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Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Demis Hassabis, el genio que quiere salvar el mundo con inteligencia artificial

Al investigador británico, fundador del centro de investigación Deepmind, le preocupa que sus avances se apliquen en la industria militar y en la vigilancia masiva

Jordi Pérez Colomé
Demis Hassabis, por Luis Grañena,
Demis Hassabis, por Luis Grañena,

El mundo tiene muchos problemas enormes y Demis Hassabis lleva en el bolsillo una lista con un par de docenas de retos científicos para arreglar la mayoría. Al menos eso dice. “Si resolvemos esos problemas de raíz, la vida en el mundo cambiará para mejor”, suele explicar.

Este británico de 44 años es el cofundador de DeepMind, un centro de investigación académica sobre inteligencia artificial que funciona con el espíritu de una start-up y que Google compró en 2014. Hassabis no esconde que su esperanza es salvar el mundo. Él mismo llama a su empresa “un proyecto Manhattan o Apolo”, en referencia a la construcción de la bomba atómica o al viaje a la Luna. Pero cuando habla, su tono no es de profeta soñador, sino de científico razonable cuyo trabajo diario es impulsar los límites de lo conocido: “Cuando estás mirando el vacío de lo desconocido, cualquier señal es muy valiosa”, dice durante un podcast reciente de una serie grabada por su compañía. “El cerebro es la única prueba real que tenemos en el universo de que la inteligencia es posible”.

La civilización, según Hassabis, solo tiene una causa: la inteligencia humana. Si logramos que las máquinas reproduzcan y mejoren los procesos con los que los humanos pensamos, podrán arreglar el mundo. “Uno de los momentos en que sabremos que ha llegado será cuando un sistema artificial descubra algo y gane el Premio Nobel”, explica Hassabis. Pone el ejemplo de la energía, que hoy es finita y cara. Si lográramos energía barata e infinita, acabaríamos con el problema del agua potable en el mundo. ¿Cómo? Con la desalinización. Hoy el agua del mar no se puede convertir en potable, requiere mucha energía. Si esa energía fuera casi gratis, toda el agua del mar sería potencialmente potable. DeepMind espera ser “parte integral” en ese proceso de física y ciencia de los materiales mediante la capacidad de cálcu­lo y la perfección de sus algoritmos.

Hassabis se hizo famoso en 2017 por hacer que una máquina llamada AlphaGo arrasara al campeón mundial de go, un juego chino similar al ajedrez. Pero con una diferencia fundamental: “El ajedrez es un juego que se decide al final”, explica Ricardo Baeza-Yates, catedrático de la Universidad Pompeu Fabra. “Así que hay que optimizar en el largo plazo y la novedad del enfoque [de AlphaGo] fue que aprendiera jugando consigo mismo”. La máquina jugó millones de partidas consigo misma y aprendió. El hito fue enorme, pero el paso sigue siendo pequeño: la máquina que arrasa al go no sabe hacer absolutamente nada más. Para eso llamado inteligencia artificial general quedan décadas.

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Esa meta es el grial de Hassabis desde que era adolescente. Su camino es el de un niño prodigio especial. Nacido de padres inmigrantes y profesores, poco interesados en la tecnología, a los 13 años ya era el segundo mejor jugador del mundo de ajedrez de su edad. Acabó la secundaria antes de tiempo y a los 17 programó un videojuego, luego estudió informática y neurociencia precisamente para intentar que una máquina fuera capaz de inspirarse en el funcionamiento de la imaginación: “Siempre me ha parecido que sería una locura ignorar el funcionamiento del cerebro como fuente de información al construir IA [Inteligencia Artificial]”, sostiene, de ahí que su tesis fuera sobre la imaginación. La naturaleza enseña a Hassabis a construir mejores algoritmos.

En 2011, cuando fundó DeepMind, la inteligencia artificial era prometedora pero no había despegado. Las máquinas no eran capaces de calcular tanto y tan rápido: “Lo distinto ahora es que es posible aprender más rápido gracias a los avances de hardware”, dice Baeza-Yates. Hassabis viajó entonces con su equipo a EE UU para lograr financiación. DeepMind aspiraba a ser una empresa viable, pero sin sacar productos comerciales a corto o medio plazo. “Nuestros inversores debían poder esperar 10 o 20 años para un retorno enorme. En Europa no existe este tipo de inversor”, explica. Hassabis no buscaba millonarios, sino milmillonarios. Ahí apareció Elon Musk, que tiene una relación ambigua con la IA: “Invertí en DeepMind no para lograr un retorno, sino para vigilar lo que pasa con la IA. Creo que, potencialmente, puede tener un resultado peligroso”. Hassabis dedica parte de su esfuerzo a que sus avances no se apliquen en industria militar ni en vigilancia masiva. En aquel viaje pretendía convencer a un inversor en concreto, muy aficionado al ajedrez. Aquel tipo reunía a docenas de emprendedores y le dedicaría un minuto. Hassabis preparó un plan. “Le pregunté si sabía por qué el ajedrez es tan fascinante para un diseñador de juegos”. Y siguió: “Creo que es por la tensión creativa entre el caballo y el alfil. Valen prácticamente lo mismo, pero tienen poderes completamente distintos. Esa creatividad asimétrica hace que el juego sea tan fascinante”, añadió. Aquel rico interesado en el ajedrez le invitó al día siguiente. “Nos dio media hora en lugar de un minuto”.

El hecho de que Hassabis sea extremadamente inteligente y sepa hablar de problemas complejísimos con un lenguaje aceptable es parte de su éxito. En una década ha logrado colocarse en el foco de la investigación mundial en IA con apoyo de una de las grandes tecnológicas, Google. Espera ser uno de los protagonistas del siglo.

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Sobre la firma

Jordi Pérez Colomé
Es reportero de Tecnología, preocupado por las consecuencias sociales que provoca internet. Escribe cada semana una newsletter sobre los jaleos que provocan estos cambios. Fue premio José Manuel Porquet 2012 e iRedes Letras Enredadas 2014. Ha dado y da clases en cinco universidades españolas. Entre otros estudios, es filólogo italiano.

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