Europa avanza en Belgrado
Voy a dejar Oriente Próximo de momento, porque hoy hay que mirar para casa, para Europa. Esa construcción europea tan arruinada ofrece de vez en cuando alguna noticia esperanzadora. Lo es la detención de Radovan Karadjic, un paso hacia la Europa unida más importante que muchas decisiones incomprensibles y de tan difícil elaboración como explicación. El proyecto nacionalista serbio, que encabezaban Milosevic y Karadjic, era la negación radical y absoluta de la idea europea, sin comparación alguna con cualquier euroescepticismo. Su concreción, singularizada en la matanza de Srebrenica y en el sitio de Sarajevo, significó el regreso de la guerra y el genocidio al mismo corazón del continente, cuarenta años después. Y fue a la vez la señal, que muchos no supieron interpretar a tiempo, de que la construcción europea se hallaba gravemente lesionada: si no éramos capaces de parar aquella guerra que atentaba contra lo más elemental de nuestra identidad política y moral, ¿cómo íbamos a ser capaces de realizar la tarea colosal de unificar el continente, construir instituciones políticas y crear una defensa y una política exterior comunes?
Quizás ahora han empezado a virar los vientos de forma favorable. Kosovo ha declarado su independencia y, a pesar de los problemas, que no son pocos, los hechos no han dado de momento la razón a los agoreros. Serbia está también cambiando, y a ello se debe la detención de Karadjic. Ha invitado a los países europeos con los que había roto relaciones a que abrieran de nuevo las embajadas. Hay un gobierno pro europeo, que ha integrado al partido socialista que fue de Milosevic en su seno, sin que haya pagado tributo de radicalización por el momento. (No debiera, por cierto, extrañarnos a los españoles: también hemos tenido ministros que fueron franquistas integrados en gobiernos de transición democrática. Sólo cabe desearles a los serbios, eso sí, que tengan mejor fortuna con la purga de su memoria. Y sobre todo, que purguen antes las cuentas con la justicia: ahora a por Mladic.)
El gobierno de Tadic es probablemente el primero que ha llegado a tocar el núcleo del Estado fascista de Slobodan Milosevic, sus servicios secretos, y a ello se debe la localización y detención de quien fue presidente de los serbios de Bosnia. Es de esperar que ahora se despeje ya del todo el camino serbio hacia Europa, y se levanten los últimos inconvenientes a los acuerdos de asociación. También es de esperar que empiece en Serbia la catarsis que nunca se ha producido hasta ahora: pasa por reconocer, entre otras cosas, que Kosovo no se ha perdido ahora con la independencia sino con el genocidio que puso en marcha Milosevic y sus efectos irreversibles. Los serbios no pueden derramar ya ni una sola lágrima más por su ensueño nacionalista arruinado y sólo tienen un horizonte razonable al que acogerse: Europa. Por eso Europa debe estar también a la altura.
Hay jerarquías en el horror y en el mal. No valen los valores absolutos ni para uno ni para el otro. No hay gradación alguna del horror que pueda convalidar, anular o justificar otro horror, mayor o menor. ¿De qué me sirven esas elucubraciones sobre los otros genocidios practicados en los Balcanes si su objetivo es borrar el perpetrado por los nacionalistas serbios? Lo que hay que hacer es también denunciarlos y combatirlos, en vez de compararlos. ¿Y esa respuesta que llega de Moscú, cargada de cinismo y de inmoralidad, que iguala a víctimas y verdugos, los errores de los demócratas con los efectos buscados de los totalitarios? No debemos permitir que esta sofística infecte la alegría legítima de los demócratas de los Balcanes y de toda Europa por la detención de un genocida. La Unión Europea y su frágil política exterior de seguridad han dado en Belgrado un paso de gigante.
Comentarios
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.