Alquimia italiana
¿Cómo puede convertirse un partido estalinista en algo semejante al partido demócrata norteamericano? ¿Es posible que Don Camilo y Don Pepone, los dos famosos personajes de Giovanni Guareschi, enfrentados en su pelea de campanario durante toda la guerra fría, convivan finalmente en un solo partido? Sí, es posible. Está sucediendo. Han gobernado juntos entre 1995 y 1998 bajo la sombra del Olivo de centroizquierda y gobiernan desde 2006, siempre en combinaciones botánicas en las que está La Quercia (el alcornoque) de los ex comunistas y la Margarita, dentro de la que han convivido liberales, progresistas y los democratacristianos más centristas. Y el pasado fin de semana, estas dos formaciones, las más nutridas del variopinto centroizquierda que dirige Romano Prodi, se disolvieron para preparar una nueva formación, el Partido Demócrata.
Es un momento dramático de la historia de Italia, que en otras época hubiera recibido la mayor atención de la opinión pública internacional. Lo es sobre todo, para el Partido Democrático de la Izquierda, formado en 1991 por los herederos del viejo PCI, que entran así en su segunda metamorfosis. Ilvo Diamante, en La Repubblica, ha explicado que “se trata de un viaje sin regreso, hacia una tierra de la que sólo se conoce el nombre. Pero poco más. La Tierra del Partido Demócrata aparece, en realidad, todavía indefinida, oscura”. Prodi, mucho más concreto, ha contado en el mismo periódico que el principal estímulo para este proyecto fue, hace 13 años, la excitación que produjeron los primeros pasos de Berlusconi y la reacción a “la política de un partido que parecía el de los que siempre dejan el coche en doble fila”.
Es una maratón y ahora sólo falta un kilómetro, ha dicho el presidente del Consejo de Ministros italiano. Cuando nazca, será un partido muy europeísta, que mantendrá el espíritu de las elecciones primarias en las que se le eligió para enfrentarse y desbancar a Berlusconi, con una política económica fuerte y justa, abierta a las reglas del mercado pero también a la redistribución mediante una fiscalidad que favorezca a las familias y a los jóvenes. Y naturalmente, con voluntad de mantener una mayoría de Gobierno. Un gran partido a la americana, vaya. Pero la mejor anécdota del fin de semana ha sido la encuesta realizada entre los ex comunistas sobre los personajes más importantes del siglo XX italiano. El primer lugar en sus preferencias es para el fundador del eurocomunismo Enrico Berlinguer, con el 42 por ciento. El segundo lugar es para el filósofo y fundador del PCI, Antonio Gramsci, con el 19’5. Pero el tercero es nada menos que para el fundador de la Democracia Cristiana, Alcide de Gasperi, con el 9’5, por delante de su antagonista, el estalinista Palmiro Togliatti, con el 7 por ciento. La fina alquimia política italiana permite estos lujos.
Seamos claros. En este país es dificil que el libro de un político tenga auténtico interés. “Entre una España y la otra. Del 11-M al atentado de Barajas” de Josep Antoni Durán i Lleida (Temas de Hoy) lo tiene. En primer lugar porque parece escrito directamente de su mano (aunque hubiera sido de agradecer un poco más de trabajo de edición, más intervención de los editores, principalmente en su escritura un tanto desgarbada y descuidada; pero esto no tiene mayor importancia). En segundo lugar, sobre todo, por su contenido, de gran actualidad y con puntos de vista originales que interesarán a quienes siguen la política española.
Yo voy a limitar esta reseña a un capítulo, para mi gusto el más interesante, que es el que dedica a la política exterior. En él realiza un enorme esfuerzo para tomar distancias con Aznar sin acercarse demasiado a Zapatero, algo que consigue de maravilla identificándose con Felipe González, que fue quien dotó a ”España de una política exterior propia”. Las relaciones equilibradas que consiguió González, entre Estados Unidos y Europa, entre Israel y el mundo árabe, se fueron al garete con Aznar, según la cruda apreciación de Durán. El dirigente demócrata cristiano sólo reconoce méritos europeístas a la labor del vicepresidente económico Rodrigo Rato, aunque considera que Aznar se dedicó luego a restregar los éxitos españoles en la cara de los dirigentes alemanes, con notable desconsideración a su aportación en fondos estructurales al crecimiento de España. Durán le reprocha a Aznar que no sea europeísta ni demócrata cristiano y que jugara a fondo la carta del nacionalismo español hasta obstruir la construcción europea.
Zapatero no recibe simétricos elogios, y le reprocha, por el contrario, que no ha sabido recuperar el antiguo equilibrio ni ha definido muy bien su política. “No estoy diciendo que prefiera la anterior [política exterior]. Simplemente quiero señalar que antes había una política exterior de la que discrepaba y ahora, pese al efecto y positiva valoración del ministro Moratinos, en alguna ocasión me cuesta discrepar por no ser capaz de adivinar realmente lo que hay”. Están tan bien repartidos los reproches y las salvedades (proteger a Moratinos y condenar a Zapatero, por ejemplo), que fácilmente se puede leer este capítulo como el ejercicio de un serio candidato a ocupar la jefatura de la diplomacia española. El resultado del ejercicio es notable y permite comprobar que Durán es de lo mejorcito que hay ahora mismo en la política española: tiene voluntad de poder, le dedica energías e inteligencia, y consigue resultados que empiezan a ligar y a sonar bien. Puestos a poner nota, podría decirse que progresa adecuadamente: pero todavía debiera esforzarse más. Basta saber, en todo caso, que si llegara a incorporarse a un Gobierno, del color que fuera, intentaría poner en práctica una política exterior europeísta y equilibrada, al estilo de la que se construyó con Fernández Ordoñez y Felipe González. No está mal. Nada mal.
Duran, además, parece italiano. De haber nacido en la Toscana quizás ahora estaría en la Margarita y se prepararía para dirigir el futuro Partido Demórata.
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