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Quedó la escoba

La autogestión de los vecinos suple en Concepción la falta de alimentos.-La mayor desvastación está en la zona costera, en la que un tsunami se sumó al terremoto.- Las falsas alarmas y el toque de queda mantienen la tensión

El terremoto del gobierno. También los desastres tienen sus ritmos. Hay una Concepción de noche y una Concepción de día. El día trae las noticias. Por ejemplo, hoy, que el toque de queda se mantiene entre las 6 de la tarde y las 12 del mediodía (cuatro horas más en España). Por ejemplo, que la alcaldesa de la ciudad, Jacqueline van Rysselbergue, será nombrada nueva intendente regional por el presidente electo, Sebastián Piñera, que la semana que viene, el día 11, tomará el relevo de Michelle Bachelet. "No seremos el gobierno del terremoto sino el de la reconstrucción", decía Piñera esta mañana en la radio. Traducción: el del terremoto es el gobierno saliente. Los viejos del lugar, y aquí los viejos del lugar son los que vivieron el terremoto de 1960, el más potente de la historia desde que hay mediciones (9,5 en la escala de Richter), dicen de Piñera ya ha empezado su carrera para desactivar a Bachelet como posible rival dentro de cuatro años. Antes del seísmo, la presidenta en funciones tenía el mayor índice de aprobación de un presidente chileno durante su mandato.

Concepción de noche. Con el toque de queda desaparecen de las descabaladas calles de Concepción la colas de automóviles en busca de gasolina y agua. Y de noticias. La luz y el agua corriente van regresando por barrios y eso multiplica los viajes. Lo que no han vuelto son los alimentos, una escasez que la gente suple amasando pan en hornos de butano, estirando el arroz todo lo que puede o haciendo mermelada con las moras que dio tiempo a coger de las colinas mientras se esperaba el sábado que pasara todo. Al movimiento de la tierra le siguió un tsunami en la costa y a éste, "el terremoto social", como lo llaman los vecinos: saqueos, pillaje, miedo, incendios y toque de queda. "Por primera vez me alegro de ver a los milicos en la calle", dice un hombres sentado en la puerta de su casa después de que pase una tanqueta del ejército entre los aplausos.

Por si acaso, no obstante, al caer la noche hay piquetes que, por miedo a que se reproduzcan los distubrbios, hacen turnos de vigilancia después de cerrar los accesos con una barricada y una hoguera. "No pongamos neumáticos, que contaminan todo", pide una maestra jubilada en el barrio universitario. "La trajeron los de Agûita de la Perdiz. Ellos la hacen así. La quitaremos", le contesta otra vecina mientras establece los turnos de vigilancia a la vez que trajina con varios trozos de carne en una parrilla improvisada. Agûita de la Perdiz es un barrio lumpen cuyos habitantes desfilaron el domingo delante de los universitarios llevando carros de supermercados llenos de comida, sillas de oficina y televisores. La gente les tenía miedo pero han terminado ofreciéndo su ayuda a los otros barrios: consiguen pañales para los niños, agua mineral y pan para casi todos. "Si yo hubiera tenido cabros chicos (niños jóvenes) tal vez hubiera robado también antes de dejar que pasaran hambre", dice un hombre que acude a la piscina de otro con un cubo para buscar agua. Mientras dure la escasez todo es de todos. Es la cara que no sale en los flashes de urgencia porque la supervivencia no es noticia y las cámaras empiezan a largarse a otro frente. Lo avisaron los clásicos: también la compasión tiene su aritmética.

El purgatorio y el infierno. Ah, el infierno, siempre es una garantía: garantiza un buen titular. Vamos con él, pues: Concepción no es el infierno. El infierno es Talcahuano, a 10 kilómetros, en la costa. El sábado por la noche, una hora después del terremoto llegó un tsunami desde el Pacífico que ha dejado, cinco días después, un panorama de ésos que suelen llamarse dantesco (un clásico del infierno): una palma de lodo mezclado con cadáveres de peces que se pudren al sol; tres barcos de pesca empotrados en la fachada de un taller de neumáticos del puerto, el tejado hundido del mercado de abastos, un resto de humo en el mercado Santa Isabel, arrasado durante los disturbios del domingo, colas de gente en la plaza de armas, en la que el ayuntamiento ha quedado inutilizado y la estatua de Arturo Prat, prócer de la armada chilena, se ha movido de su peana. En Talcahuano están los astilleros ASMAR, en los que se construía, dentro del proyecto Medusa, una de las joyas de la corona del bicentenario de la independencia: el más moderno buque científico del cono sur. Según algunos testigos, la ola lo sacó del dique seco y lo colocó violentamente "en un jardín". En Talcahuano se respira una tensión que poco a poco se va disipando en Concepción: ayer una falsa alerta de tsunami crispó aquí los nervios y la temida "gente de los cerros" sigue entrando en las tiendas quemadas en busca de lo poco que quede. Ante la presencia de los militares, algunos saltan la veja del Santa Isabel a toda prisa. Detrás de ellos llega un colega rezagado que antes de saltar prueba si la puerta está abierta. Y lo está.

Quedó la escoba. Es posible que la expresión "quedó la escoba" esté en el diccionario de americanismos que iba a presentar la Real Academia Española en el abortado congreso de la lengua de Valparaíso. Es la que más han usado esta semana los chilenos. En español de España significa que no quedó nada después de una fuerza devastadora. La gente en el gran Concepción está enfadada con su gobierno por dos cosas: porque tardó en sacar las fuerzas de seguridad a la calle y porque no alertó del tsunami que arrasó la costa una hora después del terremoto. Por lo demás, la mayoría sobrevive y ayuda a sobrevivir. Los discursos quedan para Santiago, a 500 kilómetros de distancia. Lo único que esperan todos es que los perros no empiecen a destrozar las bolsas de basura que se van amontonando en la calle después de enterrar todo lo biodegradable. Y que llegue comida antes de que se acabe la que tenían en casa. O la que le llevan los vecinos. La saquen de donde la saquen.

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