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Escribir una biografía en la era digital: el desafío de no naufragar en un mar de datos

Con el crecimiento exponencial de la información personal que almacenamos, los biógrafos tendrán que utilizar herramientas de inteligencia artificial para desempeñar su labor

Biblioteca en Antalya
Una biblioteca en Antalya, Turquía, el 28 de octubre de 2022.frantic (Alamy Stock Photo)

Alguien se sabe nuestra vida de memoria. Conserva recuerdos que habíamos olvidado hace mucho tiempo. Sabe con quién hablamos, dónde estuvimos, qué cosas vimos y qué llamó nuestra curiosidad en casi cualquier día de los últimos años. Alguien o algo que, probablemente, ya nos conoce mejor de lo que nos conocemos nosotros mismos.

Dejamos huella en cada clic. En cada desplazamiento de pantalla y en cada pulsación de teclado escribimos a tiempo real nuestra autobiografía digital. La componen los cientos de mensajes que enviamos y recibimos diariamente por WhatsApp, las decenas de fotografías que tomamos regularmente, las interacciones realizadas durante las dos horas que de media pasamos en redes sociales cada día, e incluso nuestros registros de ubicación e historial de búsquedas de Google. Un rastro biográfico sin precedentes que redefine la forma en que se documentan y narran las vidas humanas.

Las primeras biografías, como las Vidas paralelas (siglo I-II después de Cristo) de Plutarco, o el género hagiográfico medieval que describía la existencia de los santos, se basaban a menudo en testimonios lejanos e incluso anécdotas mitológicas. San Agustín, con sus Confesiones (398 después de Cristo), sentó las bases del género autobiográfico relatando su vida desde la infancia hasta su conversión al cristianismo. El autor establece un diálogo con Dios mediante una segunda persona que, curiosamente, evoca la utilizada en Vida de Arcadio, la reciente obra autobiográfica del periodista y escritor Arcadi Espada. Lo novedoso de este libro es que las memorias no parten del recuerdo, sino del material documental de su vida —desde billetes de tren o artículos subrayados hasta grabaciones de voz—, que Espada ha preservado meticulosamente durante años.

“Este libro también es un método”, afirma el periodista en la cafetería del Hotel Palace. “Utilizo el mismo enfoque que en mi labor periodística. Cuando alguien me narra sus recuerdos de un día específico, lo contrasto de inmediato con la información disponible. Sin duda, muchos de nuestros recuerdos se transfieren con inexactitudes”. Espada sigue guardando cualquier material con información sobre su vida, como casi 200.000 correos electrónicos. Reconoce que con el tiempo será más complicado revisar todo este contenido y confía en que la tecnología pueda asistirle. “La inteligencia artificial está para eso”, declara. “Siempre me ha preocupado este tema: ¿cómo la tecnología podrá hacer evolucionar la escritura?”.

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Es imposible calcular los bytes de información que generaremos a lo largo de nuestra vida; sin embargo, la tendencia muestra un aumento diario en la producción de datos personales. Jorge Luis Borges concibió un personaje llamado Funes el Memorioso, dotado de una memoria tan precisa que podía recordar “todas las aborrascadas crines de un potro”. Si este personaje tardaba un día en recordar un día entero, cabe preguntarse cuánto tiempo le llevaría a una persona nacida en la era digital, o a su potencial biógrafo, revisar toda la información acumulada a lo largo de 80 años de vida.

“Contrariamente a lo que se podría pensar intuitivamente, tener más datos digitales no facilita la tarea de redactar biografías”, afirma por correo electrónico Viktor Mayer-Schönberger, profesor de Gobernanza y Regulación de Internet en la Universidad de Oxford. “Lo crucial para los nuevos biógrafos no será la cantidad de material disponible, sino cuánto material se descarta por ser menos relevante para el panorama general”, señala.

