El cóctel de Keynes
Por razones no explicables en términos racionales, parte de la población se queja incluso de que faltan libertades
Conocen seguramente la frase clásica de Groucho Marx: “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico erróneo y aplicar el remedio equivocado”. Aunque los otros Marx (Chico, Harpo y el primo lejanísimo Karl) también eran agudos, Groucho poseyó uno de los ingenios más afilados del mundo occidental. En el caso de la frase anterior, sin embargo, cabrían algunos matices.
Centremos el asunto con otra frase. Del gran economista John Maynard Keynes, esta vez: “El problema político de la humanidad consiste en combinar tres cosas: eficiencia económica, justicia social y libertad individual”.
Las sociedades democráticas son difíciles de manejar porque mezclar de forma adecuada el cóctel de las tres cosas citadas (economía, justicia y libertad) resulta una tarea casi imposible. Cuando se da prioridad a la eficiencia económica (objetivo usual de quienes defienden los impuestos bajos, electoralismos aparte) se degrada la justicia social; quienes se concentran en la justicia social suelen hacer un gran gasto público (el Estado del Bienestar cuesta un pico) y dañan a la larga el crecimiento económico. Luego está la libertad individual, que sale magullada tanto cuando el Estado se convierte en niñera (han abundado los ejemplos durante la pandemia) como cuando el Estado, con la excusa de no caer en excesos reguladores, deja que sea el zorro el guardián de las gallinas.
Nunca se ha encontrado la fórmula del cóctel perfecto. Nos ceñimos, recuérdese, a las democracias. Los sistemas comunistas prometen justicia social, pero por el camino liquidan las libertades y la economía. Salvo el comunismo chino, de gran eficiencia económica, gran ausencia de libertades y flagrante desinterés por la justicia social. Los sistemas fascistas aspiran (y casi siempre fracasan) a resultados como los chinos, sólo que sin Partido Comunista.
Las democracias transitan durante las últimas décadas por una senda pedregosa. La Unión Europea, en concreto, paga muy cara su justicia social (Seguridad Social, pensiones, subsidios, etcétera) y aún así no saca buena nota en la asignatura, porque las desigualdades económicas, cada vez más extremas, son percibidas por muchos como injusticia. El Estado del Bienestar implica un aumento constante del gasto y la deuda pública, lo que a su vez lastra el crecimiento económico. Por razones no explicables en términos racionales, parte de la población se queja incluso de que faltan libertades.
Ante las dificultades de las democracias, aumenta año tras año esa franja de la sociedad que reclama soluciones nuevas. No las hay, pero eso da igual. A dicha franja de la sociedad le valen como si fueran nuevas las soluciones antiguas: el nacionalismo y el autoritarismo. No hace falta recordar que el nacionalismo autoritario (Putin en Rusia, Orbán en Hungría y Erdogan en Turquía sirven como ejemplos) resuelve el problema eliminando los factores. Se suprimen las libertades, se ignora la justicia social y se apuesta por la ineficacia económica. A cambio, cada uno puede hartarse de patria hasta donde le llegue el apetito. Asunto resuelto.
Es a partir de aquí cuando Groucho Marx tiene toda la razón: diagnósticos erróneos y remedios equivocados. Una opción, la grouchista, que gana adeptos frente al complicado cóctel de Keynes.
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