Un poder por encima de cualquier otro
La responsabilidad es del general. No de sus soldados ni siquiera de sus comandantes. Quién ha dado las órdenes, ha impuesto estos códigos de guerra y ha establecido estas costumbres es el jefe supremo de estos ejércitos. Ahora los tribunales pueden caer sobre alguno de sus más osados peones o alguno de los capitanes más descarados, pero el mérito de las victorias y de las derrotas, así como de las armas utilizadas en estos combates es enteramente suyo.
Decir que es periodismo sensacionalista es quedarse muy corto: se puede hacer sensacionalismo atendiendo a un cierto código de la comprobación y de la verdad, unas reglas de juego y unas mínimas normas de decencia. También nos quedamos cortos si atendemos a la calificación de periodismo-basura. Si tenemos fast-food, comida repugnante que produce adictos, obesos y enfermos, ¿por qué no debiéramos contar también con una alimentación de la misma ínfima calidad para nuestra mente? La metáfora es buena, pero insuficiente. Sirve para comprender parte del fenómeno, pero no agota, ni mucho menos, la profundidad del mal que tiene que describir. El producto es basura, pero los objetivos que se persiguen son algo mucho peor y mucho más serio.
Tampoco sirve su calificación como una colusión entre políticos y periodistas o editores de medios. La hay, y en grado sumo, sobre todo por parte de los políticos británicos. Pero el problema que representa Murdoch tiene todavía más cuajo. Estamos hablando de un poder global con capacidad de influencia e incluso de decisión en países cruciales como son Estados Unidos y Reino Unido. Y de un conglomerado de medios en el que cabe todo, desde el periodismo convencional hasta el sensacionalista, y también la basura, claro, que sale de su factoría en mayores cantidades y con mayores facilidades que de cualquier otro conglomerado de medios.
Como todo poder que desborda fronteras la única ley ante la que está dispuesto a inclinarse es su propia ley, la que el patrono impone en defensa de sus intereses. Las leyes nacionales están para ser eludidas. A los gobiernos hay que situarlos en posición de debilidad, ayudando primero a ganar las elecciones a los amigos y luego sometiéndoles a una constante presión para obtener favores, licencias y mejores posiciones de poder e influencia.
Murdoch manda más que muchos gobiernos, pero además ha querido y a veces conseguido mandar más que los gobiernos de Su Majestad británica. Hay muchas cosas del mundo tal como es hoy mismo en las que Murdoch ha dejado huella: la posición de Londres contra el euro no se entiende sin Murdoch, la fuerza del Tea Party, la polarización de la política estadounidense, la guerra de Irak o el respeto enorme que suscitan las autoridades comunistas chinas entre los medios de comunicación conservadores.
Un poder por encima de cualquier otro poder es un peligro público. Alguien que puede sobornar policías, ganar elecciones, hacer y deshacer gobiernos, arruinar carreras políticas y marcar la entera agenda política mundial supera cualquier cosa que hayamos visto hasta ahora en la historia de los medios. Sólo la concentración de poder mediático y político conseguida por Berlusconi, con la salvedad de que en este caso se circunscribe a Italia, se acerca en algo a lo conseguido por Rupert Murdoch a nivel global.
News Corporation es un poder trasnacional superior al de muchos estados e instituciones internacionales; una de las más concretas muestras de cómo funciona el poder en el nuevo mundo global, desplazado cada vez más hacia Asia, pero estructuralmente hacia entidades no estatales que escapan a todo control y escrutinio democrático, eso en el caso en que no se dediquen directamente a combatir cualquier forma de legalidad y de democracia. Y el percance sufrido ahora por Murdoch con las escuchas ilegales organizadas por sus directivos británicos es solo un caso ejemplar de hybris, el exceso arrogante de un poder sin límites, que conduce a la perdición de quien no tiene la capacidad para limitarse a sí mismo cuando los otros ya han renunciado a hacerlo.
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