Imágenes del fin del mundo
Estamos ya preparados para la retransmisión en directo del fin del mundo. La proliferación de cámaras en manos de cualquier ciudadano y la rapidez con que los equipos de televisión se suben a los helicópteros nos permite pensar que, efectivamente, estamos ya preparados para ver en directo las peores catástrofes que puedan ocurrir sobre el planeta. Hace diez años ya de aquel directo tenebroso, que nos permitió seguir con el aliento cortado el impacto de dos aviones de línea sobre las Torres Gemelas de Nueva York. Ahora la avidez icónica generada por una hiperabundancia tecnológica nos ha proporcionado las imágenes insólitas y terribles de la ola gigante arrastrando cuanto encontraba y de una central nuclear en el momento en que se producía la explosión, todo en directo.
Imaginemos por un momento qué imágenes recibiríamos de Ras Lanuf, az-Zauiya o Brega tras los bombardeos de la aviación y el paso de las tropas mercenarias de la familia Gadafi. Los equipos televisivos y los camarógrafos improvisados sí tienen prohibición de sobrevuelo y de circulación en el espacio libio y de ahí este vacío de imágenes que sólo la traslación del horror japonés nos permite evocar. Si pudiéramos contar con ellas probablemente seríamos capaces de realizar un ejercicio comparativo sobre la minúscula entidad de los seres humanos, sus habitáculos y sus pertenencias vistas a ojo de pájaro.
Zarandeados por la ola gigante o bombardeados desde un caza los humanos, sus automóviles, sus casas y sus enseres son como las hormigas y la hojarasca regadas y pisoteadas por un niño. Tenemos ya las imágenes cuando este niño es una fuerza incontrolada e incontrolable, pero no podemos ver lo que hace cuando es un dictador impune al que somos incapaces de parar los pies. Las hemos comparado con la iconografía del cine hollywoodiense de catástrofes, en la que todo lo que pueda suceder ha sucedido ya como fruto de la imaginación de un guionista y de la excelencia de los efectos especiales. Olvidamos un rastro icónico más antiguo, principalmente en la pintura flamenca, de imágenes del mundo en convulsión vistas desde un ojo celestial que contempla los últimos días de la humanidad.
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