Hoy quiero hablar bien de Bush
A Bush le salen mal las cosas incluso cuando las hace bien. Esta semana acaba de sufrir una nueva y esta vez injusta derrota en manos de los enemigos de la inmigración, que en Estados Unidos es como decir los enemigos de la modernidad, de la globalización y de América, el gran mito de la movilidad geográfica y social. Antonio Caño, el corresponsal de El País en Washington y gran conocedor de la sociedad norteamericana, ha señalado que el rechazo por el Senado de la legalización de 12 millones de inmigrantes actualmente en situación irregular “no solo deja en evidencia la debilidad del liderazgo político actualmente en este país, sino la enorme división que el problema de inmigración genera en esta sociedad”.
La oposición a la inmigración tiene en Estados Unidos una enorme originalidad que la diferencia radicalmente de Europa. Quienes se oponen a la llegada de nuevos inmigrantes o a la regularización de quienes ya han llegado pero no cuentan con la nacionalidad americana son hijos y nietos de inmigrantes ellos mismos en su gran mayoría. Siempre ha habido en el país de la inmigración unas tendencias anti-inmigración muy fuertes, conocidas como nativistas, a cargo de quienes pueden esgrimir frente a los recién llegados su nacimiento en tierra americana, aunque sean igualmente de origen extranjero como la inmensa mayoría de la población. Pero no hay duda, a la vez, de que la inmigración forma parte de la identidad americana y que tiene un futuro creciente en la formación de la futura identidad europea.
La regularización de los ‘sin papeles’, denostada por muchos en Europa como en América, no tiene que ver con derecha e izquierda, como demuestra que en el caso americano sea Bush quien la propugne y en Europa sea un Gobierno como el de Zapatero quien se haya hecho su principal valedor. Tiene que ver, eso sí, con la identidad futura de nuestras sociedades, que será necesariamente mucho más mestiza y pluricultural. De momento, en España podemos ver los beneficios que proporciona la inmigración a nuestra economía, a nuestro dinamismo social, a las finanzas de nuestra seguridad social incluyendo el futuro de nuestro sistema de pensiones, a la cobertura de una amplia gama de servicios asistenciales que de otra forma nadie querría realizar y en todo caso a la aparición de una sociedad culturalmente más rica, más plural y probablemente más preparada para enfrentarse a la globalización. También más conflictiva y quizás más violenta, así como necesitada de nuevas políticas sociales.
El PP español propugna la prohibición de regularizaciones futuras por ley. Vale para este caso una de las frases del editorial dedicado ayer por el Times de Nueva York a la reacción antiinmigración. “No debemos permitir que el núcleo duro antiinmigrante –nada de amnistía [se refiere a la regularización] para hoy, ni para mañana ni nunca- mantenga secuestrada a la nación”. Es evidente que cada país debe aceptar el número de inmigrantes que razonablemente se puedan integrar en su mercado laboral y sus infraestructuras (viviendas, transportes, escuelas, hospitales, etc.). Pero a la vez hay que prepararse y mentalizarse para convertir Europa entera en un continente más americano, más de inmigración. Por eso es lamentable que el país que ha sido la meca de este fenómeno tan vinculado a la globalización y que se ha hecho con inmigrantes esté desarrollando ahora un síndrome en el fondo tan europeo. Y que por una vez que Bush tiene toda la razón no se la den ni siquiera en su propio partido.
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