Un viaje difícil

Zapatero no va a ganar muchos votos gracias al viaje del Rey a Ceuta y Melilla. Es difícil creer que la planificación de esta operación se haya hecho por cálculo electoral. Tampoco creo que el Ministerio de Asuntos Exteriores español haya recibido con grandes alharacas el anuncio de un viaje que introduce un factor de distorsión al intento de reequilibrar la política española en el Magreb protagonizado por Miguel Angel Moratinos. No es fácil explicar el por qué de esta visita con simples elementos políticos de la agenda del Gobierno. Hay que acudir a cuestiones históricas y de contexto más complejas para intentar entender lo que está sucediendo. Mi idea es que si es una provocación, como pretenden los marroquíes, quien ha ideado la provocación y está en el origen de la idea es precisamente el monarca español, su amado pariente, que se llamaba hermano con Hassan II.

Veamos. Éstas son las dos únicas ciudades de soberanía española a las que no ha viajado el Rey desde su advenimiento al trono. Hay una presión permanente de sus poblaciones y de sus presidentes, ambos del PP, para que se produzca esta visita. El Rey no ha hecho últimamente más que recibir desplantes, a diestra y siniestra. Por un lado, de los obispos y su locutor estrella Jiménez Losantos y de Esperanza Aguirre que ha intercedido a favor suyo ante el monarca con malos modos y en público. Por el otro, de los socios republicanos de Zapatero, que aplauden a quienes queman sus retratos. Aunque el Gobierno le haya defendido, no hay duda que cuenta con toda la autoridad para pedirle a Zapatero que le eche una mano. Las imágenes del Rey vitoreado por la gente serán así la respuesta a los agravios de unos y otros. Además, el presidente del Gobierno ya ha hecho antes este viaje, cosa que no hicieron sus dos antecesores, por lo que mal lo tenía para negarse a comprender los deseos reales.

Este es un viaje que difícilmente puede hacerse con un Gobierno del PP, propenso a tomar posiciones antimarroquíes. Se entiende que el Rey quiera hacerlo antes de las elecciones, no fuera caso que más tarde ya fuera imposible. El estado de las relaciones con Rabat antes del anuncio era el mejor en muchos años, de forma que era ahora o nunca. No hay que olvidar, claro está, que Zapatero está en plena campaña de recuperación de imagen previa a las elecciones: Gobierno de España. Una propuesta arriesgada, que no tiene contraindicaciones electorales, es fácilmente aceptable por parte de alguien de quien se ha dicho que es un optimista antropológico. El único reproche que puede hacérsele por el momento y antes de ver cómo quedan las cosas después del viaje es que no ha calculado muy bien los efectos de su decisión.

Pero lo que es de verdad lamentable es que en España no se haya hecho todavía una reflexión seria y consecuente sobre qué significa el mantenimiento de estas dos ciudades, cuya población de origen marroquí y de religión musulmana crece a toda velocidad. Dentro de pocos años será mayoritaria y puede llegar a darse el caso de que lleguen a gobernar partidos promarroquíes. Aquí sólo nos acordamos de ellas y de los conciudadanos que allí viven cada vez que nuestro vecino del sur las utiliza como medio de presión para resolver otros asuntos o cuando Al Qaeda nos amenaza, como acaba de suceder. No es extraño que se sientan olvidados y que se decanten cada vez más hacia posiciones conservadoras, a pesar de que tienen una fuerte tradición de izquierda y republicana. Allí fue donde Franco hizo los primeros estragos justo al empezar la guerra civil.

Ha habido ministros de Exteriores, de todos los colores, que han llegado a plantearse la cuestión de las dos ciudades a largo plazo, para evitar que algún día sea la propia realidad la que lo resuelva y entonces sea en malas condiciones para la población de nacionalidad española y para los intereses estratégicos de España. Pero esta reflexión jamás ha llegado a cuajar porque pocos se atreven a decir lo que piensan y son legión los que ni siquiera se atreven a pensar. Quizás el viaje del Rey sea una buena ocasión para hacerlo y abrir este debate.

Yo voy a dar algunas ideas personales mías. Una, hay que defender y preservar los derechos de todos los ciudadanos españoles de Ceuta y Melilla cubiertos por la Constitución española, sea cual sea su origen y su religión, por supuesto. Dos, hay que mantener y ampliar los focos de prosperidad económica que son estas dos ciudades pertenecientes a la UE, en las que rige el derecho comunitario europeo, el mercado único y el euro, de forma que beneficien a Marruecos y a toda la región del Rif. Tres, hay que planificar y concertar el futuro de las dos ciudades entre los dos países y con participación y consulta de la población de Ceuta y Melilla, siguiendo un modelo de cosoberanía como Andorra o un plan de integración a largo plazo al estilo de Hong Kong.

Lo peor que puede pasar es que por falta de reflexión y de debate otros terminen decidiendo por los melillenses y por los ceutíes. Y una reflexión final dirigida a los amigos marroquíes. Todo el mundo lo entiende y sobre todo lo entienden quienes se sienten afectados por la cuestión de Gibraltar (algo que, por cierto, a muchísimos españoles les trae absolutamente al fresco). Pero mírense en el espejo español: el debate sobre la soberanía y la reivindicación permanente de nada han servido para convencer a los gibraltareños. Nada se puede ni se debe hacer a espaldas de las poblaciones. Gibraltar sólo volverá a ser español el día en que los gibraltareños dejen de considerar un privilegio y una ventaja mantenerse independientes. Podría darse la paradoja de que un día la población de ambas ciudades fuera mayoritariamente musulmana y de cultura marroquí pero prefirieran seguir integrados en la UE y protegidos por una Constitución tan democrática y garantista como la española.

La respuesta a la reivindicación marroquí debiera ser muy clara: hagan de una vez una transición democrática, garanticen los derechos humanos, terminen con el subdesarrollo. El resto vendrá por añadidura. Y no utilicen la reivindicación lógica y justa de la soberanía sobre todo el territorio para desviar la atención de otros problemas y hacer presión sobre España.