Philippe Martinez, el sindicalista combativo al que acusaron de blando
El líder de la CGT francesa se despide de la secretaría general desautorizado por sus compañeros y en pleno pulso con Macron
Philippe Martinez (París, 61 años) estaba exultante el 7 de marzo pasado. Se encontraba al frente de la mayor manifestación en Francia en años, detrás de la pancarta junto a los otros líderes sindicales, protagonistas como él del pulso al presidente Emmanuel Macron por la reforma de las pensiones. En castellano, el idioma de sus padres, que habla con acento y fluidez, dijo a este corresponsal: “La movilización durará hasta que el Gobierno renuncie a su ley para hacer trabajar a todo el mundo dos años más, hasta los 64″. Después continuó en francés: “En todos los países europeos, y lo sé bien por España, cuando hay movilizaciones como esta, el Gobierno dice: ‘Debemos hablar’. Aquí hace como si nada e incluso provocan”.
Menos de un mes después, como estaba previsto, el propietario del bigote más famoso de Francia ha abandonado la secretaría general de la CGT, el sindicato históricamente próximo al Partido Comunista. Y se ha marchado entre los reproches de una parte de sus camaradas por ser demasiado blando, ¡demasiado blando él!, el hombre que, desde que accedió al cargo por sorpresa en 2015, ha encarnado el sindicalismo más combativo.
La batalla contra la reforma de las pensiones, adoptada la semana pasada en el Parlamento y pendiente del dictamen del Consejo Constitucional, ha representado el momento culminante de su mandato: por primera vez en más de una década en Francia los sindicatos han formado un frente común, y la calle ha hecho temblar al poder, aunque no es seguro que finalmente impidan que la reforma entre en vigor.
Al mismo tiempo, la batalla por las pensiones ha expuesto la debilidad de Martinez, supeditado a un papel de segundón respecto a Laurent Berger, secretario general de la moderada CFDT. En el congreso de Clermont-Ferrand, esta semana, que ha elegido a la milenial Sophie Binet como nueva secretaria general de la CGT, el “balance de actividad” fue rechazado por un 50,32% de los congresistas, desautorizando al secretario general saliente.
El padre de Philippe Martinez era un obrero hijo de inmigrantes españoles llegados a Francia a principios del siglo XX. Volvió a su país de origen para combatir con las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil. Su familia española sufrió la represión durante la dictadura franquista. En una entrevista con la emisora France Culture, en 2021, Martinez recordó cómo, durante alguna visita en su infancia al país de sus antepasados, pasando por delante de una prisión su tío le decía: “Yo pasé unas vacaciones aquí”.
La madre había nacido en España e inmigrado por motivos económicos a Francia en los años cincuenta. A principios de los ochenta, él, con veintipocos años, entró a trabajar en la Renault, y no en cualquier fábrica sino en la legendaria sede de Boulogne-Billancourt, símbolo del hoy declinante poder industrial francés y del igualmente declinante del movimiento obrero.
“Ahí descubrí la fraternidad y la solidaridad”, recordaba Martinez en dicha entrevista. La fábrica era una ciudad dentro de la ciudad, 20.000 asalariados de 43 nacionalidades, una universidad de la vida. Él, por sus orígenes, se encargaba de los contactos con las fábricas de Renault en España. Un día descubrió que el convenio colectivo preveía una prima por el conocimiento de lenguas. Cuando la reclamó, se la negaron, así que fue al sindicato y ahí empezó todo. No consiguió la prima. Y un día, uno de los directores de la fábrica de Valladolid visitó Boulogne-Billancourt. Le pidieron que fuese a hacer de intérprete en la reunión entre los jefes. “Lo siento, yo no sé español”, respondió Martinez.
Así es Philippe Martinez, y esta es la imagen que proyecta en la opinión pública francesa. En el sindicato, es más complicado, pues las posiciones que en el debate político pueden parecer desafiantes, dentro se ubican con frecuencia en el ala moderada. Su balance es ambivalente. Ha abierto a la CGT al ecologismo, en un mundo tradicionalmente favorable al productivismo y las viejas industrias contaminantes. Y al feminismo, en un mundo históricamente machista: hasta su sucesión ninguna mujer ha liderado el sindicato. El reverso de la moneda es el malestar provocado entre algunos sectores y que reflejó el periodista Jean-Bernard Gervais en el libro Au royaume de la CGT (en el reino de la CGT). Gervais trabajó en el servicio de comunicación del sindicato y luego contó lo que había visto. Es muy crítico con Martinez.
“No tiene una ideología definida, es más bien un oportunista”, dice Gervais por teléfono. “Cuando tocaba parecer radical ante la reforma laboral de 2015 y 2016, no ahorró esfuerzos. Cuando los temas feministas y medioambientales se impusieron en el debate público, se volvió partidario del feminismo y el ecologismo. En contra de lo que se piensa, no es un revolucionario”.
Los años de Martinez también son los de la pérdida de influencia de la CGT, que perdió la condición de primer sindicato de Francia en favor de la CFDT de Berger. El último desaire a las bases más radicales ha sido apoyar, esta semana, la propuesta de Berger de abrir una negociación con el Gobierno sobre las pensiones en la que participase un equipo de mediadores. Algunos lo vieron como el último gesto unilateral y la evidencia de que se había vuelto demasiado conciliador. El viejo combatiente no se va entre ovaciones.
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