Tuve el privilegio de seguir hace más de veinte años, en Lyon, el juicio contra uno de esos monstruos genocidas que horrorizan y a la vez tranquilizan las conciencias. Klaus Barbie, el jefe de la Gestapo en la capital del Ródano, durante la ocupación alemana, fue acusado y condenado a cadena perpetua por crímenes cometidos más de 40 años antes, y entre los más terribles la detención y deportación para su exterminio de los llamados niños de Izieu, un grupo de 44 infantes judíos refugiados en una colonia. La visión de aquel anciano menudo y vulnerable en la sala de vistas, en el Palacio de Justicia lionés, y el contraste con su infame biografía recordaba inevitablemente al burócrata Eichmann juzgado en Jerusalén. Por los inconvenientes de una formación insuficiente, cuando empecé a escribir sobre Barbie no había leído todavía la vibrante y polémica narración del juicio de Jerusalén a cargo de Hannah Arendt. Me mordía los puños poco después cuando cayó en mis manos y devoré la edición francesa: la española tardaría todavía una década en aparecer. La banalidad del mal, idea incluida en el subtítulo del libro, era la clave que me había faltado para seguir el proceso de Lyon y probablemente cualquier otro proceso de este tipo.
El libro de la señora Arendt salió de los reportajes que escribió para The New Yorker como enviada especial. Y no fue únicamente la idea que contiene el subtítulo la que suscitó polémica. Arendt consideraba, como Karl Jaspers, que Eichmann debió ser juzgado por un tribunal internacional y no por una corte israelí. Consideraba también que se había producido un colaboracionismo judío, sobre todo de los Judenrat o consejos judíos, con las SS y las autoridades alemanas. Y, además, que Eichmann había actuado como un gris y eficiente empleado al servicio de un Estado, cuyos máximos responsables eran los que habían desencadenado aquella barbarie. Nada más propio de un funcionario que acogerse a la obediencia debida para no cuestionarse sobre la moralidad de sus propios actos, algo que ya había quedado solventado, sin embargo, en los juicios de Nuremberg, acerca de la responsabilidad individual.
Pero la banalidad del mal no queda agotada en la figura del frío y obediente funcionario que cumple las órdenes y las aplica escrupulosamente, con un puntilloso sentido del deber y de la perfección de su trabajo. En realidad es un concepto mucho más corrosivo, que responde precisamente a quienes buscan profundas y complicadas causas para los comportamientos más perversos. Una búsqueda obsesiva en las simas del mal metafísico se ha producido prácticamente en relación a todas las ideologías. Frente a este espejismo intelectual, que fácilmente puede incurrir en la explicación justificativa, se erige la acertada idea de Arendt. “Según mi opinión el mal nunca es ‘radical’, sólo extremo, y no posee ni profundidad ni una dimensión demoníaca”, explica en el texto esencial que es una carta a Gershom Scholem a propósito de sus crónicas sobre Eichmann. Y añade: “Sólo el bien tiene profundidad y puede ser radical”.
Todo esto valía para aquel Klaus Barbie enjuiciado en Lyon y vale ahora para ese Karadjic que partirá hacia La Haya para sentarse en el banquillo. Sería un servicio al nacionalismo etnicista serbio, responsable del último genocidio en tierra europea, otorgarle carta de profundidad diabólica, considerar que hay complejas razones, dignas de estudio y reflexión, para explicar esa patología identitaria que lleva al crimen de masas. En el límite, incluso sería posible concluir en una generalización que distribuye culpas ontológicas por toda Europa y que finalmente exculpa a los auténticos criminales. En realidad, la detención de Karadjic ha servido precisamente para recordarnos la estupidez y banalidad del mal extremo que se apoderó de los Balcanes gracias a gentuza como el caudillo serbio-bosnio.
Ideas pedestres y superficiales, servidas por gente sin escrúpulos, impostores y arribistas, dispuestos a cualquier cosa con tal de permanecer a flote y sacar provecho, son las que se convierten en materia prima para el crimen político de grandes dimensiones e incluso el genocidio. En el caso de Karadjic la banalidad se aplica a la ideología nacionalista que le sirvió de bandera para su escalada en el poder como a las ideologías naturistas y new age que le sirvieron de máscara en su vida clandestina.
Respecto a la cita de Hannah Arendt, este es el link con la biblioteca del Congreso, donde puede leerse el original de una carta que no tiene desperdicio, sobre todo en relación a otro capítulo que hoy sólo tangencialmente viene al caso: la simultánea afirmación de la identidad y negación del patriotismo judío por parte de la escritora. Además de su 'Eichman en Jerusalén' (Lumen, Barcelona, 1999), éste es el libro que me ha servido de inspiración para este texto: ‘The Jewish Wrintings’. Hannah Arendt. Edited by Jerome Kohn and Ron H. Feldman, (Schocken. Nueva York, 2007).
Comentarios
decir que este texto es un balón de oxigeno sería espeluznante. Gracias, Lluís, por reflexionar y hacernos reflexionar sobre un tema esencial, la condición humana.
