El nudo de este drama electoral
Es difícil no interpretar el trasiego del miércoles entre la Casa Blanca y la campaña de McCain como una astuta maniobra coordinada para propulsar al decaído candidato republicano. La máquina republicana está lanzada, defendiendo con uñas y dientes el área pequeña del poder ante el desmoronamiento financiero, la ruina política del presidente saliente y las dificultades de McCain para remontar. Por eso Bush y McCain han intentando romper la progresión de Obama en la campaña electoral mediante la declaración de una especie de estado de guerra financiera que impida concentrarse en ningún otro asunto relevante. El argumento de Obama es impecable y demoledor para un político demasiado veterano como McCain: un presidente debe poder hacer dos cosas a la vez. Suspender la campaña y los debates significa sustraer a los candidatos del escrutinio público e imponer la losa de un consenso forzado a la democracia.
Las condiciones para el plan de salvamento pertenecen de lleno a los demócratas y a Obama, pues limitan los márgenes del gobierno a la hora de insuflar los 700.000 millones de dólares a las compañías intoxicadas por las hipotecas subprime y sus derivados financieros. Debe ser objeto de control bipartidista desde una instancia paritaria que revise el destino de los fondos. No puede beneficiar a los directivos de las empresas infectadas, en buena parte responsables de la catástrofe. Debe incorporar a los ciudadanos afectados por el desplome del crédito y no únicamente a las entidades quebradas o enfermas. El Gobierno obtendrá participaciones en las empresas a cambio de los créditos, de forma que pueda conseguir retornos una vez superado el bache. Pero es difícil saber cómo se hará todo esto y si parte de tales condiciones no quedarán en mera palabrería.
Lo que está claro es que sin ellas no podía pasar el plan de salvación en un Congreso dominado por los demócratas. Y si se incorporaban esas condiciones sin más, ante las exigencias de los congresistas demócratas, significaba que la presidencia de Obama ya había empezado antes incluso de ganar las elecciones y de que Bush abandone la Casa Blanca. Desde el campo de McCain no había más remedio que lanzar una vasta maniobra. Primero, robarle las condiciones del plan y hacerse una foto en el que el presidente actual y el candidato republicano compartieran protagonismo con quien está demostrando un dominio de la escena y de la gestión de la accidentada actualidad propias ya de un presidente. Y en segundo lugar, una vez Obama y McCain en la Casa Blanca, desbaratar el plan en su nueva versión demócrata. McCain había apelado a la unidad nacional ante la emergencia, Bush aportado verosimilitud a la urgencia metiendo el miedo en el cuerpo de los norteamericanos, y sólo Obama había aparecido ante las cámaras mandando y templando para proporcionar seguridad y orientación a sus conciudadanos.
Está por ver que la maniobra republicana produzca algún rédito, sobre todo después del mensaje de confusión y partidismo que han difundido con su maniobrerismo. La credibilidad del vendedor de miedo que es Bush se acerca al cero absoluto. Y el contraste entre el comportamiento de los dos candidatos durante el frenético trasiego del miércoles y el jueves debiera conducir a lo contrario. Vamos a ver, además, si hay debate esta noche entre los dos candidatos, el primero de los tres programados, que McCain quería suspender para atender al estado de emergencia financiera declarado por los republicanos. Aunque el tema es la política exterior, será inevitable el deslizamiento del debate hacia la crisis financiera: esto puede permitir obtener una primera idea de cómo quedan las cosas después de tres días desenfrenados. Durante la tensión y la vela de estas 72 horas puede ser que los dados de la suerte hayan caído y quede ya despejada a partir de ahora la marcha hacia la Casa Blanca para uno de los dos candidatos. Además de los análisis, serán las próximas encuestas las que nos confirmarán o desmentirán la impresión de que el nudo argumental de la campaña electoral se está trabando justo en estos días dramáticos.
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