El emir ilustrado
El jeque Hamad Bin Khalifa al Thani, jefe de Estado y soberano todopoderoso del emirato de Qatar, es todo un pionero. Lo fue hace ya más de una década como fundador de la cadena de televisión por satélite en árabe y ahora también en inglés Aljazeera, que revolucionó las comunicaciones en Oriente Próximo y en el conjunto del mundo árabe. Lo fue de nuevo con la fundación de la Ciudad de la educación de Doha, un campus en el que se han instalado un puñado de las mejores universidades norteamericanas, enfocado principalmente a la ciencia, la medicina y la tecnología. Y ahora vuelve a destacar con la construcción de una enorme iglesia católica en Doha, bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario, que inauguró este pasado fin de semana el cardenal Ivan Dias, enviado especial del Papa.
No habrá ninguna cruz en el exterior del edificio ni hay tampoco campanario. La iglesia tiene una capacidad para 2.700 personas, además de aulas y residencia para los curas. En el mismo complejo se instalarán otras iglesias para otras confesiones, como la anglicana, la copta o los ortodoxos. La principal clientela de esta parroquia católica será la numerosa colonia filipina que hay en el emirato. Se calcula que servirá a una población de 140.000 personas. El emir ha cedido el solar en una zona ahora desértica, que cuenta con un proyecto de urbanización con siete mil viviendas. No hay duda que , además, será un buen negocio.
El mundo árabe no suele dar buenas noticias a los cristianos últimamente. Argelia acaba de expulsar a pastores evangelistas y restringe las actividades públicas de las iglesias. En Irak ha sido asesinado un obispo copto. La difusión del cristianismo está prohibida en una gran parte de los países árabes, y también en Qatar, bajo el estigma del proselitismo, perseguido como un delito. El emir de Qatar intenta hacer las cosas de otra manera pero sin remar en dirección contraria. En todo el mundo árabe hay una tendencia muy fuerte a la islamización, que está perjudicando los ínfimos márgenes de libertades públicas que quedaban para otras creencias. El emir ha resuelto esta cuestión con la creación de un parque temático, circunscrito a un área urbana y segregada del resto de su pequeño país.
Es lo mismo que ha hecho con las universidades occidentales allí instaladas, ejemplo que ahora va a imitar Arabia Saudí, de forma que puede aprovechar los beneficios que proporciona contar con investigadores y profesores de máximo nivel sin ninguna de las desventajas que significa permitir que se mezclen y vivan con la población local. Es también lo mismo que hizo con Aljazeera, que ensanchó los márgenes de la libertad de expresión en el mundo árabe, pero sin entrometerse en los asuntos del propio Qatar, monarquía feudal y waabita regida por una versión más o menos flexible de la sharía o ley islámica.
La nueva megaiglesia católica le permite al emir estrechar las relaciones con el Vaticano, proporcionar un servicio a los millares de trabajadores extranjeros, entre los que se cuentan no pocos católicos indios y filipinos, y aparecer incluso de cara a sus aliados occidentales como un auténtico liberal. Pero estos pasos tan interesantes nada tienen que ver con el reconocimiento de la libertad de conciencia, del pluralismo y de la libertad religiosa, y mucho menos con poner el destino de la sociedad en manos de unas personas a las que no se les permite llegar a ser ciudadanos y deben contentarse con seguir siendo súbditos de un soberano benevolente e ilustrado. Esto sin contar con el estatus todavía peor de los trabajadores extranjeros, que no tienen reconocido derecho sindical alguno ni suficiente protección legal.
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