habíamos acordado”, recuerda, “que el que tuviera más posibilidades de resultar elegido se presentaría a la presidencia. ¿Qué hay de inusual en esto?”. Aquellos que en las manifestaciones acusan a su partido de ser el de “los estafadores y los ladrones” no hacen más que retomar “un eslogan político”. “Los propios líderes de la oposición estuvieron en el poder. Fueron ministros, gobernadores, dirigentes parlamentarios. Dirigieron el proceso de privatización. Este eslogan también les concierne”.

¿Conoce a Alexei Navalny, el nuevo héroe de la calle, el joven abogado que denuncia en su blog, con una eficacia temible, asuntos de corrupción a alto nivel, aportando documentos para demostrarlos? “He oído ese nombre”, dice primero, con ligero desdén, el primer ministro, antes de atacarle sobre su experiencia pasada con un gobernador regional. “Pero por supuesto, todas las iniciativas contra la corrupción son útiles. ¡Pero hablan de corrupción como si en sus países no hubiera! Existe, incluso en sus Gobiernos”.

Putin niega rotundamente la idea de que solo le apoya la Rusia profunda, mientras que la clase media urbana, que ha surgido y prosperado bajo su mandato, el grupo social en el que debe apoyarse para modernizar el país, lo rechaza. “Se equivocan”, lanza acusador. “¿Conocen las cifras? Estoy permanentemente en contacto con las asociaciones de empresarios y con la comunidad empresarial. Y no puedo estar de acuerdo con el hecho de que el campo no representa a la modernidad. El año pasado, Rusia fue el tercer mayor exportador de trigo”. Una vez dicho esto, admite que “la clase media tiene más reivindicaciones en lo que se refiere a injusticia, corrupción y arbitrariedad. Puedo entenderlo y comparto esta inquietud, el poder tiene que ser más eficaz”.

Hablan de corrupción como si en sus países no hubiera! Existe, incluso en sus Gobiernos"

Al tomar nota de las protestas, Vladímir Putin reconoció en uno de los artículos que ha hecho publicar en la prensa desde enero que Rusia sufría todavía unas importantes limitaciones políticas y sociales. El jueves por la noche, rebate las preguntas sobre su responsabilidad personal o sobre su voluntad de mantenerse a toda costa en un poder que ocupa desde hace 12 años: “Todavía no he pensado en eso”, asegura cuando se le pregunta si volverá a presentarse en 2018, para un cuarto mandato. No ve realmente “errores graves” que tenga que reprocharse en esos 12 años. Pero admite de buena gana que la corrupción sigue siendo “un problema, un hecho. Existe por todas partes, quizás más en nuestro país, está relacionado con la naturaleza de nuestra economía y con la falta de marco jurídico”.

Por lo demás, parece que Vladímir Putin quiere dar una imagen esta noche, si no de apertura, al menos de moderación. Tras el veto chino-ruso a la resolución de la ONU que tanto conmocionó a los occidentales, guarda sus distancias con el régimen de Bachar el Asad, cuyas posibilidades de supervivencia se niega a vaticinar. En cuanto a Irán, el hombre que promete en su programa electoral invertir más de 500.000 millones de euros a lo largo de diez años en la modernización del equipamiento militar ruso, se niega a aumentar la tensión y promete que Rusia “hará todo lo posible por evitar un conflicto armado”.

Sobre Estados Unidos, finalmente, Putin evita ostensiblemente retomar las diatribas antiestadounidenses que se han escuchado a menudo en su retórica en estos dos últimos meses. Hasta los dirigentes de la eurozona merecen su atención: quizás algunas decisiones “han tardado demasiado”, pero “no me corresponde a mí opinar”. ¡E incluso “mi amigo Berlusconi” está lleno de admiración por “el trabajo de kamikaze” del primer ministro italiano, Mario Monti!

Son las 22.30, el postre y el té ya se han servido. El primer ministro acepta una última pregunta sobre su mujer, Ludmila, que ha desaparecido totalmente del espacio público. “No es fácil para ella”, señala, dando a entender que no volverá al primer plano. “No es un personaje público, los medios de comunicación son crueles. Los miembros de mi familia no son candidatos, les gustaría que les dejasen tranquilos”. Vladímir Putin anuncia el final de la velada ya que le espera otra velada, de hockey sobre hielo esta vez: “Ya hace media hora que me esperan”. Claramente, la afronta con más placer.

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