El desgobierno europeo
El volcán de nombre impronunciable es el responsable de este examen que la UE está suspendiendo. Nos hemos dado cuenta, de pronto, que las decisiones pueden tomarse automáticamente sin que nadie se haga responsable ante los ciudadanos de sus consecuencias. Unos vulcanólogos que trabajan con un modelo matemático nunca experimentado –y que se ha revelado erróneo— han aconsejado el cierre de los cielos a una agencia de coordinación del tráfico, y a partir de ahí los gobiernos han ido decidiendo cada uno de ellos independientemente pero todos en la misma dirección, sin apenas coordinarse en nada. Cinco días han hecho falta para que se convocara un consejo de Transportes de la UE por vídeo conferencia, donde los 27 ejecutivos han empezado seriamente a tomar en sus manos la responsabilidad de la crisis.
Es evidente que la gestión de la navegación aérea y del tráfico aeroportuario escapa a las decisiones soberanas que puedan tomar los 27 gobiernos democráticamente elegidos y celosos cada uno de ellos de su independencia. Pero no hay autoridad alguna capaz y habilitada para tomar decisiones, que son necesariamente políticas, sobre cómo enfrentarse al riesgo que suponen la cenizas del Eyjafjalla para los aviones y cómo organizarse para seguir asegurando la movilidad dentro de la UE. No tiene competencias la Comisión. Tampoco las tiene Eurocontrol, que ya hace suficiente con controlar y coordinar el tráfico.
Sólo un inexistente gobierno europeo podría haber organizado con la mínima eficiencia exigible toda la compleja operación de repatriar primero a los que han quedado colgados por la suspensión de los vuelos; organizar los transportes alternativos que garanticen la continuación de la actividad; y, lo más importante de todo, hacerse cargo del control de un riesgo móvil y errático, que puede prolongarse durante un tiempo indeterminado, como son las nubes de cenizas, para actuar luego en consecuencia, abriendo y cerrando espacios aéreos en función de la actividad del volcán.
El estado actual de la navegación aérea es un ejemplo óptimo de cómo el cambio tecnológico y la globalización destruyen las fronteras y las soberanías nacionales. Buena parte del funcionamiento de nuestras sociedades, las economías e incluso la actividad política, dependen del desplazamiento diario por vía aérea de centenares de miles de personas. En estas alturas donde circulan los aviones puede haber cenizas volcánicas pero lo que no hay, sin duda alguna, son soberanías nacionales. Mientras naciones, regiones y nacionalidades se debaten en discutir sobre identidades, competencias, soberanías e independencias, la velocidad con que cambia el mundo nos deja sin gobierno efectivo. No sabemos cuanto va a durar la erupción del volcán. Pero lo peor de todo es no saber cuánto tiempo podemos estar con la miseria política de esta desunión europea y este desgobierno.
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