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Punto de observación
Columna
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No pidan disculpas

Ver a Mark Rutte presentando la dimisión todo sonrisas deja claro que dimite para poder volverse a presentar

Soledad Gallego-Díaz
El primer ministro holandés, Mark Rutte, tras anunciar la renuncia del Gobierno, el pasado 19 de enero en La Haya.
El primer ministro holandés, Mark Rutte, tras anunciar la renuncia del Gobierno, el pasado 19 de enero en La Haya.Niels Wenstedt/BSR Agency/Getty Images

Por extensión, es decir, con un significado que no es el suyo pero con el que establece una relación manifiesta, se podría decir que proliferan hoy día de manera inquietante los casos Arendt. Hechos en los que la aplicación banal de órdenes y leyes, como los que analizó en su momento la filósofa alemana, han llevado a situaciones de tan absoluta injusticia e inhumanidad que uno podría creer que no pueden producirse en sociedades civilizadas como las nuestras. Pero no es así, esa especie de crímenes burocráticos aparecen con asiduidad delante de nuestros ojos sin que nos produzcan espanto y solo el terco trabajo de algunas personas permite que salgan finalmente a la luz.

Un caso Arendt terrible fue denunciado esta semana en los Países Bajos. Casi 30.000 familias holandesas de origen inmigrante, con cerca de 80.000 niños, han sido acusadas de cometer estafa, desposeídas de las ayudas sociales a las que tenían derecho y, peor aún, perseguidas hasta que han “devuelto” cantidades que ya habían recibido, lo que implicó en muchos casos que perdieran su casa y el empleo. Los funcionarios de la Agencia Tributaria que iniciaron todos esos expedientes (¡casi 30.000!) cumplían indicaciones de sus jefes (“por encima de todo hay que perseguir el fraude”), no fueron cuestionados ni por los miembros del Gobierno, ni por los parlamentarios ni por los numerosos jueces a los que llegaron los casos. Con un sesgo racista evidente, “se trató como delincuentes a personas inocentes, cuyas vidas han sido destruidas”, según afirma el documento de la comisión que finalmente ha investigado lo ocurrido. Ha quedado probado, gracias al terco trabajo inicial de una abogada española establecida allí y a un díscolo diputado democristiano, que “hubo una falta institucionalizada de imparcialidad”, que el Ministerio de Economía, el de Asuntos Sociales, la Secretaría de Estado de Finanzas “ocultaron documentos”, y que el Congreso holandés fue informado de manera incompleta y errónea”. Y que numerosos jueces “aplicaron las normas de manera implacable sin atender los preceptos destinados a proteger a los ciudadanos”.

¿Sabremos el nombre de esos jueces? Seguramente no. ¿Quedará todo sumido en una especie de responsabilidad conjunta? Hay dos maneras, explicó Arendt, de sacudirse la responsabilidad de un crimen: todos fueron responsables, nadie es culpable (donde no hay culpa, no hay crimen, donde no hay crimen, no hay víctima), o el “camino burocrático”, según el cual uno sigue las normas, aunque conduzcan inexorablemente al crimen. Entre todos destruyeron a 30.000 familias inocentes, inmigrantes eso sí, pero no habrá depuración de responsabilidades concretas. El Gobierno, claro está, ha dimitido, pero la imagen del primer ministro, Mark Rutte, yendo a presentar esa dimisión todo sonrisas y comiéndose despreocupadamente una manzana deja claro que dimite simplemente para poder volver a presentarse a las próximas elecciones.

Lo ocurrido no es exclusivo de los Países Bajos (aunque el recuerdo de los 8.000 asesinatos cometidos por fuerzas serbiobosnias en Srebrenica en 1995, bajo la mirada impasible de los cascos azules holandeses, es difícil de olvidar, un escándalo que se saldó también con unas disculpas públicas y una dimisión en bloque que no sirvió, por supuesto, para nada). Situaciones en las que los derechos de las personas son avasallados porque son inmigrantes o refugiados se dan en muchos puntos de Europa, España incluida, en Australia o en América. De nuevo, Hannah Arendt: “Las personas sin derechos son superfluas para el mundo político (…) El peligro de las fábricas de cadáveres en tiempos de los nazis fue precedido por la preparación histórica de los cadáveres de los refugiados”. Los peores crímenes han sido cometidos en nombre de algún tipo de “necesidad” o de un futuro mitológico.

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No se puede renunciar a pensar, a ponerse en el lugar del otro y negarse a normalizar formas de horror. Y si se hace, si se normaliza lo que no puede ni debe ser normal, lo que nunca se podrá alegar es que no había una alternativa. La había y por eso la responsabilidad es algo más que una petición de disculpas. Siempre se pudo hacer otra cosa. Siempre se pudo decir: “Yo, no”.

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