El día en que todos fuimos haitianos
Como sucediera en Irán o en la India, las redes sociales nos permiten estar más cerca de Haití
Siempre hay algo en las tragedias que nos recuerda nuestra irrenunciable humanidad. Aunque estemos en el siglo XXI; o tal vez precisamente por ello.
Dicen que fue el peor terremoto que se haya vivido en Haití en los últimos 240 años, y que la energía liberada equivale a la explosión de 200.000 kilogramos de dinamita. Un terremoto muy superficial (a 10 kilómetros de profundidad) y con epicentro cerca de la capital. Sumemos la condición de vulnerabilidad de buena parte de las edificaciones, y tal vez alcancemos a imaginar el grado de devastación. Tal vez. Cientos de miles de muertos, una ciudad reducida a escombros. La tarde-noche del 12 de enero se movió la tierra, se deslizaron las placas, se cimbraron las conciencias. Quienes hemos vivido terremotos de gran magnitud sabemos que el violento contoneo se inscribe para siempre en la piel; después, si se sobrevive, ya nada es igual.
"Casi todas las luces se han apagado en Puerto Príncipe... la gente sigue gritando pero el ruido muere mientras oscurece", twittea Richard Morse (@RAMhaiti), músico y líder de la banda haitiana RAM. "Otra réplica... la gente grita y enloquece, van hacia el estadio... mucho cántico y rezos abundantes". Porque sí, este terremoto se revistió de las características del siglo XXI: la hipercomunicación, las noticias en tiempo real, la sensibilidad expuesta. Desde el momento mismo en que comenzó el seísmo, fluyeron las informaciones, peticiones, proclamas. Pero no a través de la radio ni la televisión, sino sobre todo en las redes sociales: Twitter, y su capacidad de transmisión casi telegráfica en tiempo real; Facebook, y su flexibilidad para la comunidad de simpatías; los blogs (o bitácoras), y su maleabilidad para los registros cronológicos (http://globalvoicesonline.org reporta mucho de lo que sucede en las redes respecto a Haití). En breve, Internet (fijo o móvil) fue lo que permitió seguir, minuto a minuto, tragedia, reacciones, pronósticos.
Lo que había de infraestructura para televisión estaba caído; la radio, se sostenía sólo a través de contadas estaciones (como Radio Metropole). Además, dado el menor interés que para los medios de comunicación tiene un lugar tan olvidado por el ojo mundial como es Haití, no eran muchos los corresponsales o periodistas extranjeros presentes a la hora de los hechos. Fue, sin embargo, una especificidad tecnológica la que mantuvo la conexión a Internet: la empresa que maneja las telecomunicaciones haitianas controla la salida hacia Bahamas a través de una conexión submarina de fibra óptica. Entre otras razones, esto permitió que desde dentro fluyera la información de manera más o menos sostenida: fotografías, recuentos, llamados. Claro, como sucede en estos casos, ésta traía el sesgo de la perspectiva de quien la emitía. Por escrito se sentía el llanto, la emoción, la desesperación, la urgencia de ser escuchado. El famoso conductor de radio y televisión, Carel Pedre (@carelpedre), se convirtió casi de inmediato en una especie de vocero de la tragedia: en la mañana del 13 de enero twitteó "Primera réplica del día!!! Haití todavía está temblando!! AYUDA!!!!!!", porque el miedo ante la naturaleza que se rebela no se esconde ni en los 140 caracteres que permite el Twitter. Pedre usó Skype, Twitter y Facebook... a través de fragmentos fue construyendo un hilo narrativo. Mientras, las cadenas de televisión, los principales diarios, las radiodifusoras... todos se subieron a la cresta internética y con esa información fueron armando para el resto del mundo un poco el mosaico de la tragedia. Como sucediera en Irán o en la India, en esta ocasión también las redes sociales mostraron ser una importantísima válvula de escape.
Tenía 17 años cuando sucedió el devastador terremoto del 19 de septiembre de 1985 en la Ciudad de México. Recuerdo las calles que se levantaban, los edificios que se desvanecían, los muertos, los muchos heridos, las calles abiertas en canal, el sonido del gas que se escapa de las tuberías, la piscina de la escuela que se paró en una perfecta vertical, la tierra que no cesaba en sus movimientos, las personas que se abrazaban, el llanto, mucho llanto, y el miedo. Parte de mi familia estaba fuera de México, y nos fue imposible establecer cualquier comunicación con ellos. Durante días, los de dentro y los de fuera sufríamos porque el silencio que imponía la infraestructura comunicativa destrozada, sólo daba espacio a la imaginación - y sabemos que en el vacío trágico, la imaginación es nuestro peor enemigo. 24 y pico de años después, y aún desde Haití, el país más pobre de nuestra región, pudimos con todo seguir la tragedia en tiempo real. De esa dimensión es ya el cambio.
Dicen quienes saben que la catarsis multitudinaria que permiten las redes sociales en casos de tragedias no ayuda mucho a los que realmente están sufriendo. Y de hecho, en las primeras horas, lo que recibíamos a través del Twitter o Facebook o las bitácoras (sólo #Haiti reportaba decenas de mensajes al minuto) era claro reflejo del caos que se vivía. Luego, cada país le ponía su toque a los mensajes. En México, la solidaridad se expresó casi de inmediato, con convocatorias a donativos en especie y en efectivo, aunque no faltaron los resentidos con cierto toque de revancha nacionalista que convocaban a no ayudar a Haití, porque los haitianos habían "osado" rechazar la ayuda mexicana en mayo del 2009, en plena crisis del AH1N1. Pero, en general, la respuesta solidaria se manifestó con contundencia. El llamado del rapero haitiano Wyclef Jean (@Wyclef) para que, a través de mensajes vía teléfono móvil los usuarios donaran una cantidad de dinero, tuvo tal éxito, que el sistema se colapsó. Algo hay en la dinámica de estas redes que se nos facilita la implicación o, incluso, la participación. De eso a que se forje una responsabilidad sostenida y asumida, hay aún un largo trecho por recorrer.
Haití siempre ha descolocado a las Américas: por lo que fue, por lo que pudo haber sido, y por lo que es. La tragedia que se vive en estos momentos exhibe de manera por demás obscena la forma en que tantas cosas han fallado. Tal vez por eso, por lo que nos toca y cómo nos toca, muchos ciudadanos del mundo se volcaron, por unos momentos aunque fuera, a mostrar su simpatía y hasta empatía. Porque, por unas horas todos fuimos haitianos. Y en este ser haitiano recordamos, y twitteamos, nuestra irremediable fragilidad.
Gabriela Warkentin es Directora del Departamento de Comunicación de la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México; Defensora del Televidente de Canal 22; conductora de radio y TV; articulista.-
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