La inteligencia artificial y la tecnología de análisis de datos serán imprescindibles para localizar temas o eventos clave en la montaña infinita de información que una persona deja en el soporte digital. Franco Moretti es un historiador y crítico literario que acuñó el término distant reading para definir una metodología que analiza grandes volúmenes de literatura mediante el uso de técnicas cuantitativas y computacionales. Su conjetura es que “los biógrafos buscarán los datos que correspondan a los puntos de partida biográficos establecidos (primera infancia, padres, escuela, comienzos de una carrera, accidentes, etcétera) y la nueva abundancia simplemente añadirá toques de color aquí y allá”. Explica por correo electrónico que la inteligencia artificial tiene una gran capacidad para crear relatos verosímiles a partir de datos disponibles y expectativas generales. Sin embargo, “lo verosímil no es necesariamente lo verdadero”. “Mi gran temor es que la inteligencia artificial nos inunde de biografías “verosímiles” que, sin embargo, no tienen necesariamente relación con la verdad”.

Para ejemplificar cómo se podría emplear la tecnología de manera práctica, imaginemos el caso hipotético de un biógrafo que, dentro de unos años, decida escribir la biografía de Greta Thunberg —quien probablemente sea una de las figuras más influyentes de nuestra época— y que tenga acceso a los mensajes de WhatsApp que la activista envió en 2023. Mediante el uso de herramientas de procesamiento de lenguaje natural (algunas están disponibles de manera gratuita en internet), el biógrafo podría analizar patrones en el empleo de palabras y emoticonos, así como la frecuencia y duración de las conversaciones. Sería capaz de saber cuántas palabras de connotación positiva o negativa empleó en comparación con otros periodos de su vida; o, simplemente, a qué persona hacía más caso.

Las nuevas tecnologías también servirán para verificar la autenticidad de los datos que se encuentran en internet. “La inteligencia artificial nos ayudará a discernir, por ejemplo, quién es el autor real de un texto determinado”, asegura Mayer-Schönberger. “Esta tecnología puede ser de gran ayuda, y tal vez responder finalmente a la pregunta de quién escribió las obras de Shakespeare”.

Ricard Martínez, director de la Cátedra de Privacidad y Transformación Digital de la Universidad de Valencia, subraya por teléfono que los biógrafos deben equilibrar el respeto a la privacidad de las personas con la necesidad de recopilar información para su trabajo. Al igual que ocurría con los diarios y la correspondencia, debe obtenerse permiso para acceder a cierta información personal. “Si los datos se encuentran en entornos privados, como correos electrónicos o como WhatsApp, se requerirá el consentimiento de la persona. En el caso de que haya fallecido, se necesitará el consentimiento de los herederos o familiares directos”, sostiene Martínez. La línea entre la investigación exhaustiva y la invasión de la privacidad en una biografía basada en datos digitales es, según el experto, “muy, muy delgada”. La intrusión en entornos privados puede constituir una violación de la privacidad e incluso un delito.

Otra fuente de preocupación radica en que no sabemos con certeza qué cantidad de toda la información que dejamos en el entorno digital perdurará a lo largo del tiempo. “Lo importante es que la mayoría de las pérdidas de datos son accidentales y no sistemáticas. Los buenos biógrafos saben que están montando un gran rompecabezas en el que pueden faltar piezas. En la medida en que estas piezas sean en gran medida aleatorias, la imagen global no sufrirá mucho”, vaticina Mayer-Schönberger.

Si únicamente dispusiéramos de la información que el sujeto de la biografía publica de manera consciente en las redes sociales, donde hay una presión por proyectar una vida idílica, el biógrafo podría encontrar una representación poco auténtica y desequilibrada de la persona. “Tratar de reflejar una vida perfecta no es una conducta exclusiva de la era digital. Desde siempre la gente ha intentado parecer mejor a los ojos de los demás. Así que el mismo problema afecta a cartas, diarios, discursos y similares. De hecho, la enorme cantidad de datos que se recopilan hoy en día hace más difícil que fácil que las personas mantengan una fachada perfecta”, concluye el profesor de Oxford.


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