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Trabajar cansa
Columna
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La guerra desde el punto de vista de Dios

Conocerán la escena de la noria en ‘El tercer hombre’, cuando el malvado Harry reflexiona sobre el bien y el mal: “¿Víctimas? ¿Sentirías compasión por alguno de esos puntitos negros si dejara de moverse?”

El techo con el emblema de la ONG de uno de los vehículos de World Central Kitchen atacados este martes por Israel en Deir al Balah, Gaza. Siete empleados de la organización murieron en el ataque.
El techo con el emblema de la ONG de uno de los vehículos de World Central Kitchen atacados este martes por Israel en Deir al Balah, Gaza. Siete empleados de la organización murieron en el ataque.Ismael Abu Dayyah (AP/ LaPresse)
Íñigo Domínguez

Conocerán la famosa escena de la noria en El tercer hombre, cuando el malvado Harry, Orson Welles, reflexiona sobre el bien y el mal. Es un traficante sin escrúpulos que hace dinero con medicinas adulteradas en una Viena destrozada por la guerra. Un viejo amigo se lo reprocha, y él le señala las personas que se divisan allá abajo en la calle, y qué fácil es eliminarlas si se ven así, como hormigas: “¿Víctimas? ¿Sentirías compasión por alguno de esos puntitos negros si dejara de moverse?”. Ese punto de vista, el de los humanos como puntitos, como se ven desde las alturas, es el de Dios. Es inquietante que se parezca tanto al de los drones y satélites de las guerras de hoy. Como esas imágenes cenitales en blanco y negro de un camión repartiendo comida en Gaza en torno al que se agolpaban puntitos, que luego eran ametrallados y quedaban inmóviles, y deducías que ya no tenían vida, como en un videojuego. De hecho, hay una variedad de juegos que se llaman así, simuladores de Dios, donde uno crea mundos y los destruye, con una visión aérea.

Asistimos al horror y la pérdida de humanidad en unos extremos nunca vistos. En un lado, la pura barbarie a ras de tierra de Hamás: irrumpen en casas, matan y violan a todo el que ven y se llevan civiles a rastras con gritos de euforia. Ahora Israel es la vanguardia de la maldad tecnológica sin tocar suelo. Hay un tipo sentado en una especie de sala VAR, como las del fútbol, viendo las pantallas, y decide apretar un botón, borrar algunos puntitos y seguir comiendo patatas fritas. O quizá esa sala ya está vacía y todo lo decide un algoritmo, con una simple instrucción, disparar a todo lo que se mueva. The Guardian ha contado cómo se está usando la inteligencia artificial para fijar y eliminar objetivos. Las personas reducidas a datos y su vida, a cálculo de probabilidades. Esta semana han suprimido siete puntitos más. Viajaban en tres puntos más gruesos, tres coches de la ONG World Central Kitchen, como se leía en el techo, para que lo viera el señor de la pantalla. Suponiendo que sepa leer, queremos creer que sí, y además el ejército israelí estaba informado. No sé si ustedes han querido conocer los detalles, uno prefiere no seguir leyendo. Se lo resumo. Primero dispararon un misil al coche que abría el convoy. Le dieron, llegaron los otros dos, les ayudaron y siguieron. Entonces el señor del botón, ese diosecillo menor, no sé si mientras se rascaba el cogote o las pelotas, volvió a apretarlo para lanzar otro misil al segundo coche, y también le dio. No sé si esto da puntos en alguna porra interna en la sala de drones. Los del tercer y último automóvil se pararon para auxiliar a sus compañeros, el tipo del botón volvió a apuntar y se los cargó también. Según el diario Haaretz, todo duró unos 4 minutos, a lo largo de dos kilómetros. Fin del juego.

Israel ha roto en Gaza cualquier norma de guerra. Su objetivo simplemente es arrasar y exterminar, a cooperantes, periodistas y, por supuesto, niños y adultos palestinos, culpables solo por ser eso, matándolos de hambre si hace falta. Miles de puntitos que deben ser aplastados. Quien manda en Israel se cree Dios, algo que debe de ser el peor y más diabólico de los pecados. Hay un chiste judío de dos hebreos que están haciendo bromas sobre el Holocausto, se les aparece Dios y les riñe, y ellos contestan: “¿Y a ti qué más te da si tú no estabas?”. Dios ahora tampoco se sabe dónde está, en esa tierra donde todos lo tienen tan presente, y aquí estamos nosotros, mirando cómo desaparecen puntitos, día tras día. Nadie con la responsabilidad y el poder de hacer algo en Europa, en Estados Unidos, en el mundo, debería hacer otra cosa que parar esto.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.
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