Más preguntas sobre la nueva revolución iraní
Imaginemos que los reformistas toman el poder, que hoy al menos ya es imaginar en el punto en que están las cosas. ¿Alguien puede creer que Musaví y sus amigos, Rafsandjani y Jatamí entre otros, piensan en renunciar al programa nuclear? ¿Puede creer alguien que se esfumen por arte de birlibirloque las actitudes hostiles a Israel y sobre todo a los judíos, con la mera desaparición de Ahmadinejad de la escena política? ¿Cabe la posibilidad de que la teocracia iraní se deshaga como un azucarillo?
La fluidez de la situación política parece, en todo caso, muy notable. Se ha producido un movimiento a la defensiva por parte del régimen, como es el reconocimiento de errores flagrantes en las votaciones en 50 ciudades por parte de un organismo central como es el Consejo de Guardianes (seis teólogos nombrados por el Guía supremo Alí Jamenei y seis juristas nombrados por el jefe del poder judicial, a su vez nombrado por el Guía supremo). El carácter fraudulento de las elecciones y la razón que asiste a quienes piden en las calles por el destino de su voto sólo permiten una respuesta, y es la anulación de los comicios. Si no se anulan, la legitimidad democrática que el régimen ha intentado lucir desde sus inicios queda totalmente cuarteada.
Imaginemos, pues, por un momento, que después de este primer paso atrás (un grave error político que demuestra la debilidad de la dictadura) vienen otros más. Que sigue la dinámica de movilizaciones –y por el momento nada indica que esté perdiendo impulso- y que se llega a conseguir la anulación de los resultados fraudulentos y una nueva convocatoria de elecciones. Si esto sucediera se abriría un período todavía de mayor movilización hasta la celebración de una campaña electoral que podría derivar en una confrontación abierta entre dictadura y democracia. Llegar hasta este punto en un país fuertemente militarizado, en el que el piadoso dictador maneja los hilos de la policía, los servicios secretos y las milicias con gesto compungido y lloroso como si no fueran con él, no es cosa de coser y cantar. El peligro de una enfrentamiento civil serio es bien evidente.
Pero imaginemos, imaginemos. Si sucediera todo esto, entonces, no ahora, las preguntas con que empezaba tendrían una vigencia extrema. Y todavía habría que añadir otra más: ¿Un Irán más democrático y menos teocrático dejaría de representar una amenaza existencial para el Estado de Israel? Hay tres cosas que parecen claras. El nuevo régimen seguiría siendo pro palestino. Apoyaría a Hezbolá en Líbano y a Hamas en la franja de Gaza, aunque es muy probable que también favoreciera la recuperación de la unidad con Fatah y su abandono del extremismo violento. Y exhibiría orgullosamente el derecho de los iraníes a contar con una industria nuclear propia e incluso a recorrer el camino para la obtención del arma nuclear si a ninguno de sus vecinos más próximos, Rusia, China, India, Pakistán e Israel, se le ocurre comprometerse en el reto del desarme nuclear que ha planteado Obama.
(En otras circunstancias hoy hubiera sido un día perfecto para escribir sobre el espectáculo de Versalles, donde Sarkozy ha resuelto un problema gravísimo que conmociona a los franceses en su vida diaria como es el gran número de burkas que se puede ver por sus calles. Pero la revolución iraní luce un poco más que este sol resplandeciente que ayer iluminó a los franceses y a todo el mundo a pocos kilómetros de París, en la excepcional reunión del Congreso, es decir, el Senado y la Asamblea nacional excepcionalmente reunidos para aclamar y vitorear al presidente. Lo dejaremos para otra y mejor ocasión. Si la hay.)
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