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ENSAYOS DE PERSUASIÓN
Columna
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Reaccionarios de todos los partidos

La intransigencia no pertenece sólo a una ideología, sino que está en el interior de todas

Joaquín Estefanía
Manifestación contra el uso de mascarillas en la Plaza de Colón, en Madrid.
Manifestación contra el uso de mascarillas en la Plaza de Colón, en Madrid.DAVID EXPOSITO

Fue Ernest Lluch uno de los que más hablaban de la obra de un economista llamado Albert O. Hirschman, a quien se mencionaba poco en la opinión pública y en las revistas científicas (lo que cambió cuando el líder socialdemócrata sueco Olof Palme lo citó en su testamento político). Estudió mucho su obra: Lluch era un hirschmanita militante en el sentido de ser “un honesto reformista”. Rector de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, el socialista catalán organizó un seminario sobre Hirschman, le invitó a debatir en Santander (año 1993) y publicó en la revista Claves sus conversaciones. En ellas se exponía con nitidez la disidencia de Hirschman no sólo con las teorías más convencionales, sino también con las de aquellos que se sitúan sin dudas, con absoluta rotundidad, en las teorías críticas. “Se toman demasiado en serio sus propias ideas”, decía Hirschman, a quien le irritaba la intransigencia intelectual tanto del pensamiento ortodoxo como del más heterodoxo: hay también una izquierda intransigente, no sólo la poseen los reaccionarios. Parafraseando al liberal Hayek, que escribió sobre “los socialistas de todos los partidos”, el economista americano estaba en contra de los reaccionarios de todas las ideologías.

Estas ideas se desarrollan en su último libro, Retóricas de la intransigencia (1991), recién reeditado en España con nueva traducción (La retórica reaccionaria; Clave Intelectual). Es muy difícil que un texto que pronto cumplirá 30 años y que se escribió para confrontarse con la revolución conservadora de Thatcher y Reagan siga vigente habiendo cambiado tanto el mundo. Sus famosas tesis reaccionarias (del riesgo, de la perversidad y de la futilidad) tienen aplicación inmediata en muchas de las cuestiones que se dirimen ahora. Por ejemplo, en la tesis del riesgo (todo cambio propuesto por una acción, quizá deseable por sí misma, implica costes o consecuencias inaceptables) se instalan los negacionistas de la covid-19 cuando mantienen que, si el Estado interviene imponiendo el estado de alarma, haciendo obligatorias las mascarillas, reduciendo el tamaño de las reuniones o cerrando espacios públicos, pone en riesgo general las libertades individuales. Al fin y al cabo también Hayek explicaba que las continuas intervenciones económicas del Estado acabarían con la democracia.

En la tesis de la perversidad (cualquier acción contra el sistema establecido producirá el efecto opuesto al objetivo programado) se apoyan los partidarios derechistas de la curva de Laffer: si suben los impuestos, se recaudará menos porque se desestimulará a quienes los pagan. Y la de la futilidad (todo intento de cambio político o social es fallido) sirve para despreciar cualquier ingeniería social frente a las supuestas leyes naturales, por ejemplo la existencia irremediable de la desigualdad. Es la sentencia de la Alicia de Lewis Carroll cuando afirma: “Aquí es necesario correr todo lo posible para permanecer en el mismo sitio”.

Las tesis que desarrolla Hirschman sirven para defender el statu quo y quitar de en medio la posibilidad de cambios, reformas o revoluciones.

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Hirschman estuvo en su juventud con las Brigadas Internacionales, junto con otros 35.000 voluntarios de 60 países, defendiendo la República española. Era un economista raro, de difícil catalogación, cortésmente ignorado por el establishment de los economistas, que nunca lo trataron como “uno de los nuestros”. Estudió a Keynes (“Compré la Teoría general como si fuese un pan caliente”), pero tampoco se sintió parte de la ortodoxia keynesiana. Siempre trabajó en los intersticios de las ciencias sociales, economía, sociología, filosofía, historia, política…, y quizá por eso —así lo defienden los hirschmanitas— no recibió el Nobel de Economía como sus amigos Paul Samuelson o Amartya Sen. Hablaba de la “insidiosa estrechez disciplinar” y se mostraba obsesionado por la compartimentación de las ciencias sociales. Coincidía con Lluch en que los resultados extraídos del análisis económico deben combinarse con valores, juicios y evaluaciones de naturaleza ética, política o práctica. Estos elementos quizá tienen poco que ver con la economía más tradicional, pero tienen que ver todo con la realidad.

Recomendado a nuestros representantes públicos de cualquier partido con vocación de sensatez.

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