Raquel Ferrández (filósofa): “La muerte no es un error de diseño biológico que tengamos que corregir”
A partir de ideas de la filosofía india, la pensadora nos avisa en su libro del absurdo de una tecnología que promete la inmortalidad a través de los datos


Cuando Raquel Ferrández comenzó Filosofía se dio cuenta, revisando el programa, de que no iba a estudiar a ningún pensador africano, o indio, o chino, nada que no fuera blanco y occidental. “Se me habló de diferentes problemas del mundo: el sujeto, la racionalidad, todo en abstracto…, pero era un provincianismo: lo que faltaba era mundo”, dice la ferrolana, nacida en 1990 y profesora de la UNED, estudiante eterna de sánscrito, en una cafetería en el Rastro de Madrid.
Se decantó por el pensamiento indio, en el que se introdujo a través del sánscrito y el yoga. “Descubrí un mundo fascinante, con otras formas de razonar, de debatir, de entender la imaginación o la vida cotidiana”, explica. Uno de sus objetivos: decolonizar la universidad y reivindicar los estudios de Global Philosophy (filosofía global). Que las otras filosofías no sean una asignatura menor. “Somos una red, mucha gente haciendo estrategias locales, en su ciudad o país, para llevar a los estudiantes otra visión del mundo: necesitamos aire fresco, aquí nos estamos ahogando”. Con ese fin celebra en octubre un seminario en el Círculo de Bellas Artes titulado Teoría del desconocimiento, que contará con invitados como Momodou Taal, doctorando en la Universidad de Cornell que ha abandonado Estados Unidos por la persecución del gobierno de Donald Trump.
Esa senda de pensamiento la ha llevado a la tecnología y nuestra compleja relación con ella. En su libro Inmortalidad digital. Colonizar el planeta Muerte (Herder) explora los intentos tecnológicos, desde los chats de inteligencia artificial o los avatares hasta la criogenización o el mind uploading (la descarga de la mente en una computadora), para lograr la hiperlongevidad y abolir la muerte. Y qué dice eso de nuestra forma de entender la existencia.
Pregunta. ¿Qué particularidad tiene la filosofía india?
Respuesta. A mí me fascinó un modo de razonar, llamado pūrvapakṣa, que funciona a través de objeciones: cuando planteas una idea estás obligado a crear un diálogo con un oponente imaginario, y tienes que ir salvando tus ideas. Estás creando un espacio plural, no estás pensando solo, dentro de ti hay muchas voces. Y esas objeciones pueden ser incluso superiores a tus ideas iniciales. Los pensadores indios, además, se preguntan desde dónde están pensando, no piensan en abstracto como en Europa o EE UU, donde creemos que nuestras ideas son universales. Son pensadores tremendamente analíticos, pero combinan el pensamiento técnico con una tremenda sensibilidad poética. Aquí estamos llenos de oposiciones…, ¡pero no es incompatible!
P. Esta filosofía puede parecer algo muy antiguo. Pero son tradiciones vivas.
R. Esa es una característica del colonialismo: hacernos creer que todo lo que se sale de Europa pertenece al pasado, y tratarlo como si fuera de anticuario, como si la filosofía india o china estuvieran muertas. Pero hoy se sigue haciendo filosofía en sánscrito. Los pensadores indios contemporáneos fueron educados con textos europeos, por el colonialismo, pero también conocen su tradición, así que realizan una mezcla por la que fueron rechazados en un sitio y en otro. Ahora vuelven a despertar interés.
P. ¿Estas filosofías tratan los mismos problemas que la filosofía occidental?
R. Tenemos una tendencia muy eurocéntrica, por cómo hemos sido educados, a preguntar si se parecen a nosotros. Si se parecen es que no tienen nada que aportar, y si no se parecen, es que no son filosofía. Hay que dejar de mirar a otros mundos cognitivos en términos de similitud.
