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Un asunto marginal
Columna
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El sacrificio de Nicholson

En los tiempos que vivimos puede sernos útil a todos un poco de afecto abstracto hacia el resto de la comunidad

Enric González
Un carro de combate Panzer alemán durante la Segunda Guerra Mundial.
Un carro de combate Panzer alemán durante la Segunda Guerra Mundial.Michael Nicholson (Corbis via Getty Images)

El 10 de mayo de 1940, Winston Churchill se puso al frente de un gobierno de coalición. Las tropas de la Alemania nazi habían atravesado Francia a velocidad de vértigo y empujaban hacia el Atlántico a la Fuerza Expedicionaria Británica y a los restos del Ejército francés. Churchill quiso resistir o incluso contraatacar, pero la realidad no dejaba margen a la esperanza. Finalmente decidió rescatar al mayor número posible de soldados con una flotilla de yates de recreo. La llamada Operación Dinamo requería frenar a los alemanes durante uno, dos o tres días. Para ello, era necesario un sacrificio. El de la Brigada de Infantería número 30, 4.000 hombres al mando del general Claude Nicholson.

El 25 de mayo, Churchill envió un telegrama a Nicholson: “Cada hora en la que usted sigue existiendo es de la mayor ayuda a la Fuerza Expedicionaria Británica. El gobierno ha decidido por tanto que debe seguir luchando. Tenemos la mayor admiración posible por su espléndida actitud. La evacuación no, repito no, tendrá lugar”. A Nicholson y sus soldados se les ordenaba resistir hasta el final. Iban a quedarse luchando para permitir que el grueso de la fuerza pudiera escapar. Después de enviar el mensaje, Churchill se sintió tan mal que vomitó.

El general Nicholson cumplió. Más de 300.000 soldados británicos, franceses, belgas, polacos y holandeses fueron evacuados desde Dunkerque mientras la Brigada 30 se enfrentaba a los Pánzer alemanes en un combate perdido de antemano. Cuando la esvástica ondeó al fin sobre el puerto, de los 4.000 soldados de la Brigada 30 apenas una treintena, entre ellos Nicholson, permanecían más o menos enteros. Fueron hechos prisioneros. Nicholson se suicidó tres años más tarde, el 26 de junio de 1943, en un campo de concentración de Rotemburg.

¿Por qué asumieron el sacrificio Nicholson y sus hombres? ¿Por la paga? ¿Por disciplina? ¿Por sentido del deber? En estas circunstancias extremas interviene algo que podríamos definir como metafísica social. Siendo un fenómeno metafísico, carece de explicación irrefutable. Pasa lo mismo con la cuestión divina: cada persona debe decidir (a ciegas) si dios existe o no existe para luego vivir en consecuencia. En último extremo, la Brigada 30 fue a la muerte por eso que llamamos patriotismo. Se trata de un concepto incómodo y resbaladizo en tiempos de paz, cuando, como decía Samuel Johnson, suelen refugiarse tras él los más eximios canallas. Pero existe. Y hace falta.

Ya sabemos que las naciones y las patrias se construyen sobre mentiras. La comunidad, el grupo humano que comparte lengua o valores o ciertos recuerdos vagos, o al menos envuelve a las personas y cosas que amamos, es sin embargo cierta. No hay nada más ridículo que esos personajes que echan mano del ardor patriótico para descalificar a quienes no piensan como ellos; no hay nada más noble que quien renuncia a cosas importantes, en casos extremos la propia vida, por el bien de la comunidad.

Yo diría que en los tiempos que vivimos, y los que viviremos, puede sernos útil a todos un poco de sentido del sacrificio. Un poco de afecto abstracto hacia el resto de la comunidad. Si no se trata de postureo ni de agitar banderas, sino de esfuerzo y buena voluntad, podríamos llamarlo patriotismo. Aunque suene raro.


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