La búsqueda interminable en el Antuco
Prosiguen las tareas de rescate de los cuerpos de soldados aún ocultos bajo la nieve junto al volcán chileno
La tragedia de los 44 reclutas y un sargento que murieron congelados el 18 de mayo en un temporal junto al volcán Antuco, 550 kilómetros al sur de la capital chilena, Santiago, se ha prolongado tres semanas por la lenta búsqueda de los cuerpos, dos todavía ocultos en la nieve.
El mayor Patricio Cereceda, que ordenó marchar 28 kilómetros a 400 reclutas primerizos, sin considerar el clima, fue interrogado por un juez en el Hospital Militar, donde está internado por un "trastorno adaptativo severo". Ha sido depuesto del mando y se arriesga a una condena de 10 años de cárcel.
El Ejército chileno trajo de EE UU detectores de última generación y hasta una vidente subió al lugar, mientras 150 militares sondean con largas varas los tres metros de nieve acumulada donde los reclutas murieron congelados por el viento blanco y 25 grados bajo cero. Los parientes han anunciado demandas y esperan noticias en el regimiento Los Ángeles, llamado Héroes de Antuco después de la tragedia. El jefe del Ejército, general Juan Emilio Cheyre, se comprometió a buscar hasta hallarlos.
"¡Continúen la marcha!", ordenó tajante el mayor Cereceda cuando varios oficiales e instructores del batallón de 400 reclutas le pidieron postergarla por el mal clima, según coinciden los relatos. Fue fatal. Una marcha que "nunca debió haberse hecho", afirmó Cheyre. Los soldados, hijos de familias campesinas y pobres, que se habían ofrecido como voluntarios y cumplían desde abril el servicio militar obligatorio, caminaron sin equipos adecuados y murieron congelados en pocas horas.
Cansado, un recluta se apoyó en un poste. Cuando lo encontraron, no podían despegarlo. "Primero se quedaban paralizados y después caían sobre la nieve, muertos", dijo uno. Casi todos arrojaron la mochila y el fusil para salvarse. Otro, que llegó a un refugio, regresó a ayudar a un primo y no volvió. Los encontraron abrazados y congelados. El cuerpo de un sargento apareció sin su parka: se la había dado a un recluta. Un grupo llegó a un refugio abandonado y rompió las paredes para prender una fogata y secarse. Estuvieron una noche contando chistes y dándose golpes para evitar dormirse en el frío glacial que se colaba por las ventanas sin vidrios.
El capitán Claudio Gutiérrez, experimentado en montaña, rescató a un moribundo: "Nos vimos bastante apremiados porque el soldado al que salvamos se nos comenzó a quedar atrás", dijo. Con quemaduras y cojeando, un sobreviviente, el recluta Félix Fonseca, contó que vio a un compañero caer al suelo, "pero no pude ayudarle uno en ese momento no piensa en nada, salvo en no flaquear".
¿Fallaron los mandos o el sistema de entrenamiento del servicio militar? En el debate posterior sobre la mayor tragedia del Ejército chileno en tiempos de paz, la mayoría se inclina por los errores cometidos por los tres oficiales depuestos y reemplazados por Cheyre, además de Cereceda, el comandante del regimiento y su segundo.
El Gobierno respaldó a Cheyre, el general que ha dirigido la limpieza del pinochetismo en las filas del Ejército. El presidente, Ricardo Lagos, eximió a Cheyre, explicó, porque los jefes del regimiento de Los Ángeles "tenían un currículo óptimo", con experiencia en alta montaña. Una encuesta del diario La Tercera refleja que un 89% no cree que Cheyre deba renunciar.
Más salpicado resultó el servicio militar obligatorio. Aunque el ministro de Defensa, Jaime Ravinet, lo defendió porque ocho de cada diez reclutas son voluntarios, más del 70% señala en los sondeos que no debiera ser obligatorio. Parlamentarios de diversos partidos desean más profesionalización, pero nadie quiere financiarla.
El servicio militar ha cambiado en parte su faz desde la dictadura (1973-1990), que lo extendió a dos años y usó a reclutas en la represión. Se redujo a un año y una ley próxima a ser dictada establece la prioridad de los voluntarios para llenar los 20.000 cupos anuales, un sorteo para completar las filas si falta contingente, fórmulas alternativas, menos tiempo para estudiantes y una oficina de denuncia de malos tratos, que ya existe. Es dudoso que el Senado apruebe la "exclusión ética", una alternativa a la objeción de conciencia.
Hace siete años, 18 oficiales y suboficiales fueron expulsados por agredir a soldados, sólo seis en 2003 y ninguno en 2004. Un folleto del Ejército de principios de año, filtrado después de la tragedia de Antuco, pide a los instructores que se ocupen de que los reclutas se sientan como en "su segunda casa" y recomienda gradualidad en el entrenamiento.
Pero la visión de los reclutas sobre el servicio es diferente. "Aunque aprendí a usar una radio, desactivar una bomba y manejar un tanque, la experiencia es mala por el trato despectivo de los oficiales y las clases y una pérdida de tiempo", afirma Alejandro González, que terminó el servicio militar en marzo. Recuerda castigos por fumar o ir al baño fuera de horario, arrestos por indisciplina y reprimendas con golpes de puño.
Para el coordinador de la Red Chilena de Objeción de Conciencia, el teólogo Álvaro Ramis, las reformas propuestas son insuficientes. Critica casos de abusos, crímenes no resueltos y muertes de reclutas, y que en la práctica el servicio militar sólo sea para los pobres. Hay años en los que ningún recluta proviene de familias de altos ingresos. Sostiene que la ley en trámite sólo será un avance si permite la exclusión ética, psicológica y física. En la tragedia de Antuco, cuestiona la "disciplina de obediencia ciega a las órdenes, contradictoria con la eficacia militar", y pide que los subordinados puedan oponer una "objeción de conciencia sobreviniente" para apelar ante una orden irracional.
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