Esencial también para nuestro tiempo de guerras y torturas que no dicen su nombre.
La banalidad del mal, Lluís, es connatural con el ser humano.
Unos la llevan a la cima de sus proyección de futuro, y el resto de los seres humanos, estamos tan preocupados por desarrollar nuestros valores, que no tenemos materiamente tiempo de tal planificación.
Pero no debemos engañarnos, el mal existe, solo hay que ver la prensa y la intuiremos en las matanzas de Africa, en los secuestros de sudamerica, en los pelotazos de las inmobiliarias que dejan a miles de compradores hipotecados sín viviendad, mientras ellos, en vez de convertirse en curanderos o escondidos en cualquier pueblo, viven en paraisos fiscales tumbados en las finas y doradas playas del Caribe.
Permítame, Sr. Bassets que, partiendo de mi experiencia personal y de mi lectura de “La Condición Humana” y “¿Qué es la política?” de Hannah Arendt , llegue a alguna conclusión o , al menos a elaborar una hipótesis de parte, sobre la presencia de la banalidad y por tanto del mal en las relaciones sociales (laborales y políticas) en tiempo real.
En primer lugar, puedo estar escribiendo este documento-anteriormente también tuve tiempo para dedicarme a escribir comentarios políticos en su blog por la misma causa- gracias a sufrir una situación de acoso laboral (moobing, por omisión) desde hace varios meses.
Me sorprende qué fácil es llegar a esta situación, sencillamente no me ofrecen la posibilidad de trabajar, no me hablan ni se enfrentan a mi- ayudada por profesionales yo también se qué hacer en este caso- pero qué banal es la forma del mal, que simplonas sus figuras principales, se rodea y nutre de personas capaces de decir “nunca contrataría una inmigrante para limpiar mi casa. ¿qué se puede esperar de ellas si no tienen azulejos?”, o “ una mujer de treinta y tantos años no tiene porqué decirle a una de 50 lo que tiene que hacer”, esa mujer de treinta y tantos años es mi jefa y yo la de 50 (por otro lado muy bien llevados y muy activos años, los míos claro está).
Siendo la segunda de a bordo por razón de mi cargo, he sido superada en el organigrama por quién ha querido la persona que dirige este pequeño centro de trabajo (entre 10 y 15 personas), cinco ambiciones banales y un liderazgo equivocado y amargo, han destruido la labor de conciliación por la que habíamos luchado todos estos años. No pasa nada sino fuera que está ocurriendo en muchos lugares distintos y habitualmente.
Hipótesis de trabajo: El autismo de las jefaturas (y estoy en una administración pública) se incrementa en relación a la responsabilidad ejercida, hay personas que tienen este umbral muy bajo y otras que lo tienen mucho mas alto (me gustaría inscribirme en este último grupo), es decir, hay personas que con un pequeño cargo se hacen autistas y pretenden ser VIP y otras que, por muy grande que sea el cargo, siempre intentarán ponerse de parte de las personas y nunca de las cosas o de “la cosa” aunque ésta sea la “cosa pública” que al final es su propia cosa o supervivencia.
Por qué hablo en este caso de la banalidad del mal, porque esta acción acaparadora de trabajo y supongo que justificada por la gente que apoya esta actuación (tanto por arriba como por debajo) , no tiene ninguna trascendencia visible en los resultados laborales y quienes la practican están sobradamente seguras de que no son el problema y que el problema soy yo. Es todo tan fácil, tan autista, tan amoral y banal. Incluso la traición de la amistad se ha justificado por quienes sé que me apoyan y mi prestigio – que mantengo desde el silencio – sigue incólume gracias a un esfuerzo de voluntad diario y contrario a mis sentimientos y emociones.
No diré que sea imprescindible pues ya se han encargado otras personas de decirlo por mi, pero mi preparación, mi acervo cultural y mi sentido de la responsabilidad y la ética son de un nivel aceptable frente a quienes ahora mismo trabajan y mientras que yo cobro un dinero público importante por escribir comentarios políticos en un periódico de tirada nacional, dada la escasez de trabajo y el acoso por omisión que sufro, otras se ganan el sueldo ninguneándome y evitando que pueda decidir sobre aspecto alguno de la materia, mientras que, a su vez, cargan a otra persona intentando crear un estrés insoportable sobre ella para , en su caso, liberar su plaza.
Y quienes están ejecutando estas acciones son personas absolutamente banales, simples, consumidoras natas de este sistema de mercado mundializado, sin , aparentemente, ambiciones, con un grado de inteligencia medio-alto y de capacidad y eficacia profesional contrastada, no han matado nunca a nadie ni lo harán nunca, sus acciones tienen tanta justificación como la puede tener mi inacción.
