Lo que estoy haciendo
Hoy me acomodaré a la ideología twitter y facebook: no voy a contar lo que está sucediendo sino lo que estoy haciendo (¿qué estás haciendo?, es la pregunta que hacen estas redes sociales, más preocupadas por la vida privada y las relaciones personales que por el mundo exterior). Lo que está sucediendo merece toda la atención, pero no siempre cuenta uno con todos los medios necesarios para ensayar una reflexión provechosa. Podría escribir sobre las revelaciones desveladas por la Administración Obama respecto a las torturas de la CIA (podría hacerlo y deberé hacerlo en un momento u otro; pronto en todo caso: hay motivos suficientes para analizar la política de balance y ajuste de cuentas del nuevo presidente). Podría escribir sobre Durban II, esta cumbre contra el racismo convocada en Ginebra, donde el presidente iraní ha podido hacer toda una demostración práctica de antisemitismo (anoto en mi agenda mi deber de escritura respecto a este tema, sobre el que sospecho que todos los demagogos y todos los racistas están de acuerdo y la única cuestión relevante es conseguir que estos personajes no nos roben la agenda y las primeras páginas de los periódicos: es el paso previo para que nos quiten del todo, Dios, Jahvé o Alá no lo quiera, la dirección de los asuntos mundiales). Pero no voy a escribir sobre todo esto, sino sobre mi almuerzo de ayer con un amigo italiano y mi lectura del domingo de Repubblica, ambos, el diario y mi amigo, excelentes representantes de esa Italia que amamos y que nada tiene que ver con la zafiedad y la corrupción de la Italia oficial que hoy domina y escandaliza a Europa y al mundo.
No voy a dar el nombre. Tan lejos no puedo llegar. Ni siquiera si consigo imbuirme del efecto twitter, y hoy tengo motivos para hacerlo. Me entero de que Ben Okri, el poeta nigeriano, publica cada día un verso, no más de 140 espacios, en este fantástico site que está revolucionando el paisaje de los medios. Al fin alguien justifica su existencia por lo que dice y no por los instrumentos que utiliza al decirlo. Pues bien, me cuenta este amigo su historia familiar, digna de una novela río: su padre demócrata cristiano; las amistades familiares de los años sesenta durante el Concilio, cuando lo mejor de la teología católica cenaba en la casa; los siete hijos, formados todos en la piedad y en la cultura formidables del catolicismo italiano. Y luego el fenómeno, ese gran fenómeno para muchos incomprensible, pero revelador de toda una cultura política y quizás de una civilización: todos y cada uno de los siete hijos, chicos y chicas, fueron abandonando el catolicismo e incorporándose a las filas del Partido Comunista Italiano, una de las grandes instituciones del siglo XX europeo; hasta el mismo padre, ya muy anciano, que vota comunista cuando no quedan ni las raspas de aquella democracia cristiana de Moro y de Fanfani y de aquella iglesia de Montini y de Pacelli.
No habría reseñado esta pequeña historia sin la lectura de Repubblica del domingo y su obligado artículo del maestro Eugenio Scalfari, que no ha sido nunca comunista:
“El PCI ha cometido ciertamente muchos errores, ha participado de una ideología equivocada, ha cubierto incluso algunos crímenes, pero no es una realidad que hay descendido sobre Italia como un meteorito. La pregunta que hay que plantearse es ésta: ¿Cómo es que la sociedad italiana ha hecho posible el nacimiento de un partido como el PCI, en el que se han inscrito o al que han votado obreros y burgueses, artesanos y campesinos, marxistas y liberales, ateos y creyentes? Hasta el punto de que en su culminación ha juntado sus votos con los de la democracia cristiana. Y que el gobierno de Aldo Moro llegó a asociar en los años de plomo al Gobierno del país.
“Esta pregunta merecería un análisis serio. Al menos lo sería tanto como la pregunta especular: ¿por qué la sociedad italiana actual ha hecho posible el nacimiento del berlusconismo y le ha dado un poder excesivo que le asemeja cada vez más a un régimen?
“Con una diferencia entre las dos preguntas: razonar sobre el Partido Comunista se está convirtiendo con el paso de los años en material para los historiadores; razonar sobre el berlusconismo es una cuestión desgraciadamente actual y afecta a la política y no todavía a la historia”.
‘Quien canta fuera del coro es comunista’ se titula el artículo, en el que denuncia el punto al que está llegando el poder mediático y político inmensos del impresentable Berlusconi y la marginación a la que se ven sometidos todos los que no entran en la vereda de la obediencia a este soberano tan especial que le ha surgido a Italia. Scalfari señala como especialmente significativos en este juego a unos muy especiales detectores del virus comunista, surgidos de las filas de la extrema izquierda que llegó incluso a flirtear o participar con el terrorismo. Su odio hacia el PCI, y quizás hacia el catocomunismo que tan bien sintetizaba el proyecto nunca culminado de 'compromesso storico' (una mayoría de gobierno cristianodemócrata y comunista que nunca llegó a fraguar, pero que tuvo una última reencarnación en el Olivo y en los gobiernos de Romano Prodi) es la parte inmutable de la ideología de estos berlusconianos de hoy, izquierdistas anticomunistas hace 30 años y anticomunistas de la derecha extrema y populista de hoy.
(Último apunte desde el pensamiento twitter: escribo este post en el avión que me lleva a París, donde debo hablar sobre el impacto de la recesión económica en los medios de comunicación. Prometo recoger en un momento u otro algunas de las reflexiones que he tenido que hacer para preparar la charla).
Comentarios
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.