_
_
_
_

Washington vs. Strangelove

La fecha del pasado jueves 21 de mayo quedará marcada como un momento crucial en la presidencia de Barack Obama. Mucha tinta harán correr las palabras pronunciadas este día sobre la seguridad nacional, la tortura, la cárcel de Guantánamo y los valores más característicos de los Estados Unidos de América. Pero además de interpretaciones y comentarios, que ya los ha habido y muchos, habrá un antes y después para el presidente Obama tras el duelo retórico en el que se enfrentó con el ex vicepresidente Dick Cheney. Obama habló desde el edificio de los Archivos Nacionales, donde se guardan los ejemplares originales de la Declaración de Independencia, el Bill of Rights y la Constitución. Cheney desde el Wohlsetter Conference Center del think tank ultraconservador American Enterprise Institut. El lugar elegido es todo un símbolo de los valores que defendieron uno y otro: Obama los fundacionales surgidos del Siglo de las Luces y de la Revolución Americana, Cheney los de la Guerra fría, ejemplificados en la figura de quien da nombre a la sala de conferencias, Albert Wohlsetter, el intelectual y especialista en armamento y defensa que inspiró la figura del Doctor Strangelove, interpretada por Peter Sellers en el filme de Stanley Kubrick.

Este ha sido el primer discurso de Obama en el que ha tenido que situarse a la defensiva. El paquete tóxico heredado de Bush, con Guantánamo y la tortura como piezas de resistencia, le ha conducido a su primer callejón sin salida. Haga lo que haga Obama dejará muchos pelos en esta gatera. Para cumplir de forma escrupulosa su programa electoral y satisfacer así a la izquierda y a las asociaciones de derechos humanos deberá terminar dejando en la calle a terroristas acreditados, incluso con la posibilidad de que pidan indemnización por detención ilegal y por torturas, abran procesos contra funcionarios y militares norteamericanos y además se incorporen de nuevo a la actividad violenta contra Estados Unidos. Si quiere cumplir en cambio su juramento presidencial como comandante en jefe y garantizar la seguridad de los ciudadanos norteamericanos, no tiene más remedio que asegurar que estos terroristas peligrosos actualmente detenidos en Guantánamo no queden en libertad; para conseguirlo quiere habilitar un nuevo sistema de comisiones militares con un mínimo de garantías, derecho pleno de defensa y sistema de recursos para poder juzgarlos y una figura nueva, legislada por el Congreso, que permita la detención indefinida. Todo ello deberá someterlo a la autoridad jurídica final del Tribunal Supremo, por lo que no será nada fácil trenzar un sistema legal de excepción, muy complejo y alejado de las prácticas garantistas y de las tradiciones del Estado de derecho occidental.

Tiempo habrá para analizar con detalle lo que significa todo esto. Hasta aquí ha llegado el impulso de cambio en el capítulo de los derechos humanos, fuertemente condicionado por el peso de los compromisos y de las decisiones legales tomadas en la anterior presidencia. Limpiar este legado llevará probablemente más de una presidencia y no sucederá hasta que no desaparezca el temor cerval a un nuevo ataque terrorista en territorio de Estados Unidos. El discurso de Cheney tenía como principal objetivo blandir la amenaza de nuevos atentados como resultado del giro realizado hasta ahora por Obama e impedir que esta presidencia siga profundizando este camino. Todavía no hay encuestas posteriores a estos discursos, pero no parece haber muchas dudas de que Obama ha ido todo lo lejos que puede ir y que al llegar donde ya está ha creado una enorme tensión a derecha e izquierda, hasta el punto de que el peligro es ahora que se quede aislado y sólo en su equilibrio imposible entre seguridad y libertad.

(No quedará aquí el análisis de estos dos trascendentales discursos, que pueden leerse en la web de la AIE y en la de la Casa Blanca. Seguiremos.)

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_