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Tribuna
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Cómo evitar la tentación del miedo

Cuando pase el temor que el presente ha sacado a la superficie habrá que seguir luchando contra la niebla de la ansiedad

Un visitante observa el cuadro 'La cara de la guerra', de 1940, por Salvador Dalí, durante una exposición en el Centro Pompidou de París el pasado mes de noviembre de 2012.
Un visitante observa el cuadro 'La cara de la guerra', de 1940, por Salvador Dalí, durante una exposición en el Centro Pompidou de París el pasado mes de noviembre de 2012.FRANCOIS GUILLOT (AFP via Getty Images)

Decía Borges que la novela rusa parece empeñada en demostrar que no hay nadie imposible: suicidas por felicidad, asesinos por benevolencia, gente que se separa por amor… Pues la última entrega de esta literatura insigne parece empeñada en añadir que al ser humano le tranquiliza sentir miedo. Sé que suena contradictorio, pero creo, con Chesterton, que las cosas se vuelven más paradójicas cuanto más nos acercamos a la verdad.

Para comprender en qué sentido digo que el miedo nos tranquiliza, necesitamos distinguir entre el miedo y la ansiedad. La persona dominada por la ansiedad no sabe exactamente qué teme, ni qué debe hacer para evitarlo. La ansiedad es como el tiburón, que te da una dentellada y deja que te desangres solo. De ahí que al angustiado le duela más la ansiedad que el miedo, que tiene un estilo cognoscitivo más preciso, pues nos informa de hacia dónde correr o contra quién luchar.

La narrativa del miedo es consoladoramente sencilla. Es un mal cuento infantil en el que todo está bien claro. La ansiedad, en cambio, es una novela muy larga en la que no acabamos de entender qué está pasando. Por eso, tal y como explica Jean Delumeau, en El miedo en Occidente, los individuos y la sociedades desgastadas por la ansiedad tienden a cuartearla en miedos concretos, simples y manejables que les proporcionen una engañosa sensación de control.

Con una mezcla de miedo y esperanza, desean que un buen diluvio universal limpie el cielo encapotado de la inquietud. De ahí las ganas de que eso suceda de una vez por todas, aunque sólo sea para saber a qué atenerse. De ahí la mística de la guerra como una actividad higiénica y vigorizadora, que nos tienta de forma cíclica. La ansiedad se parece a esos bebés que sólo se duermen si los agitas. Quien lo probó lo sabe.

Pero a la hora de la verdad el miedo nos cura de la ansiedad tanto como el cambiar de cama sin salir del hospital. Porque cuando sentimos miedo, miedo torero, echamos de menos aquella buena época en la que nuestras vidas apenas se hallaban empañadas por la bruma de la ansiedad, que, olvidadizos de que su carácter envolvente y duradero la hacían más desgastante que el miedo, se nos aparece como un miedo de purpurina.

Esta Course-Navette de la ansiedad al miedo y del miedo a la ansiedad sería desopilante si no tuviese consecuencias espeluznantes. Porque, cuando el diablo que hemos elegido temer viene a salvarnos de las tinieblas de la ansiedad dividiéndolas en una región de luz y otra de oscuridad, no tardan en llegar los zorros del miedo gritando que viene el lobo. Entonces, como en nuestras peores pesadillas, las sirenas homéricas se transforman en sirenas antiaéreas, y los cuentos de hadas, en recuentos del Hades, con sus muertos y sus fantasmas.

Por eso debemos resistirnos a la tentación del miedo. Y debemos hacerlo al menos en dos frentes. En el de los factores objetivos, luchando contra la precariedad, la injusticia y la ignorancia, con el objetivo de reducir la ansiedad. Y en el de los factores subjetivos, esforzándonos por conocer mejor el mundo, en tanto que lugar complejo y ambiguo, con el objetivo de esquivar las explicaciones sencillas y las soluciones mágicas.

Pero ¿qué podemos hacer una vez que ya hemos cedido a la tentación del miedo? Para empezar, conocer bien a nuestro enemigo, que es el propio miedo. Comprender que distorsiona nuestros modos de conocimiento, pues deforma nuestras percepciones, confunde nuestra razón, altera nuestra memoria y nos encierra en burbujas cognitivas tan autosuficientes como irreales. Y que, frente a ello, lo mejor es sofrenar, mediante la suspensión de juicio y el uso de la razón, al caballo asustado de nuestro dogmatismo, con la esperanza de que, como hizo Alejandro con Bucéfalo, baste hacerlo mirar hacia el sol del conocimiento para que deje de asustarse de su propia sombra.

Debemos comprender también que el miedo nos lleva a reducir nuestra zona de contacto con el mundo, hasta encerrarnos en una especie de habitación del pánico en la que la información y el aire escasean. Por eso, para vencer al miedo, es necesario abrirse al mundo y ampliar el contacto, buscando lo semejante en lo diferente y lo diferente en lo semejante. Como decía Emerson, cada día deberíamos obligarnos a hacer al menos una cosa que nos dé miedo. Y no hay nada que nos asuste más que ver el mundo en su endiablada complejidad.

También debemos tener en cuenta que el miedo es la Celestina de las pasiones tristes, que son tan seductoras y engañosas como él. William Hazlitt habló del placer de odiar. Victor Hugo decía que la melancolía era la alegría de estar triste. El resentimiento nos consuela haciéndonos creer que toda la justicia está de nuestra parte. Pero, a pesar de sus promesas, este tipo de pasiones disminuyen nuestra lucidez y nuestra potencia, lo cual aumenta, a su vez, nuestro miedo. Por eso es mejor fomentar las pasiones alegres contrarias, la curiosidad, la admiración, la confianza o la amistad. Mi cuñado interior me dice que soy cobarde o ingenuo, pero yo no digo que haya que fomentar esas pasiones por debilidad o candidez, sino porque creo, con Spinoza o D’Holbach, que nos hacen más fuertes y resistentes.

Finalmente, debemos tomar conciencia de que el miedo erosiona el tejido social al impregnarlo todo de desconfianza y agresividad, y de que eso es precisamente lo que más desean los poderosos. Por eso resulta urgente restablecer los lazos políticos, familiares, vecinales, asociativos y políticos, y alimentar la democracia entendida en términos de debate público razonado, en el que la verdad sea un objetivo común al que todos sometamos nuestros egos heridos y nuestros intereses desaforados.

Mi cuñado interior vuelve a protestar. ¡No es con apósitos con lo que se solucionará el despropósito de la guerra! Y es cierto que nos hallamos encerrados en una especie de escape room, o escape boom, y que el tiempo corre. Pero también lo es que, mientras hacemos el colibrí bombero, conocer los mecanismos de la ansiedad y el miedo puede ayudarnos tanto a no sobreinterpretar y a no sobrerreaccionar como a no ofuscarnos y a no paralizarnos.

Lo que tengo claro es que, cuando todo esto pase —que pasará, como todo pasa—, y las tinieblas del miedo vuelvan a dispersarse en la niebla de la ansiedad, tendremos que seguir luchando, con fuerzas renovadas, para reducir en todos los frentes la ansiedad que provocan la ignorancia, la precariedad y la injusticia. Porque, de otro modo, el miedo volverá a tentarnos, y eso siempre será de temer.

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