P. ¿El yoga?
R. Es una de las filosofías más importantes en India, tiene más de 2.000 años, y los textos sánscritos de yoga son los que yo más estudio. Hoy pensamos en el yoga como esa gimnasia a la que uno va los martes y jueves para relajarse, pero eso es un residuo colonial occidentalizado. De hecho, las posturas de yoga llegan muy tarde, sobre todo en el siglo XX. El yoga es mucho más.
P. Dice que el hatha yoga se adelantó muchos siglos al transhumanismo.
R. El transhumanismo dice que es el primero en proponer, no ya la inmortalidad, sino la longevidad, sin apelar a la resurrección o la vida en el más allá. Los hatha yoguis ya buscaban precisamente esa inmortalidad.
P. En esas tradiciones se habla de la inmortalidad como una liberación, pero a cambio de la inexistencia.
R. Es una forma de inmortalidad muy común en la filosofía india: es absurdo pensar que prolongar tu vida es una liberación. Sería como prolongar tu estancia en una prisión. Entendían que salir del tiempo, del ciclo de reencarnación, era la liberación. Pero eso significa desaparecer sin dejar rastro.
P. ¿Por qué no nos apañamos con la muerte?
R. En otras épocas nuestra relación con la muerte no se basaba en una negación tan fuerte. Lo ha estudiado Philippe Ariès: pasamos de una romantización de la muerte en el siglo XIX en Europa a una negación cada vez más sofisticada, que llamó la muerte prohibida. Toda la autoridad de la muerte pasa de manos del moribundo al médico o al experto. Hay muchos días de luto y conmemoración, pero la muerte no está en nuestra vida cotidiana… hasta que llega. Y la tecnología refuerza esta negación.
P. Falta una convivencia natural con esta.
R. Efectivamente, y eso dice mucho de nuestra relación con la vida. Y de las herramientas tecnológicas que quieren preservar la existencia de un ser querido también salta una pregunta: ¿qué perdemos realmente cuando perdemos a un familiar? No pierdes una fotografía, ni un cuerpo; en el duelo tenemos que comprender qué es eso que hemos perdido. No has perdido información, como se dice desde la inmortalidad digital, por eso un chat de inteligencia artificial no puede sustituir a alguien que se ha ido.
P. Usted habla de la idea omnilink u omnivinculación.
R. El momento que vivimos no hace justicia a la idea de humanidad hiperconectada. Estamos en una fase en la que nos podemos conectar a todo. Puedes conectarte con personas distantes, pero también vincularte a seres legendarios como Buda, Moisés, Jesucristo, o puedes tener sexo con desconocidos en un juego de realidad virtual. Puedes vincularte a personas muertas, los objetos se vinculan entre sí y tú con ellos. Es una gran red, estamos omnivinculados… ¿Y por qué voy a tener que desvincularme cuando muera?
P. ¿En esto se basa la industria de la inmortalidad digital?
R. Te dicen: “No te mueras”, “no dejes que tu sabiduría se pierda”, pero detrás de estos eslóganes está la codicia del mercado de los datos. Incluso esa inmortalidad se puede llevar contra tu voluntad: hay que gestionar muy bien el legado digital, saber qué quieres que permanezca de ti cuando fallezcas.
P. Ahí está la necesidad de trascendencia, a menudo motor del arte y la creación.
R. Eso es una inmortalidad simbólica, permanecer tras aportar una obra artística. Pero hablamos de formas de trascendencia cada vez más ridículas que vienen del horror a la desaparición, del miedo a la muerte.
P. ¿Cómo podemos tener una relación sana con la muerte?
R. Primero debemos tener una relación sana con la vida. Hay que asignar valores adecuados a las cosas, lo que es efímero, lo que es permanente. Si hiciéramos eso, nuestras prioridades cambiarían, incluso nuestra manera de hacernos preguntas, de debatir, de querer. Entender que mi vida forma parte de esta danza que terminará. Que no tengo que verlo desde el punto de vista de una carencia o de un error de diseño biológico a corregir.
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