Juntos podemos volver a levantar Europa
El exministro de Defensa e Interior francés con Mitterrand reflexiona sobre una unión europea de defensa
La política exterior francesa se ha desarrollado desde hace años en función de dos grandes opciones: la construcción europea, de acuerdo con la visión expuesta por Jean Monnet inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, y la independencia nacional, por la que luchó el general De Gaulle desde el momento de vuelta al poder en 1958. Estas dos opciones eran contradictorias: en cualquier caso, la primera sólo es comprensible porque Francia, después de casi desaparecer dos veces durante la primera parte del siglo XX (en 1914-1918 y en junio de 1940), había llegado a un punto en el que tenía dudas tan profundas sobre sí misma que prefería sustituir la idea de nación por la de Europa.
Gran Bretaña intenta influir en EE UU con una relación muy estrecha. Francia busca lo mismo por medios distintos: independencia, aunque dentro de la alianza
No era ésa la opinión del general de Gaulle, que no creía en la supranacionalidad, pero que sí estaba dispuesto a construir una "Europa de las naciones". Su objetivo, según lo definía él, era el nacimiento de una "Europa europea", que administrara su propio destino.
La crisis actual de la moneda única refleja el punto muerto al que ha llegado la Europa supranacional. Alemania se llamaba a sí misma federalista en la época en la que estaba dividida. El proyecto francés de enterrar la reunificación alemana dentro de una Europa federal (el propósito fundamental del Tratado de Maastricht) ha fracasado, como era previsible desde hacía mucho tiempo. Curiosamente, éste es el momento histórico que ha escogido el presidente Sarkozy para que Francia vuelva a incorporarse a la organización militar de la OTAN, con el extraño pretexto de facilitar la implantación de la "Defensa europea".
Como consecuencia, la diplomacia francesa tiene una doble resaca, podrían decir nuestros compañeros de borrachera: Alemania ha arrastrado a Europa (o por lo menos a la Eurozona) a una obsesión por rivalizar en rigor económico que está conduciéndonos a un callejón sin salida histórico. Francia no se atreve a desafiar la política de Angela Merkel porque se resiste a poner en tela de juicio las reglas del juego que François Mitterrand aceptó en su día, con la idea de que podría cambiarlas cuando llegara el momento apropiado, pero que ahora han demostrado ser completamente inadecuadas e imposibles de cambiar en lo esencial: la moneda única es una divisa sobrevaluada que está asfixiando todas las economías de Europa excepto la de Alemania. El euro es una variable de ajuste entre el dólar y el yuan chino y nosotros estamos atrapados en las garras del G2 (Chinamérica). No parece nada probable que el G20 pueda ayudar a que la presa se suelte: Europa, que es un mercado de compradores, está desindustrializándose y, a escala mundial, quedándose marginada. Y el Banco Central Europeo no cree tener la autoridad suficiente para itnervenir en los mercados de deuda con el fin de acabar con la especulación y salvar el euro. La moneda está condenada al fracaso salvo que se modifiquen por completo las reglas del juego.
Esta perspectiva es aún más inquietante porque, además, la diplomacia francesa ha seguido los pasos de la diplomacia estadounidense. Pero a Estados Unidos le preocupa cada vez menos Europa. Se vuelve cada vez más hacia el Pacífico y está obsesionado por el ascenso inevitable de China. La diplomacia francesa está desorientada, pero podría volver a orientarse enseguida si recuperase la idea de una "Europa de las naciones" de estilo gaullista, cuya vocación fuera existir entre Estados Unidos y China.
¿Es éste el camino trazado por los acuerdos anglo-franceses firmados en Londres en noviembre de 2010? Evidentemente es muy pronto para saberlo, por muy deseable que sea esa perspectiva. Las relaciones con el Estados Unidos de Obama han dejado de ser un tema conflictivo entre los dos países. Gran Bretaña intenta influir en Estados Unidos a base de seguir manteniendo una relación muy estrecha. Y Francia busca el mismo objetivo por unos medios opuestos: independencia, aunque dentro de la alianza.
Habría que volver a estudiar el proyecto británico de "divisa común" presentado en 1988-89, que, a diferencia del proyecto de moneda única que se tragó las monedas nacionales, preveía una coexistencia de todas ellas bajo un techo europeo común.
Nuestras dos viejas naciones podrían estrechar sus lazos con mucha más facilidad si Francia, en un futuro próximo, logra superar la crisis nacional que padece desde la Primera Guerra Mundial y que la dejó desangrada, aislada dentro de Europa y enfrentada consigo misma.
Esos tiempos han quedado atrás.
Y Gran Bretaña debe reflexionar sobre su futuro con Europa, una gran Europa que se extienda desde el Mediterráneo y África hasta Rusia. Juntas, nuestras dos naciones pueden volver a levantar Europa. Así podremos ayudar a Europa y, al mismo tiempo, ayudarnos a nosotros mismos.
Jean-Pierre Chevènement fue ministro de Defensa e Interior de Francia y es senador del Territorio de Belfort | Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
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