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Reportaje:

Lula emprende la revolución de las favelas

El Gobierno de Brasil destinará 340 millones de euros a la rehabilitación de las infraviviendas de Río de Janeiro

¿Promesa o realidad? Las más de 600 favelas de la ciudad brasileña de Río de Janeiro, en las que residen ya miles de familias de clase media baja a causa de la carestía de la vivienda, están tan acostumbradas a escuchar ofertas nunca cumplidas que desconfían de cualquier iniciativa políticas para mejorar sus vidas en el infierno. Ahora llega la enésima: el Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva ha anunciado que destinará 340 millones de euros a cambiar la cara de las principales y más emblemáticas favelas de la ciudad, en las que viven hacinadas y sin infraestructuras dignas más de un millón de personas, que padecen, además, el yugo de los narcotraficantes.

Algunos se preguntan por qué Lula ha tardado cuatro años en dedicar ese dinero a mejorar las condiciones de vida de los barrios pobres. La respuesta es sencilla: porque hasta el pasado octubre, cuando triunfó en las elecciones Jorge Cabral ?un político cercano al presidente? y se convirtió en el nuevo gobernador del Estado, las relaciones entre Brasilia y Río de Janeiro estaban dominadas por la tensión política. La anterior gobernadora, Rosinha Garontinho, y su esposo, el ex gobernador Anthony Garotinho, eran enemigos acérrimos de Lula. Y la batalla dejó al Estado sin recursos.

Ahora, el Gobierno está dispuesto a hacer en los próximos cuatro años una inversión millonaria en obras de habilitación y saneamiento, sobre todo en tres grandes favelas cariocas: Rocinha, la más conocida por los turistas; Complexo do Alemão, la más violenta, y Manguinhos, en el centro de la ciudad.

Lula ha escogido las simbólicas favelas de Río para iniciar un ambicioso plan urbanístico que se extenderá a todo el país, donde faltan ocho millones de viviendas. Esta carencia es lo que hace que las favelas se multipliquen en el territorio nacional.

La idea consiste en mejorar la habitabilidad de las barracas: serán pintadas, se les dotará de energía solar y se obligará a sus moradores a poner plantas en las terrazas de las casas con el objetivo de mejorar la temperatura que confieren al interior de las viviendas los bloques de cemento.

También se quiere asfaltar los actuales caminos de barro, que se vuelven intransitables cuando llueve, y almacenar convenientemente el agua de la lluvia para los sanitarios. Además, se planea contruir en cada barrio una comisaría de policía, un puesto de atención sanitaria pública y un centro cultural.

Según el alcalde de la ciudad, Cesar Maia -creador años atrás de Favela Barrio, una iniciativa para convertir las favelas en barrios dignos-, se trata de "llevar la ciudad al interior de las favelas, con todos sus privilegios". Por el momento, son las favelas las que bajan a la ciudad. Y generalmente suelen sembrar el pánico entre la población.

Ahora, la preocupación de las autoridades de Río es cómo llevar a cabo esta revolución en las favelas y al mismo tiempo controlar los miles de millones de euros que se gastarán en ellas sin que el narcotráfico -un poder paralelo al del Estado en el seno de las barriadas pobres- encuentre el modo de adueñarse del proyecto.

Para conseguirlo, el Gobierno va a necesitar el apoyo de las comunidades de residentes que ya trabajan dentro de las favelas y que suelen ser los únicos interlocutores válidos con las fuerzas del orden. Aunque ocurre en ocasiones que también en esas comunidades consiguen infiltrarse los traficantes de drogas, que acaban imponiendo su voluntad.

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