Carta a un colono israelí
Estimado señor Ben Hillel:
Me invita usted a conocer Judea y Samaria, suponiendo que no he viajado nunca a la Cisjordania palestina ocupada por Israel. Se equivoca. La he visitado, antes de la última Intifada, como visité varias colonias donde tuve ocasión de escuchar de viva voz idénticos argumentos a los que pueden leerse en su carta. Allí pude entender que los colonos consideraban que Jehová les había otorgado colectivamente unos derechos de propiedad sobre este territorio que tenían mayor fuerza que cualquier derecho de propiedad individual, y no digamos ya colectivo, de los ciudadanos palestinos. Allí un dirigente de los colonos me aseguró con toda seriedad que había certificados de propiedad que anulaban cualquier escritura pública o documento legal exhibido por los palestinos, pues se trataba ni más ni menos que de los textos bíblicos.
No me sorprende que usted sitúe las supuestas leyes de Dios sobre las de los hombres a la hora de atribuirse derechos históricos sobre territorios que no pertenecen a Israel. Es algo frecuente en movimientos nacionalistas, que fundamentan sus reivindicaciones territoriales en designios divinos, leyendas sobrenaturales o narraciones más literarias que históricas. Pero usted debería intentar entender que es muy difícil que quienes no forman parte de estas comunidades compartan este tipo de creencias y más todavía que lo hagan quienes resultan perjudicados por los supuestos derechos que emanan de ellas, como es el caso de la población árabe palestina. Sobre todo si, además, se hace recaer toda la responsabilidad del conflicto sobre quienes han sido expoliados en esta confrontación entre derechos supuestos y derechos legales internacionalmente reconocidos.
No está de más recordar que la legitimidad de la reivindicación sionista de un Estado propio para los judíos (que me parece tan justa e indiscutible como lo es la reivindicación palestina de un Estado propio para los palestinos) no bastó para dar fuerza legal a la existencia del Estado de Israel, que se debe única y exclusivamente a la resolución 181 de la Asamblea General de Naciones Unidas de 1947.
No sé por qué cita usted a Goebbels, a mis supuestos antecedentes judíos ni a los fantasmas asimilacionistas. Aunque usted no lo crea tengo una gran devoción por la cultura judía, que forma parte, sin lugar a dudas, de la cultura europea, de mi cultura, mi pasado y mi presente. También tengo gran admiración por Israel, aunque mi desacuerdo con el actual Gobierno y su primer ministro sea radical. Todavía mayor es mi desacuerdo con los numerosos regímenes despóticos y dictatoriales de la región, lo cual no me impide simpatizar ni con la cultura árabe ni con el pueblo palestino.
Soy un lector asiduo del diario Haaretz, en su versión en inglés, que le recomiendo vivamente. En sus artículos he encontrado los mejores y más contundentes argumentos contra la ocupación y colonización de los territorios palestinos de Cisjordania. Le recomiendo especialmente que lea con atención el que publicó Chaim Gans el pasado día 23 de junio acerca del precio injusto que se les hace pagar a los palestinos por la realización del sueño sionista.
Nada me reconforta más que encontrar voces capaces de reconocerse en el otro y de situarse en su lugar, en este caso el de los palestinos, algo que yo siempre había creído que formaba parte de la herencia civilizatoria judía, aunque a la vista está que los israelíes contemporáneos se han ido despegando de ella de forma cada vez más acentuada.
Le mando mis saludos, así como mis deseos de paz y seguridad para usted y para todos sus vecinos, y la esperanza, quizás vana. de que algún día el odio y el desprecio por el otro que son moneda común en tierras de Oriente Próximo sean sustituidos por la compasión y el respeto.
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