El pulso
El Gobierno de extrema derecha de Israel, con toda la elegancia y sobriedad que exigen las reglas de la diplomacia entre dos países aliados y amigos, está echando un pulso en toda regla a Estados Unidos. Ya empezó con la formación del Gobierno y con la presencia del xenófobo y extremista Avigdor Liebermann, como ministro de Exteriores, negociada con posterioridad a la toma de posesión de Obama, excluyendo la fórmula de la gran coalición de Likud con Kadima, mucho más adecuada a la nueva etapa norteamericana. Ha continuado luego durante estos meses, sobre todo con la persistencia de la política de ampliación de los asentamientos o el lanzamiento de un plan urbanístico para una definitiva apropiación israelí de todo el perímetro de Jerusalén. Y ha culminado ayer con su despliegue argumental en la propia Casa Blanca, donde Netanyahu ha confirmado su rechazo al reconocimiento del estado palestino, a pesar de su origen en los acuerdos entre Bush y Sharon y del amplio consenso internacional conseguido, del que son una contundente expresión las palabras bien nítidas de Benedicto XVI en Tierra Santa.
El único punto de acuerdo de fondo entre EE UU e Israel en este momento es que hay que arrancar a andar. Pero la dirección y el camino son excluyentes. Para Netanyahu se trata ante todo de terminar con el peligro existencial que supone para el Estado de Israel la posibilidad de un Irán dotado del arma nuclear, y después abordar el proceso de paz con los palestinos sin una amenaza tan seria gravitando sobre toda la zona y sobre cualquier movimiento diplomático. Para Obama se trata de hacer exactamente lo contrario, primero abordar seriamente el proceso con los palestinos, obtener la paz de Israel con todos sus vecinos árabes, y una vez hecho esto encarar la amenaza nuclear de una República islámica con menos aliados en la zona, menos argumentos e incluso la posibilidad de un aislamiento que haga entrar en razón a los persas.
Es cierto que verbalmente, ambos han ofrecido una pequeña baza al otro. Netanyahu se ha mostrado dispuesto a reanudar las negociaciones con los palestinos inmediatamente, aunque enseguida ha introducido los peros: que reconozcan el carácter judío del Estado de Israel. Obama ha señalado que es razonable esperar para antes de fin de año alguna respuesta satisfactoria a la oferta de diálogo por parte de Irán, aunque también ha matizado que no es cuestión de marcar plazos artificiales. Y el presidente norteamericano ha sido especialmente claro con la congelación de los asentamientos en Cisjordania, a la que Israel ya se había comprometido en 2003. Pero las posiciones de uno y otro no han podido quedar más delimitadas y alejadas. Con excepción de George W. Bush, desde Israel se ha sabido siempre que al presidente de Estados Unidos no se le echa un pulso porque es altísimo el riesgo de perderlo. Veremos qué sucede ahora.
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