"Intentan vincularme con los delitos de los presos que defiendo"
Entrevista con Emadeddin Baghi, activista iraní por los derechos de los presos
Los pasos apresurados y los susurros en mitad de la noche despertaron a Emaddin Baghi en la cárcel de Evin a mediados del pasado diciembre. Un estudiante había intentado suicidarse en la celda de al lado. Le habían pegado durante los interrogatorios y no podía soportarlo. Pero Baghi no era otro preso más sino el fundador del Comité para la Defensa de los Derechos de los Prisioneros, única organización de esas características en Irán, y se hallaba entre rejas por su trabajo al frente de la misma. Allí mismo, adoptó el caso.
"No sé cómo se llama ni qué aspecto tiene, pero me he propuesto averiguar quién es. Yo estaba en una celda de aislamiento y no sabía a quien tenía al lado. De repente, hacia las dos de la mañana oí como uno de los guardianes alertaba a los otros 'el estudiante se ha suicidado", recuerda aún conmovido durante un permiso penitenciario por razones médicas. Se agachó y por la rendija entre el la puerta y el suelo pudo ver como seis o siete funcionarios se llevaban a un joven cuya hemorragia habían logrado frenar.
"Uno de los carceleros le preguntó por qué lo había hecho y el contestó que durante cuatro días le habían golpeado en los interrogatorios y que no aguantaba más. Me irrité tanto que estuve golpeando las paredes hasta la mañana siguiente", relata Baghi, de 48 años. Este sociólogo, que a mediados de la pasada década se vio obligado a trabajar como obrero al ser expulsado de la universidad, fundó la ONG para defender los derechos de los presos tras pasar varios años en la cárcel por denunciar los asesinatos de intelectuales.
A pesar de haber cumplido la condena, los Servicios Secretos desempolvaron el año pasado el caso que le abrieron en 2001 por los artículos que publicó sobre aquel asunto. Le detuvieron el 14 de octubre y tras dos meses y medio en sus calabozos, le enviaron a Evin. "Va contra la ley, pero sólo era un pretexto", señala. Los interrogatorios tenían que ver con su trabajo al frente del Comité.
"Me trajeron todas las cartas y los casos en los que habíamos estado trabajando y me preguntaban sobre los prisioneros cristianos o de minorías, cómo habían llegado hasta mí, por qué los había aceptado. Trataban de vincularme con los delitos que hubieran cometido los afectados", explica. Aunque él no lo dice explícitamente, queda claro que el informe anual del Comité sobre la situación de las cárceles iraníes ha molestado a sus responsables.
Cada año los abogados del Comité, todos voluntarios, defienden a medio centenar de presos, pero reciben diez veces más de consultas. "Nuestros medios son limitados", lamenta Baghi, que también es fundador de Derecho a Vivir, una ONG contra la pena de muerte. Sus esfuerzos han logrado frenar 9 sentencias de muerte.
Ahora Baghi lleva cuatro meses fuera de la cárcel con un permiso médico y sin tener noticias sobre su caso. Los médicos temen que tenga algún coágulo en sus venas, ya que tras el incidente del estudiante, quiso hacer una huelga de hambre, pero tuvo dos amagos de infarto que obligaron a su hospitalización. Parece cansado. Sus ojos están apagados. Es un hombre prematuramente envejecido. Aún así se esfuerza por relatar con meticulosidad cada detalle. Hay que hablarle alto porque ha perdido agudeza auditiva.
"No, no me han inflingido malos tratos físicos. Soy demasiado conocido. Sólo indirectamente", apunta. Hay que volverle a preguntar para que elabore. "La celda era pequeña y hacía tanto calor que parecía una sauna, me faltaba el oxígeno". A esa falta de oxígeno atribuye los problemas respiratorios que terminaron causándole el colapso.
"Se lo dije a los guardianes, pero no me hicieron caso; luego el médico de la cárcel y el de los servicios secretos dijeron que había tendido dos ataques de pánico, que era el estrés de estar en la cárcel y por mi trabajo en la ONG. Nunca antes había tenido problemas y trabajaba desde el amanecer hasta la puesta de sol", manifiesta más resignado que molesto. De hecho, no ha dejado de trabajar. Sigue intentando identificar al estudiante que trató de quitarse la vida.
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