Otra vez, cállate

Condoleeza Rice fue más conminativa todavía que Juan Carlos. Pero la nota que le pasó a George Bush es del mismo estilo. Cállate. El presidente tiene un gran sentido del humor, y su humor es realmente el de la buena gente, que se dirige a uno mismo antes que a humillar los otros. Por eso no tuvo empacho en leer la nota a la concurrencia, que ya estaba sorprendida por las cosas que estaba oyendo de su boca. Fue en casa de Ehud Olmert, el pasado jueves, con una asistencia variada entre la que se contaban varios líderes de los pequeños partidos extremistas que componen el ejecutivo de Olmert y que le atan las manos cada vez que intenta ceder algo, por insustancial que parezca, a los palestinos. Bush estaba intentando convencerles para que apoyaran al primer ministro ahora que se verá obligado a realizar todas las contorsiones imaginables si quiere que triunfe el plan de paz de su amigo el presidente norteamericano.

No hay duda de que debe ser un hombre simpático, directo y de gran franqueza e incluso espontaneidad, todos ellos ingredientes perfectos para hacer un buen tertuliano. Si además está adornado por el poder enorme que tiene el presidente norteamericano, sea o no pato cojo, se entenderá su capacidad de seducción y su libertad para autodenigrarse. Imagino que Condi debió sonrojarse, porque quedó en evidencia su papel de maestra instructora que le explica a este alumno voluntarioso las cosas que no entiende y le corrige y reprende sobre la marcha por los fallos que comete.

El viaje de Bush a Oriente Próximo quizás no conseguirá resultados muy sustanciales, pero dará mucho de sí. Como mínimo en cuestión de anecdotario y chascarrillos. Estoy esperando que se conozcan más detalles de la cena en cuestión y de los encuentros con los príncipes y reyezuelos del petróleo. Me atrevería a pronosticar que dará incluso para un libro si hay un periodista lo suficientemente bien informado y sagaz que haya seguido toda la gira y cubierto los últimos años de la Casa Blanca. Y lo que no hay lugar a dudas es que este viaje que termina hoy en Egipto es uno de los episodios más importantes de su presidencia, sobre todo porque tiene como objetivo terminar de construir un legado algo presentable sobre las ruinas de su desastrosa presidencia.

Se trata de dejar ordenado Irak, el Estado palestino encaminado, el nuevo enemigo (Irán) bien delimitado y los aliados de siempre (Israel y los países árabes amigos) tranquilizados. Todo dentro de lo que quepa y lo que cabe es más bien poco. Y en caso de duda, ya se sabe qué hacer. Armarse hasta los dientes. Ésta ha sido la única noticia auténtica que ha proporcionado la gira. Han quedado bendecidos y confirmados los contratos de venta de armas de alta tecnología a los países de la región. La llegada de las armas más sofisticadas al conjunto de países de la costa árabe frente a Irán, y naturalmente también a Israel, bastará para asegurar durante años un desequilibrio enorme respecto al armamento y la capacidad del ejército iraní. El país de los ayatolás estará cada vez más cercado por Estados Unidos y sus aliados, mientras a la vez sigue creciendo la influencia iraní en la calle árabe, en los mismos lugares donde las autocracias se convierten en modernas y riquísimas taifas militarizadas. Inquietante: de este tipo de desequilibrios, que en la guerra fría podían ser útiles, suelen saltar chispas en el mundo de las nuevas guerras, basadas precisamente en la disuasión del débil al fuerte mediante el terrorismo. Sobre todo cuando el arsenal crece en manos pocos fiables, como es el caso de las monarquías petroleras.

No puedo terminar el comentario sin registrar el elemento que me ha parecido más sorprendente de todo el viaje, a propósito de la visita de Bush a Yad Vashem, el Museo del Holocausto. Entiendo su emoción e incluso su sorpresa, aunque no era la primera vez que lo visitaba. Pero me parecen curiosas sus palabras: “Debimos bombardear Auschwitz”, en las que se concentra un cúmulo de fantasías retrospectivas impropias de un responsable político y de un hombre maduro. En primer lugar, este ‘nosotros’ retrospectivo que le hace corregir mentalmente las decisiones de Roosevelt. En segundo lugar, significa olvidar que Hitler también tuvo simpatías en Estados Unidos y que el antisemitismo era moneda corriente entre los wasp (blancos protestantes y anglosajones). Pero sobre todo que la idea de Auschwitz que nos hacemos ahora nada tiene que ver con la idea de Auschwitz durante la guerra mundial.

Todo forma parte, finalmente, de esta película de buenos y malos que se han montado los ‘neocons’ en la que una cierta derecha se lava la cara mediante su identificación fantasiosa con la resistencia al nazismo. Bush debiera llevar más lejos esta forma de razonar. ¿Qué decisiones hay que ir corrigiendo de la historia de Estados Unidos? ¿El pacto de Yalta por el que se dividió Europa en dos áreas de influencia? ¿O antes incluso la alianza con la Unión Soviética del sanguinario Stalin? ¿O quizás había que hacer la paz con Alemania para aliarse con Hitler y atacar a Stalin? Esto es lo que propugnaban los franquistas, Rudolf Hess y más de uno y más de dos potentados norteamericanos, quizás incluso algún pariente o conocido de Bush.