Razones para ir a otra guerra
Todavía ahora se discute sobre las razones que llevaron a invadir Irak. Ya se sabe que el esquema de las guerras de hoy en día requiere ante todo la fabricación del caso. Después viene la acción, y cuando las cosas ya no tienen remedio nos preguntamos para qué diablos nos metimos en este infierno. Ahora estamos en la construcción del caso contra Irán, tal como contaba ayer Antonio Caño desde Washington. La fabricación no es fácil. No basta con la voluntad de quienes mueven los hilos y tienen la convicción de que lo mejor es la guerra, invadir o bombardear. Hay que lanzar campañas de persuasión, convencer a los Gobiernos amigos y aliados, acallar a quienes se oponen y vencer a la propia opinión pública, y si es posible a la opinión pública internacional.
El caso contra Irán viene de lejos, a fin de cuentas la República Islámica de Irán nació en 1979 como adversaria declarada de Estados Unidos. Pero para remitirnos a épocas recientes, George W. Bush señaló a Irán, junto a Irak y Corea del Norte, como uno de los tres países del Eje del Mal en enero de 2002, antes de que empezara la fabricación del caso contra el régimen de Sadam Husein. Pero aquel Irán que se situaba en el punto de mira era el del reformista Mohamed Jatamí: había suspendido su programa nuclear y echado una mano a Washington en su guerra contra los talibanes, iba a apoyar el plan saudí de paz para Palestina y a mostrarse dispuesto ya en 2003 a negociar directamente con EE UU, tanto para estabilizar Irak como para resolver el problema de la proliferación nuclear en la región. No había dudas: Sadam estaba el primero en la lista.
Ahora estamos en el momento en que el fracaso de Irak conduce a Irán. Y de nuevo la fabricación del caso produce la mayor de las confusiones. Los argumentos de la proliferación nuclear son poderosos. Pero ahora se cruzan con los de la seguridad de las tropas norteamericanas en Irak y en consecuencia con el propio terrorismo. Acaba de señalarlo el veterano periodista Seymour Hersh, autor de dos de los mayores scoops de la historia del oficio en las últimas décadas (el descubrimiento de la matanza de Mai Lay en Vietnam en 1969 y las torturas de la cárcel norteamericana de Abu Ghraib nada menos que 35 años después). Hersh asegura que EE UU ha descartado el ataque contra las instalaciones nucleares de Irán por tres razones: ha fracasado la campaña para convencer al público norteamericano; hay todavía cinco años de margen, según los servicios secretos, para que Irán obtenga el arma nuclear, y hay una conciencia clara en Washington de que Irán es el vencedor geopolítico de la guerra de Irak, cosa que conduce a mantener a raya a Teherán, pero evitar una situación que comprometa la hegemonía norteamericana en la región.
El ataque quirúrgico que Hersh ha imaginado, sustentado en sus habituales y excelentes fuentes, estaría dirigido a los campamentos, cuarteles e instalaciones de la Guardia Revolucionaria, probablemente en la zona fronteriza con Irak, y consistiría en bombardeos aéreos y navales y ataques terrestres muy precisos de las fuerzas especiales. El periodista atribuye estas ideas y planes a Dick Cheney, el último resistente de la peña belicista de Bush, a quien algunos han pintado como el tío loco de la familia que sigue fraguando conspiraciones y haciendo experimentos peligrosos en la buhardilla cuando ya todos han huido de la Casa Blanca. El pasado abril, en otro artículo en The New Yorker como el de esta semana, Hersh detalló en cambio los planes de ataque de las instalaciones nucleares, entre los que se incluía la posibilidad de un primer golpe mediante el lanzamiento de una minibomba nuclear. La Casa Blanca siempre ha descalificado estas afirmaciones como especulaciones insensatas.
Antonio Caño también señalaba ayer la novedad absoluta que significa la aparición de Nicolas Sarkozy, compitiendo en alarmismo con el propio Bush. Sus servicios secretos son más pesimistas que los norteamericanos y cifran en dos años el plazo para la bomba. No hay que olvidar que el presidente francés tiene su propio maletín nuclear, que le conviene exhibir en una crisis, y puede llevarle incluso a diagnosticarla sólo para poder exhibirlo. Coincide con su nueva actitud ante la OTAN, que quiere reintegrar en todas sus estructuras militares y nucleares, y obtener a cambio la preeminencia de Francia en la Alianza y que le dejen organizar la defensa europea. Parece claro que lo que quiere es ganar a Berlín y Londres en el liderazgo europeo a través del acercamiento al débil Washington de este George Bush terminal.
La cuestión es que el caso está madurando y ya podemos abrir con propiedad los interrogantes. ¿Qué sucedería si de pronto Israel o EE UU, o ambos a la vez, realizaran un ataque contra instalaciones militares iraníes? La pregunta suscita ahora mismo una gran atención por parte de los expertos en relaciones internacionales en todo el mundo, empezando por el país donde hay una mayor concentración, que es Estados Unidos. Y hay que decir, que la gran mayoría de expertos, del signo que sean, aportan unas respuestas muy preocupantes, que claramente lo desaconsejan.
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