Dónde han ido los pájaros de Buchenwald
Jorge Semprún rememora el día en que hace 65 años fueron liberados los presos del campo nazi
Día gris, nevado, hielo puro en Buchenwald. Parece un calco de lo que vivieron Jorge Semprún y miles de supervivientes del horror de este campo de concentración nazi hace 65 años, cuando las tropas aliadas les comunicaron que ya estaban libres.
Semprún dice, en su libro La escritura o la vida, sobre ese momento terrible de Europa, que ese 11 de abril nevaba sobre Buchenwald, y aún así los supervivientes salieron a los caminos, con sus armas, a celebrar la libertad.
Trescientos de esos supervivientes han escuchado a Semprún rememorar ese momento de sus vidas; el relato del escritor español, que ha dedicado gran parte de su obra a esa memoria, es una pieza que prolonga aquel libro fundamental para entender la raíz herida de su memoria europea.
Las edades de los supervivientes hacen presagiar una resta progresiva de la memoria que ellos representan, de modo que este testimonio y los que hoy se escuchan en Buchenwald parecen el campo de batalla a favor del recuerdo, en contra del olvido.
Hay gente de la edad de Semprún, que vino muy joven al campo, y que tiene 86 años, como su compañero asturiano Vicente García, o de la edad del cordobés Virgilio Peña, que tiene 96 años y una jovialidad que le lleva a hablar en metáforas llenas de buen humor. "Tengo más años que un olivo". "Aquel día llorábamos de alegría lágrimas que parecían babas de vaca". Y hay un austriaco, Leitiger, que es el más veterano de todos, tiene 104 años.
Practican aquí, en este campo desolado, la ceremonia de la fraternidad contra el Mal. La frase es de Andre Malraux, y Semprún la cita reiteradamente en ese libro, La escritura o la vida. "Si recupero esto", escribe Malraux, "es porque busco la región crucial del alma donde el Mal absoluto se opone a la fraternidad".
Una joven historiadora alemana, de Weimar, que organiza ahora exposiciones sobre el dominio nazi y sus consecuencias humanas y políticas en Alemania y en el mundo, nos hablaba precisamente de esto, antes de que los sobrevivientes se juntaran bajo el frío helado del campo de concentración. Ella, Johanna Wensch, una joven estudiosa del pasado nazi, nos decía que empezó a estudiar este periodo porque se preguntaba cómo su abuelo pudo participar en el proceso nazi; muchos lo hicieron por cobardía o porque eran antidemócratas, "gente que no creía en la fraternidad, en el respeto al otro".
Esa es la raíz de la conmemoración, la reafirmación de la fraternidad, y de ello hablan todos los discursos de hoy, incluido el de Semprún, y de ello hablan los viejos militantes que han acudido aquí detrás del señuelo de una alegría que vino después de un sufrimiento indecible, de días que fueron así, como relata Semprún: "Podría contarse un día cualquiera -empezando por el despertar a las cuatro y media de la madrugada, hasta la hora del toque de queda: el trabajo agobiante, el hambre perpetua, la falta permanente de sueño, las vejaciones de los kapos, las faenas en las letrinas, las schlague (golpes) de los S.S., el trabajo en cadena en las fábricas de armamento, el humo del crematorio, las ejecuciones públicas, los recuentos interminables bajo la nieve de los inviernos, el agotamiento, la muerte de los compañeros..."
Esa es la esencia, y el leit motiv es esa reflexión sobre el Mal. Sobrevolando, valga la expresión, los pájaros, o su ausencia. Cuando se produce la liberación, aquel 11 de abril de hace 55 años, Semprún le comentó a uno de los soldados que acudieron a liberarles que no había pájaros, que los pájaros habían huido, que no había pájaros sobre Buchenwald. Porque huyeron del olor de los hornos crematorios. Cuando se adentró en los bosques, hacia la casita que fue de Goethe, Semprún descubrió los pájaros, sintió su rumor, sus trinos, y quedó presa de un ataque, "casi irresponsable", dice, de alegría. Hoy en Buchenwald no había pájaros; los he buscado con la mirada, he querido escuchar sus trinos; no hay, el frío será esta vez el que lo ha ahuyentado, en medio de una atmósfera de una extrema melancolía, como si el tiempo estuviera enviando su propio mensaje de fraternidad pero también de rabia por lo que quedó en el tiempo como la metáfora de un olor terrible.
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