Me ha producido un impacto especial su frase “ Pero la banalidad del mal no queda agotada en la figura del frío y obediente funcionario que cumple las órdenes y las aplica escrupulosamente, con un puntilloso sentido del deber y de la perfección de su trabajo “ ahí me ha tocado el corazón y le dedico esta frase a una compañera- antigua amiga, pero me ha impresionado sobre todo cuando señala la “acertada idea de Arendt. “Según mi opinión el mal nunca es ‘radical’, sólo extremo, y no posee ni profundidad ni una dimensión demoníaca”, ...: “Sólo el bien tiene profundidad y puede ser radical”. “, a veces tienes que adentrarte en tu mente mas de lo que quisieras y justificarte a ti misma, porque otros intentan frustrar tus aspiraciones, sobre todo si estas últimas son radicales, la verdad es que ya en distintas ocasiones me ha pasado algo parecido a lo que sufro en la actualidad, también en política mi radicalidad me ha hecho estar en listas negras, alguna muy reciente. No obstante creo que no podría vivir de otro modo, he aprendido demasiado bien ciertas cosas y sobre todo a distinguir el bien del mal y a elegir en profundidad, ser radical.
Un saludo,
Kika
Siguiendo la crítica de Taleb a la certeza absoluta de la estadística, Arendt decía en “¿Qué es libertad?” que en medio de la banalidad estadística de lo siempre cierto, lo nuevo es un milagro. Pero éste no tiene que ver con ningún dios religioso o laico, sino con la vida misma.
La posibilidad de un nuevo comienzo, la esperanza que ello engendra. La política, por y para individuos libres, fue el mejor antídoto contra la desesperanza que cundió en ella al comprobar cómo la libertad se encontraba en tan apurada situación ante el ataque de fascismo y comunismo (cuyos raíces diseccionó en “The Origins of Totalitarianism”, que tan bien se complementa con “Démocratie et totalitarisme”, de su homólogo francés) y las implicaciones “nucleares” de la tecnología de postguerra.
En la repetición machacona de lo mundano y lo inventado, de nacionalismos degenerados y excluyentes, en la banalidad de lo aparentemente omnipresente e incontestable, a extender a todas las mentes, se encuentra el origen de Karadzic.
Y la novedad espectacular para el pueblo judío, tras Roma, Granada, la Rusia zarista, la Francia de Dreyfuss, la Austria de entreguerras o la Alemania hitleriana, fue un Estado que los defendiera. Un nuevo comienzo, según Arendt. Un milagro, según dijo en su gira Obama.
Los títulos no están siendo lo más acertado en este blog de un tiempo a esta parte y el de hoy no es una excepción. Esta vez, sin embargo, el desacierto no es que el título contradiga o no tenga nada que ver con el contenido. "La banalidad de Karadjic" es lo que promete, es un artículo basado en la idea de "la banalidad del mal" que, por definición, banaliza la tragedia de la defunción de una nación, y de cientos de miles de sus antiguos ciudadanos. No hay nada de trivial, de común ni de insustancial en el mal ni en quienes lo practican.
Pero el artículo va mucho más allá. "La banalidad del mal no queda agotada" en Karadjic, nos dice, sino que "responde precisamente a quienes buscan profundas y complicadas causas para los comportamientos más perversos". Y eso es una atrocidad, nada banal. Los comportamientos más perversos pueden responder a las motivaciones más simples (que no banales) o a las más complejas. Eso lo saben tanto quienes buscan la verdad de los hechos como quienes buscan ocultarla, pero sólo los segundos lo niegan.
Karadjic tendrá mucho que decir antes de que la justicia dicte sentencia. Sólo quien tema lo que pueda decir querrá acallarlo. Él es uno y uno de los importantes, pero uno de muchos, no el único, ni el más importante ni el menos. Por eso, si se busca justicia, hay que empezar por buscar la verdad y no por descalificar a quien pretenda hacerlo. El mal se alimenta de la impunidad y de la complicidad del silencio.
Acá en la República de la soja, para los que tuvimos la suerte de ver "En tierra de nadie" (No man´s land) y leer noticias como la del canibal de Rotemburgo , el ingeniero Fritz, las armas químicas de Sadam, el carguero noruego Tampa, hoy los 500 mil millones de dólares déficit que le esperan a Obama o McCain y la semana pasada escuchar al asqueroso Luciano Benjamín Menendez , el mal no nos parece algo banal, mas bien una opción.
No sé si banal sea la palabra apropiada, pero qué criterios aplicaron cuando decidieron que el Estado de Israel se establezca en su actual emplazamiento y no en el sitio donde vivían, asegurandoles protección de todos sus vecinos. El mayor anhelo de los judíos es ser europeos, los europeos contribuyeron a la causa del führer, expulsaron a los judíos de europa y los mandaron a pelearse con los enemigos de toda la vida, fue una buena jugada.
Hasta cuándo vamos esperar por juicios, al menos de valor, de los crimenes contra la humanidad cometidos en la antigua Unión Soviética y en las actuales China y Cuba? Porque tanto miedo a juzgar la izquierda? Es que son tan pobres sus valores que porque no resisten la menor critica son prohibidos de ser juzgados? Esos Juegos Olimpicos en China son una bofetada contra la dignidad humana y sus derechos. Llega de hipocresía!
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