Horizontes de decepción
“Esto es Bush repetido, exactamente los mismos argumentos legales que presentó ante la justicia la administración de Bush”. Son palabras de Margaret Satterthwite, una especialista en derechos humanos de la facultad de Derecho de la NYU (New York Unversity). Quien recoge su opinión es Charlie Savage, periodista galardonado con Pulitzer en 2007 por sus reportajes sobre la ampliación de los poderes presidenciales de Geroge W. Bush y su utilización para autorizar la tortura o las detenciones ilegales. Su reportaje, del pasado 18 de febrero en The New York Times, lleva un título que no puede ser más explícito, aunque prudente: “La guerra contra el terror de Obama puede parecerse a la de Bush en algunas áreas”.
La base del artículo son las comparecencias de tres altos cargos de la nueva Casa Blanca ante el Congreso en sus respectivos ‘hearings’ indispensables para su confirmación. Elena Kagan, la nueva procuradora general (solicitor general), considera que los sospechosos de ayudar a Al Qaeda financieramente deberán someterse a las “leyes del campo de batalla”, es decir, la detención indefinida sin juicio, aunque no se les detenga en el mismo sitio donde se hayan producido los atentados. Eric Holder, el nuevo fiscal general del Estado y primer afro americano que ocupa este puesto equivalente al ministro de Justicia, realizó unas declaraciones muy similares en su comparecencia. Finalmente, Leon Panetta, ex jefe de gabinete de Bill Clinton y ahora nuevo director de la CIA, aseguró que la organización que dirige puede continuar las ‘entregas extraordinarias’ (detención o secuestro ilegal para su traslado a terceros países) y reconoció que se puede pedir “autorizaciones adicionales” para el interrogatorio de sospechosos en caso de que las técnicas ahora aprobadas (con prohibición de la tortura) sean suficientes ante la evidencia de un ataque inminente.
No es extraño que los primeros nubarrones aparezcan precisamente con motivo de los ‘hearings’ en el Capitolio. Los congresistas y senadores suelen reflejan bastante bien las opiniones y sentimientos de sus electores. Si lo analizamos con algo de detalle veremos que el aprecio por los derechos humanos y por el garantismo jurídico divide a la sociedad norteamericana, a pesar del aparente empuje que han experimentado en los últimos años los valores más ‘liberales’ (progresistas en palabras europeas).
Según una muy reciente encuesta del Pew Research Center, las actitudes del público han cambiado poco en relación al terrorismo. La vigilancia sin permiso judicial de los sospechosos de terrorismo recibía en 2007 la aprobación del 52 por ciento de los encuestados frente al 44 por ciento que lo desaprobaba; en 2009 quienes la aprueban son el 50 por ciento y quienes sostienen la posición contraria el 45. Respecto a la justificación de la tortura, en 2007 un 18 por ciento la justificaba, proporción que ahora queda en un 16 por ciento, y un 30 la justificaba sólo en casos excepcionales, que ahora se reduce al 28 por ciento.
Los primeros gestos, decretos presidenciales y palabras de Obama fueron claros y contundentes: la seguridad nacional no debe estar en contradicción con los valores. Pero también está bastante claro que la opinión pública es mucho más conservadora que su presidente. Lo mismo cabría pensar de los equipos humanos reclutados por Obama, una buena parte con experiencia en la administración Clinton, una presidencia que no se destacó precisamente por su exquisitez en este capítulo: de hecho son muchos los analistas que caracterizan la anterior etapa demócrata como un antecedente o preparación de lo que será un asalto en toda regla ya con Bush después del 11 S.
Hay que subrayar que estamos todavía en una fase muy inicial. Nada está escrito. Obama puede cumplir su palabra. Pero puede también incumplirla. De momento han aparecido nubarrones negros y espesos en el horizonte. Vamos a ver si se acercan y una decepción torrencial cae sobre nuestras cabezas. Hay que permanecer atentos. La luna de miel está claro que se ha terminado, pero estamos todavía en el plazo de los cien días de una gracia que todavía se mantiene
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