Caos en Acre
Cientos de judíos y palestinos se enfrentan a pedradas durante cuatro noches tras un incidente en Yom Kipur
"No conduzcan en Yom Kipur. Hay serio riesgo de ser apedreado", advertía el miércoles Claude, dueño de una casa rural en Ein Hod, un pequeño pueblo del norte de Israel próximo a Haifa. Esa noche los judíos comenzaban la jornada de la expiación de los pecados: 25 horas de ayuno total y de oración. El silencio se adueña del ambiente, sólo roto por los ciclistas y los niños que invaden calles, carreteras y autopistas desiertas de coches en todo Israel. En la cercana Acre, un vecino palestino decidió ponerse al volante una vez comenzada la fiesta por excelencia del calendario judío. Iba a recoger a su hija en un barrio de la ciudad. Rondaba la medianoche del miércoles, y una horda de jóvenes judíos decidió vengar la afrenta. Persiguieron y agredieron al musulmán, que a duras penas logró escapar. En esta ciudad de población mixta, pero donde apenas conviven judíos y palestinos, se conoció inmediatamente el incidente. Cientos de jóvenes de ambos credos se enfrentaron a pedradas. Y la revuelta se ha extendido. Esta vez no se trata de choques entre árabes y policías. Es un enfrentamiento entre civiles, una muestra de que la convivencia no cuaja. Cuatro días de disturbios que brotan a la caída del sol. Decenas de coches y tiendas han sido destrozados. Una docena de casas árabes, incendiadas. Son docenas los detenidos. El Festival de Teatro de Acre, el principal acto cultural anual y vital fuente de ingresos para los comerciantes, ha sido cancelado. El despliegue de miles de policías ha sido incapaz de mitigar los más graves altercados padecidos en Acre en muchos años.
El fanatismo de los fieles judíos más radicales alcanza límites grotescos. Los jefes de Magen David Adom (la Estrella de David Roja) aconsejaron a los conductores de ambulancia que añadieran a su uniforme chalecos antibalas y casco. De hecho, varios de estos vehículos fueron diana de las piedras lanzadas por grupos de vándalos el jueves. Suele suceder. Jóvenes israelíes se arremolinan en cruces de carreteras y lanzan pedradas al conductor que ha osado quebrar la santidad de la fiesta. Los palestinos de Acre se quejan de que durante el Ramadán los jóvenes judíos beben cerveza en las calles, también una ofensa para los musulmanes, y de que ellos no desatan persecuciones. Además, califican la decisión del alcalde de Acre, Simon Lankry, de suspender el festival de teatro como "un castigo deliberado" a la población palestina.
La situación es muy delicada. Algunos judíos están llamando al boicot de los comercios palestinos; animando a la gente a que porte armas y a la expulsión de los vecinos palestinos. Los gritos de "muerte a los árabes" se oyen en sus correrías nocturnas. La policía emplea granadas de sonido y cañones de agua en un esfuerzo por contener a los alborotadores. Sin éxito hasta el momento. Los políticos, mientras, hablan de la necesidad de restablecer y fortalecer la convivencia. Pero se trata de una convivencia forzada, no deseada en la gran mayoría de los casos. El odio y el ansia de venganza afloran al primer chispazo.
Taufik Jamal, el conductor que acudió a buscar a su hija a la casa de su prometido, niega que hiciera ruido deliberadamente. Asegura que no pretendía provocar. Pero no hay excusa para los creyentes judíos más beligerantes. Los palestinos de Acre afirman que los instigadores de los disturbios son colonos radicales que fueron evacuados de Gaza en 2005.
En Galilea y el norte de Israel, el 53% de la población es palestina o drusa. Muchos de los pueblos árabes son una olla a presión. Las trabas a la construcción son difíciles de sortear y los servicios públicos del Estado son lamentables. La discriminación es palmaria. Y cualquier incidente es susceptible de desatar una revuelta. Ya sucedió en octubre de 2007 en Pekiin, un pueblo druso en el que la instalación de una antena de telefonía móvil provocó disturbios muy graves.
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