¿Y si ha ganado Ahmadinejad?
Hay una idea que van repitiendo unos y otros: es muy probable, efectivamente, que Mahmud Ahmadijead fuera el vencedor de la primera vuelta de las elecciones presidenciales del pasado viernes. Pero no bastaría comprobar la veracidad de esta proposición para dar la razón al régimen, ni mucho menos. Incluso puede servir para explicar la razón que asiste a quienes se rebelan contra el resultado electoral y exigen unas nuevas elecciones presidenciales.
Hay una cuestión previa que enturbia cualquier análisis. Podríamos tipificar a la República Islámica como una dictadura de pluralismo restringido, una caracterización que aquí nos suena a familiar, pues sirvió para ponerle etiqueta al franquismo. Hay convocatorias electorales y en las urnas cada uno puede depositar su voto sin coacción aparente, e incluso puede haber un margen de indeterminación sobre el resultado de los comicios, como sucedía con las elecciones a procuradores en Cortes por el tercio familiar franquistas. Pero que haya urnas y candidatos no significa que haya elecciones libres ni que esto sea una democracia. Y en cuanto a los márgenes son eso, márgenes que muy pronto pueden quedar desbordados hasta dejar en crudo la verdadera naturaleza del régimen.
Recordemos que los candidatos a cualquier elección deben pasar por el filtro del Consejo de la Revolución y que luego no hay sondeos, ni interventores, ni posibilidad de supervisión internacional, y que el recuento se celebra en unas condiciones de oscurantismo por parte del ministerio de la policía dignas de cualquier sospecha. La mayor sombra sobre los resultados cayó cuando se comprobó que el recuento había sido de los más rápidos y eficaces del mundo; algo que Musaví ya esperaba y le condujo a su vez anticiparse a declarar su propia victoria. No olvidemos que sin división de poderes y sin justicia independiente, con posibilidad de recursos y revisiones en forma, es bien escasa la fiabilidad democrática de unas elecciones.
Pero regresemos a la secuencia hipotética sobre los resultados. Lo más probable es que el populista y anti occidental Ahmadinejad, fuertemente apoyado por los sectores más pobres de las ciudades y los más tradicionales del campo, obtuviera una victoria que incluso podía estar rozando o superando el 50 por ciento. Lo que es difícil de comprender es que obtuviera un margen tan alto de ventaja, que ésta se diera también en zonas urbanas donde Musaví contaba con muchas posibilidades y, sobre todo, que la victoria quedara clara tan pronto, en un aparente recuento precipitado que sólo se explica por una intervención desde las alturas.
Todo conduce a pensar que, incluso habiendo ganado, el régimen no deseaba que la victoria fuera por la mínima o discutida, de forma que se prolongara el ambiente de primavera democrática que ha rodeado la campaña con el horizonte de la segunda vuelta en un cara a cara entre Musaví y Ahmadinejad. Y ante esta situación, que podría abrir las puertas a una revolución naranja iraní, los duros del régimen decidieron sajar con contundencia, mediante una rápida intervención, un auténtico pucherazo, que diera por finalizada la fiesta.
Desarrollada la hipótesis puede comprobarse que ésta es una pregunta en realidad irrelevante, dado el grado de opacidad y de control del régimen sobre la población. Lo decisivo es que ni siquiera ha funcionado el pluralismo limitado que Jamenei creía poderse permitir y que sus elecciones, en las que se enfrentaban cuatro hombres del régimen con posiciones más o menos matizadas, se han convertido en el medio para expresar el hartazgo de la gente con la dictadura religiosa y el afán de libertad que hay en la sociedad iraní, sobre todo en Teherán y en sus capas más jóvenes, modernas y urbanas.
Aunque Ahmadinejad hubiera ganado, incluso si hubiera ganado por el margen que dice que ha ganado, ha empezado ya a perder porque la naturaleza profunda del régimen está mucho más clara para todos. Esto en las malas condiciones económicas que atraviesa el país; y en la vía del aislamiento internacional emprendida con decisión por Jamenei. La dictadura religiosa de Irán no saldrá de este envite fácilmente. No obtendrá más popularidad en el mundo islámico. Sus pretensiones de liderazgo saldrán también tocadas. Al igual que la legitimidad del régimen, por muchos que esos ayatolás tuerzan el cuello en actitudes piadosas y pretendan convencernos con sus melifluas prédicas y sus alegatos contra la corrupción.
A toda dictadura le llega su San Martín. No siempre la fiesta termina con la dictadura, más bien al contrario, hemos visto muchos Tian Anmen en la historia del siglo XX y pocas caídas del Muro de Berlín. Pero ya tan entrado el XXI no hay duda de que este Teherán del verano de 2009 está empezando a pasar a la historia y ojalá lleve finalmente a que pase a la historia la república de los ayatolás y se convierta de verdad en una república de los ciudadanos iraníes.
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