Albania te ama, George
Albania ama a Bush, Los albaneses querían abrazarle, tocarle y besarle. Nunca se había visto a un presidente norteamericano tan zarandeado, achuchado y besuqueado en tierras europeas. Este viaje suyo ha sido como una ducha turca. Unos le detestan y otros le aman con locura. No creo que ningún otro país europeo tenga tanto amor por Estados Unidos como Albania. Tampoco hay ningún otro país que les deba tanto a los norteamericanos. La existencia de Albania y su reconocimiento internacional, al término de la Gran Guerra europea, se debe al presidente Wilson. Amenazada por todos los países vecinos, Serbia, Grecia, Montenegro e Italia, que querían cuartearla y protegerla, los pobres albaneses encontraron toda la compresión en aquel presidente que viajó a París al término de la primera gran matanza europea para alumbrar el principio de las nacionalidades y el derecho a la autodeterminación de los pueblos.
La historiadora Margaret Macmillan, que ha explicado con considerable fortuna los pormenores de las conferencias de paz (París 1919, Tusquets), proporciona una información más bien escasa, pero en todo caso fuertemente coloreada, para explicar por qué Washington apostó por Albania: “Los albaneses estaban horrorizados, cuenta Wilson, quien había recibido buen número de peticiones, ante la idea de un mandato italiano. Quizás deberían ser independientes. 'No sé realmente que harán con la independencia', le respondió Lloyd George, 'sino es cortarse el pescuezo unos a otros'. Albania sería como las Tierras Altas escocesas en el siglo XV. 'No hable mal de los montes de Escocia', le dijo Wilson, 'pues es mi lugar de origen'. Y este fue el final de la cuestión en lo que concierne al Consejo de los Cuatro”.
Ahí está el remoto recuerdo de Wilson, al que se superpone el de otro presidente demócrata, Bill Clinton, el hombre que paró los pies a Serbia en Kosovo, la provincia de mayoría albanesa que suscitó el bombardeo de Belgrado y arruinó al régimen de Milosevic definitivamente. Lo que empezó el presidente demócrata con la OTAN quiere ahora terminarlo Bush dándole la independencia, a pesar de la presión de Moscú, el disgusto de Belgrado y las reticencias de muchos socios europeos, España entre ellos. Pocos dudan en Albania, además, de que el mejor padrino y protector que puede tener Tirana es Washington, para su ingreso en la OTAN y para su integración en la UE, y también para contar con un pequeño estado albanés independiente como vecino.
Europa tiene estas ventajas: no sólo hay para todos los gustos, sino que todos tienen sus propios gustos y sus propios intereses. Un país de mayoría musulmana, pequeño y dejado de la mano de Dios, que fue uno de los últimos bastiones del comunismo más cerril, se ha convertido ahora en el lugar de Europa donde Estados Unidos despierta mayores simpatías, incluyendo la guerra de Irak y saltándose por el camino el disparate de Guantánamo. A mí me parece muy bien. No vamos ahora a criticar a los albaneses, que quieren integrarse plenamente en las instituciones europeas, recibir todo tipo de ayudas y convertirse en gente próspera, pacífica y consumidora como lo somos todos nosotros, incluyendo, por supuesto, quienes se han manifestado estos días en contra de Bush en Rostock, en Roma y en Varsovia (que los ha habido y muchos: no todo son Kacinski en la tierra de Woytila).
Si a los albaneses les fue tan y tan bien con los americanos, qué razón hay para que quienes no tienen una experiencia tan y tan buena les critiquen. O todavía peor, que quienes sí tienen una buena y fructífera experiencia de amistad con Washington les conviertan en objeto de chanza. Eso tiene otro nombre: a fin de cuentas, las relaciones entre países bien pueden verse como las relaciones entre personas, llenas de envidias y celos, momentos de tensión y otros de efusión afectiva. Bush ha tenido el privilegio de sentirse amado, al fin, en la amarga pendiente de una presidencia que cae hecha pedazos.
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