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Cómo la ultraderecha consigue definir la agenda política

Los partidos de extrema derecha consiguen que la opinión pública dé importancia a temas como la inmigración o el terrorismo incluso en países donde ambos fenómenos son menores o inexistentes, escribe el experto en extremismo Cas Mudde

Ultraderecha Europa
Seguidores del grupo de extrema derecha Aurora Dorada en Atenas, en octubre de 2014.Yannis Kolesidis/AP Photo

Casi todas las formaciones de ultraderecha aspiran a influir en la opinión pública, aunque los objetivos que persiguen con ello son muy diversos y los medios por los que tratan de conseguirlos no son menos variados. Si algunos skins neonazis se valen de la música para atraer a seguidores y de la violencia para intimidar a sus oponentes, los partidos de derecha radical populista se centran más en las elecciones y las políticas para alcanzar fines similares. Los grupos de la extrema derecha tienden a tener un éxito relativamente escaso cuando tratan de ganarse a la gente para la causa de sus ideas abiertamente racistas y antidemocráticas, pero su violencia puede tener un efecto paralizante en la población, sobre todo en aquellos colectivos que ellos escogen como blanco. En particular, en algunas localidades y ciudades europeas orientales, algunos grupos de extrema derecha se han dedicado a sembrar el terror entre las poblaciones de residentes “foráneos” para crear lo que los neonazis germanoorientales llaman national befreite zone (“zonas nacionales liberadas”), una manera de referirse a las áreas “limpias” de inmigrantes (reales o percibidos como tales) y de otras minorías étnicas (como la gitana).

A medida que los colectivos que son blanco de ese amedrentamiento se van sintiendo menos seguros en el espacio público; también aumenta en ellos la actitud crítica con ciertas instituciones políticas y estatales clave, desde el Parlamento hasta la policía. Hablamos de poblaciones que suelen sentir, ya de entrada, un elevado nivel de desconfianza hacia los organismos del Estado (y, en especial, hacia las fuerzas del orden público, debido a un historial previo de discriminación y violencia), lo que implica cierta tendencia por su parte a no denunciar los incidentes y a no pedir protección. A menudo, esas personas están convencidas de que los policías simpatizan con los grupos de ultraderecha. Y no lo dicen por decir. En muchos países (como, por ejemplo, Francia y Grecia), el apoyo a los partidos de derecha radical populista es desproporcionadamente alto entre el personal policial, que, sobre todo a escala local, mantiene en no pocos casos fuertes lazos de tipo personal con organizaciones y personas de la ultraderecha.

El aumento del apoyo popular a los partidos de la derecha radical populista tiene un efecto parecido entre las poblaciones a las que trata de coaccionar, pues estas comienzan a percibir que sectores significativos tanto de la sociedad como del Estado en el que viven se muestran hostiles a sus intereses, cuando no a su mera presencia. Esto se manifiesta con más fuerza si cabe cuando los partidos de derecha radical populista son desmarginados y normalizados en la sociedad en general, y no digamos cuando participan en Gobiernos (nacionales y locales). Al final, esto puede traducirse fácilmente en una pérdida de confianza en el conjunto del sistema político por parte de las poblaciones perseguidas por la ultraderecha.

La relación entre la opinión pública de la población en general y los partidos de derecha radical populista es más compleja de lo que se tiende a suponer. La opinión pública es tanto una causa como una consecuencia del éxito electoral de esas formaciones, si bien las pruebas de lo primero son mucho más contundentes que las pruebas de lo segundo. La mayoría de los partidos englobados en la derecha radical populista consiguen su primer gran avance electoral abriéndose paso desde los márgenes políticos y pese a haber estado casi ausentes de los grandes medios de comunicación hasta entonces. Como su ideología más que oponerse de raíz a los valores del propio sistema convencional está muy estrechamente emparentada con estos, esos partidos no tienen que cambiar la opinión de la población en general. Lo que necesitan es que el debate público se traslade hacia sus temas preferidos y use su manera de enfocarlos, lo que muchas veces sucede sin que la propia derecha radical populista tenga ni siquiera que ejercer un papel destacado en ese proceso.

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Cas Mudde

Aun así, hay todavía muy pocas pruebas empíricas de que todo eso influya de forma significativa en la opinión pública. Aunque las encuestas muestran un incremento del sentimiento antisistema y del escepticismo en buena parte de Europa, el sentimiento antiinmigrante era ya elevado —incluso en países que tenían poca inmigración con anterioridad a 2015— , y parece estar disminuyendo ligeramente en Europa occidental a medida que las nuevas generaciones de adultos jóvenes se van encontrando cada vez más cómodas con la diversidad. Parecido descenso en la oposición a la inmigración se viene observando en Estados Unidos desde (al menos) 1995 —al tiempo que crece el apoyo a la inmigración—, y la presidencia de Trump no ha frenado en absoluto esa tendencia. Dentro de la UE se aprecian incluso ciertas señales de una reacción democrática liberal contraria al éxito de la ultraderecha. Por ejemplo, el apoyo a la UE ha aumentado (o repuntado) tras el Brexit y es especialmente alto ahora en Hungría y Polonia, pese (o tal vez debido) a los Gobiernos de derecha radical populista y profundamente euroescépticos que están allí en el poder.

El mayor efecto de los partidos ultraderechistas no es sobre la posición que se adopta sobre determinados temas, sino sobre la prominencia que se les otorga a esos temas; es decir, sobre la importancia que las personas atribuyen a cada tema (y puede que también sobre la intensidad de sus posiciones). Se trata de una consecuencia directa del énfasis que los medios ponen en los temas, lo cual, como ya se ha dicho, está relacionado con aquello de lo que los políticos —tanto los de la derecha radical como los de los partidos convencionales— eligen hablar.

En general, sin embargo, el efecto de la ultraderecha en la opinión pública es mayormente indirecto, vía establecimiento de la agenda, y depende en buena medida de en qué ámbitos del propio sistema político establecido, como el mediático o el político, por ejemplo, se adopten acríticamente los temas y los enfoques dictados por los ultraderechistas. De ahí que, por ejemplo, en las encuestas que se realizan en el conjunto de la UE para el Eurobarómetro se observe desde hace años una elevada prominencia de temas como la inmigración o el terrorismo incluso en países donde ambos fenómenos son menores o inexistentes.

Cas Mudde (Geldrop, Países Bajos, 1967) es politólogo y experto en extremismos. Es profesor titular en la Escuela de Asuntos Públicos e Internacionales de la Universidad de Georgia (Estados Unidos). Este adelanto editorial es un extracto del libro ‘La ultraderecha hoy’, de la editorial Paidós, que se publica el próximo miércoles 17 de febrero.

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