Qué debería hacer Pedro Sánchez para caer bien
La política no es solo alta competición, también es un ejercicio humano practicado por sujetos que se equivocan sin excepción
Caer mal no es lo mismo que gobernar mal, pero tiene consecuencias electorales mucho peores, como ha quedado demostrado. Porque, para desgracia de la izquierda, sucede que Pedro Sánchez cae mal a mucha gente, que las lideresas de Podemos caen fatal a mucha más y que Yolanda Díaz, aunque parece maja, tiene prisa por caer bien. En este contexto, el último reto político de Pedro Sánchez como aspirante a la presidencia de España consiste en pasar un mes haciendo amigos. Aquí van algunos consejos.
Lo primero y más urgente es ser más cercano. Que llevas cuatro años siendo nuestro presidente y no te conocemos. En este sentido, el Pedro-Tour televisivo es buena idea. Pero, cuando llegues a los platós, recuerda que acercarse muchísimo a un presentador no es lo mismo que ser cercano. Que sí, que arrinconaste a Pablo Motos (intelectual y literalmente hablando), pero que este mes no va de tener razón, sino de mostrar corazón. Y para eso no basta con aparecer mucho o muy cerca, hay que ser personal. Fíjate cómo Pablo Motos, que parece que quiere que el PP gane las elecciones, se lo dijo a Feijóo nada más llegar. “Mi intención es saber quién es usted y qué quiere”. Y ya estaría.
Necesitamos saber más de ti, quién eres, qué ropa te gusta, qué comes, qué te quita el sueño, cómo anda la familia, ¿te gusta la jardinería? En estos días, lo de la ropa es fundamental. Vístete a tu gusto, como sea que lo haces cuando no hay cámaras mirando. De momento parece que vas en uniforme de presidente aun cuando te pones la camisa vaquera y las deportivas para ir a la tele. Miedo me da que te presentes en el podcast de La Pija y la Quinqui con una gorra y unas Converse. Es verdad que el bullying político existe y que los más brutos del patio electoral han jugado sucio contigo. Entiendo que te sientas inseguro. Pero no hay nada que puedas hacer para caer bien a los demás niños, salvo ser tú mismo.
No intentes ser guay, porque pierdes puntos cada vez que lo haces. Por ejemplo, llevar la pulsera arcoíris no fue un acierto. Porque nunca la llevas y estaba como recién planchada, como si fuera un adorno oportunista en vez de una convicción de sobra demostrada. Tienes que dejar de esforzarte en parecer lo que ya eres. La gente guay no necesita “ir de guay”. Son otros los que se envuelven en la bandera LGTBI un día al año, tú no.
En vez de intentar molar, esfuérzate en equivocarte, despeina un poco tu discurso. ¿Te acuerdas de los trabalenguas de Rajoy? Le daban autenticidad. Porque es normal que el pensamiento se enrosque. Sin embargo, cuando el discurso es tan perfecto y cerrado como el tuyo corre el riesgo de parecer inflexible y artificial, sin un logos humano que lo impulse. Y cambia el tono. Que se te está poniendo aquiescente, como el de un vendedor demasiado amable. No hace falta que pagues la mitad del interrail a los chavales ni el cine a los abuelos. Estar consiste en mirar a la gente a los ojos y esforzarte en entenderla. Escucha, calla, aprende. Y, en el último tramo, ríndete.
Recuerda que la política no es solo alta competición, también es un ejercicio humano practicado por sujetos que se equivocan sin excepción. Y los votantes lo sabemos. Incluso lo entendemos. Por eso, el esprint final no se corre en un estadio olímpico, sino en la barra de un bar a las tres de la madrugada. Y estás de suerte. Porque es justo en esa barra y a esas horas cuando un tío que te caía mal puede convertirse en un colega.
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